Carlos Marx impactó el pensamiento occidental de tal manera que definió un antes y un después a nivel filosófico-político-ideológico. En realidad, la propuesta teórica de Marx era una referencia para la comprensión de la realidad que debía de reinterpretarse cada vez que cambiara la misma. Pero muchos seguidores la dogmatizaron, la petrificaron y con ello la castraron, convirtiéndolos en fanáticos que dejaron de pensar para permanentemente repetir.
Aun así, se produjo una diversidad de interpretaciones donde no queda invalidado el pensamiento original marxista, con discípulos que han redefinido las interpretaciones de su pensamiento, con verdaderos aportes teóricos, imprescindibles para el conocimiento de la realidad y del capitalismo. El marxismo aún hoy sigue siendo válido para el análisis social. Por eso, el profesor Juan Bosch, afirmaba que “era marxista, pero no comunista”.
Una de las afirmaciones de Marx, tomada como dogma por los marxistas economicistas de que “la religión era el opio del pueblos”, los llevó a condenar históricamente todas las expresiones religiosas, incluso la de la religiosidad popular, cerrando puertas y desestimando aliados.
Igualmente sucedió con expresiones y dimensiones de la cultura popular, no solamente con un rechazo sino también con faltas de respeto. El folklore nunca fue comprendido por los más fanatizados como espacio de resistencia en función de un nivel de conciencia sino como expresión de alienación, manifestación de oscurantismo que había que despreciar, ignorar y hasta eliminar. No se podía hacer nada, en opinión de los más radicales, había que hacer la revolución primero y entonces comenzar todo con el nuevo orden. Incluso, allí había que redefinirlo con vigilancia y mucho cuidado porque podría favorecer a la contrarrevolución.
Profetas marxistas como Antonio Gramsci o críticos como Luis Artuser en Europa propusieron nuevas banderas teóricas de valorización y respeto por las manifestaciones populares y el folklore, siendo la muestra pedagógica más expresiva de permisión la Revolución Cubana, donde la Santería, la Regla de Ocha y otras manifestaciones de la religiosidad popular pasaron a ser infraestructura espiritual de la revolución. Símbolos del folklore y de la religiosidad popular en un nivel oficial como parte de la identidad cubana, a tal punto que son presentados con orgullo. Es más, yo soy de los que cree que sin ese elemento hace tiempo que esta revolución sería un recuerdo o una nostalgia.
Los izquierdistas y comunistas tradicionales dominicanos en su mayoría se quedaron atrapados en el dogmatismo, en el mecanicismo ahistórico y optaron por ignorar, desvalorizar y despreciar el folklore, la religiosidad y la cultura popular. El Capital era la biblia para muchos y la corriente pro china se enquistó en “el Libro Rojo de Mao Tse Tung”. En ambos estaba todo, sin importar los momentos históricos y las realidades de contextos diferentes. En ningún partido político de izquierda, que yo recuerde, nunca ha aparecido en sus programas la cultura popular como propuesta ni como eje transversal del desarrollo de la sociedad dominicana.
El surgimiento de movimientos de cristianos comprometidos y de Cristianos por el Socialismo, (católicos, luteranos, anglicanos, etc.) en América Latina optaron por la Teología de la Liberación; la firma del “Pacto de las Catacumbas” en Roma, donde más de 40 sacerdotes, incluyendo algunas jerarquías como el obispo Elder Cámara, de Brasil, en un aparte del Concilio Vaticano, optaron por su compromiso con los pobres; las enseñanzas del grupo de nueva canción Convite mostraron que las esencias de la identidad dominicana tenían raíces en el folklore y la cultura popular.
La excepción más auténtica y trascendente de los dirigentes de izquierda en Dominicana la representa Rafael Chaljub Mejía, revolucionario, guerrillero, testimonio ejemplar de una vida de coherencia, el cual ha entendido el valor del folklore, de la cultura popular y de la identidad nacional, incluso para la construcción de la revolución, porque él está convencido de que sin pueblo no hay revolución ni la lucha tiene sentido.
En realidad, más allá del revolucionario, hay un ser humano excepcional en Chaljub, donde no hay solo un escritor apasionado, sino un antropólogo social, (Antropólogo no es el que se gradúa de esa especialización, sino el que hace antropología como él), basta con leer el libro “Relatos Inocentes”, el cual es el testimonio más profundo, coherente y hermoso de un revolucionario y de un ser humano que se identifica con sus ancestros, con el pueblo, con las expresiones populares, con un respeto impresionante y un amor apasionado por el terruño que lo vio nacer.
Eso no viene de lecturas o de poses académicas. Viene de su vida. Chaljub es un campesino, con la aureola de Tatico Henríquez, con la pureza de la naturaleza, orgulloso de su origen, de sus vivencias.
Al leer su amor por la naturaleza, su almendro, su Ceiba, su Chanchita, sus amigos y sus familiares, de una vida sin malicia, sin mala fe, honesto consigo mismo, compartiendo con el ganado, ensuciándose de lodo, montando a caballo para llegar a la escuela en Nagua, su pasión con el lugar donde nació, (Las Gordas), le dan una identidad de orgullo y de respeto.
Cuando leía el libro de “Relatos Inocentes”, pensé varias veces en la guerrilla y en Chaljub. Estoy convencido que la montaña no fue para él un contexto extraño. Todo lo contrario. Su amor por la naturaleza, lo compensaba. Lo vi, con el fusil al hombro, contemplar el amanecer, detenerse a ver flores silvestres, frutos que invitaban al diálogo, cañada que suspiraban y de noche le sonreían las estrellas invitándolo a las galaxias, las de Silvio, con sueños de libertad.
Es un libro fascinante. Mi impactó su dedicatoria al Dr. Erasmo Vásquez, médico revolucionario. Mis dos capítulos: Leyendas y creencias del folklore, y Los músicos típicos de cuando yo era niño.
Con un respeto mítico, Chaljub recoge las creencias populares, las leyendas y las tradiciones de Las Gordas, su terruño natal, como la ciguapa, las botijas, el bacá, los galipotes, el mal de ojo y otras que llegaron a su comunidad de carácter externo como Olivorio Mateo, Enrique Blanco y el pirata Cofresí.
Para Chaljub: “Al fin al cabo, ha sido el pueblo quien les ha dado cabida en su imaginación y hay que exponerla también para que nosotros mismos nos conozcamos mejor”. ¡Eso se llama respecto por el pueblo y por su identidad!