CAMBRIDGE – Supongamos que usted quiere impresionar a todo el mundo con su generosidad. Donar una tonelada de oro a una entidad benéfica sin duda atraería mucha atención. Pero supongamos que usted solo tiene un kilo de oro. ¿Cómo podría lograr el mismo efecto? Después de todo, una tonelada suena mucho mejor -mil veces mejor, para ser precisos- que un kilo. En ese caso, usted podría decir que está donando una tonelada de oro y azúcar sin dar mayores detalles sobre las proporciones.
Esta es precisamente la táctica que hoy se emplea en el mundo de las finanzas climáticas. Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) de noviembre en Egipto, Sudáfrica lanzó su Plan de Inversiones para una Transición Energética Justa, basado en 8.500 millones de dólares en subsidios y préstamos de Estados Unidos, la Unión Europea, Alemania, Francia y el Reino Unido. Una semana después, Estados Unidos, Japón, la UE y otros gobiernos prometieron 20.000 millones de dólares para acelerar la transición de Indonesia de carbón a energía limpia.
El objetivo de estos paquetes de financiamiento es permitir una transición inclusiva hacia un futuro con cero emisiones netas. Indonesia y Sudáfrica todavía dependen, principalmente, de centrales eléctricas alimentadas con carbón que pueden producir electricidad barata por muchos años más, pero que también emiten cantidades gigantescas de gases de efecto invernadero. Las empresas eléctricas nacionales (y los gobiernos que las apoyan financieramente) han acumulado deudas importantes para construir estas plantas y dependen de los ingresos obtenidos por la venta de electricidad para servir esa deuda. Para reducir las emisiones, los países ricos intentan alentar a Indonesia y Sudáfrica a invertir en energías renovables para que las plantas sucias se puedan desmantelar aceleradamente.
Es un objetivo loable. Pero los anuncios tergiversan el volumen de asistencia que se ofrece. Si bien puede parecer que Sudáfrica e Indonesia van a “recibir” miles de millones de dólares, los países ricos, en realidad, prometen otorgar oro y azúcar al mismo tiempo que intentan, deliberadamente, ocultar el hecho de que, en verdad, lo que ofrecen es esencialmente azúcar.
Los anuncios de nuevas Alianzas para una Transición Energética Justa por lo general hablan de una combinación indeterminada de subsidios, préstamos comerciales ordinarios y concesionales, préstamos y garantías del Banco Mundial y capital del sector privado. Pero estas formas de financiamiento no podrían ser más diferentes entre sí.
Supongamos, por ejemplo, que los miles de millones de dólares mencionados en uno de estos anuncios fueran otorgados a Indonesia o Sudáfrica como un subsidio. En ese caso, después de que se haya desembolsado el dinero y se lo haya utilizado para construir nueva capacidad de generación de energía limpia, el país receptor se quedaría con una planta antigua alimentada a carbón que no usa, una planta nueva por la que no debe nada y la deuda antigua relacionada con la planta de carbón que aún debe servir.
Por el contrario, si el país recibe un préstamo comercial, se quedará con la deuda vieja y la deuda nueva, pero con una sola planta para generar el ingreso necesario para servir ambas. En realidad, Indonesia y Sudáfrica no necesitan de los países ricos para acceder a los mercados financieros. Pero, para mantener equilibradas sus finanzas, deben mantener estable la cantidad total de deuda que asumen, compensando esa nueva deuda con recortes en otro tipo de endeudamiento. Por este motivo, incluir subsidios y préstamos comerciales en el mismo paquete equivale a mezclar azúcar y oro.
Los préstamos concesionales son un tanto diferentes. Si bien el país receptor se quedaría con dos préstamos y solo una planta operativa, la deuda es menos onerosa porque es más barata de la que el gobierno podría haber obtenido por cuenta propia. Esos préstamos, por lo general, se cuentan en términos del valor actual neto del subsidio implícito, que es una función del vencimiento del préstamo y la diferencia entre la tasa de mercado y la tasa concesional (que, en ninguno de los casos anunciados, se han hecho públicas).
Las garantías son bastante similares. Por ejemplo, si un país o una institución multilateral como el Banco Mundial garantiza un préstamo, el gobierno receptor obtiene un beneficio igual a la diferencia entre la tasa de interés a la cual puede endeudarse por cuenta propia y la del garante. En el caso de Indonesia, por ejemplo, esta diferencia es de apenas 153 puntos básicos en relación a Estados Unidos, lo que significa que el componente del subsidio es una pequeña fracción del valor nominal de la garantía.
Al igual que los préstamos comerciales, las inversiones de capital no se deberían contar, aun si los inversionistas han adherido a la iniciativa de la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas. Si bien los inversionistas de capital asumen más riesgos, también esperan mayores retornos. Eso obligaría a los países receptores a saldar sus deudas viejas por el carbón y pagar dividendos altos para hacer que la inversión de capital resulte viable.
Por último, si bien los préstamos del Banco Mundial son ligeramente más baratos de lo que Sudáfrica podría conseguir de forma independiente, se supone que la capacidad de pedir prestado al Banco Mundial ya tenía un límite. Para que hagan una diferencia real, los programas de Transición Energética Justa deben estar acompañados por una mayor capacidad de préstamo del Banco Mundial a los países receptores. De lo contrario, estos países necesitarían abstenerse de obtener otros préstamos para inversiones críticas en agua, educación e infraestructura. Esto no los ayudaría a reducir los costos de una transición energética.
En suma, los anuncios de Alianzas para una Transición Energética Justa usan cantidades económicamente insignificantes que solo suenan grandes. A menos que se ponga fin a esta práctica, los programas futuros contendrán menos oro y más azúcar. De la misma manera que el mundo ha mejorado la contabilidad de carbono, debe aprender a contabilizar mejor el impacto real de las finanzas climáticas.