Uno de los Textos de Andrés Merejo, que será presentado por Alejandro Arvelo y José Mármol, este miércoles 11 de enero, de los corrientes, en la Academia de Ciencias de la República Dominicana a las 7:00 pm.

Nota preliminar de Víctor Gómez Pin (1).

Andrés Merejo, amante de los retos, ha encontrado en nuestra civilización un envite teorético de primera magnitud: el estatuto de lo virtual, su relación con lo real y la manera como este lazo dialéctico determina al sujeto que no logra discernir una frontera entre ambos.

La reflexión de Merejo se sitúa en el momento de la aceleración de lo virtual que supuso la COVID-19, la inevitable inserción en lo virtual incluso de aquellos que se consideraban a sí mismos como pertenecientes a una suerte de civilización pretérita, llamada a ser sustituida, al igual que ellos, por el ciclo de las generaciones.

Y en efecto, la virtualidad se impuso, como el orden social arcaico impone los lazos de parentesco, lo que Merejo designa con la metáfora del matrimonio forzado. Permítaseme al respeto una anécdota. Hallándome en una ciudad italiana en uno de los momentos en los que la pandemia daba un provisional respiro, y disponiéndome a volar a Barcelona recibí un mensaje de la compañía indicando que debíamos llenar un documento QR, sin dejar opción a otra presentación del mismo que por vía del móvil. En el aeropuerto había muchas personas que no habían logrado completar el documento, que incluía un test relativamente complejo en la ventana “no soy un robot”. En medio de la confusión una señora mayor manifestó que ella no había recibido la comunicación… simplemente porque no tenía móvil. La respuesta, carente de acritud, de la empleada de la compañía, fue simplemente “¡Señora, pero si no tiene móvil, ¿cómo va usted a viajar?”

Merejo señala que los miembros de los diferentes estamentos sociales (trabajadores, estudiantes, docentes, empresarios, políticos etcétera) se encuentran inmersos en una existencia cibernética sin haber sido preparados para ello; personas (así la señora del aeropuerto a la que antes me refería) arrojadas sin transición a la misma.

Lo que, jugando con las palabras, Merejo designa como covirtual se erigió como referencia imperativa en nuestras vidas, casi sin transición, desde que llegaron noticias de que un singular virus amenazaba a las poblaciones de una provincia china. Lo covirtual no sólo rompió la existencia pre-virtual, sino la modalidad standard de la existencia virtual.

Y a los que como Niall Ferguson estiman que en cinco años olvidaremos este acontecimiento que es la covid, responde Merejo que dada la alianza del virus y la cibernética el fantasma de la covid perdurará, simplemente porque en el ciberespacio parece no funcionar el segundo principio de la termodinámica, y todo permanece.

Arrancando en este brutal choque que supuso la irrupción de lo covirtual, Merejo reflexiona sobre los orígenes de lo virtual, señalando con gran acuidad que este concepto se encuentra ya tras la noción aristotélica de potencia. “La semilla es un acto (real) que tiene la potencia (virtual) de llegar a ser árbol

Partiendo de Aristóteles, y Merejo procede a un recorrido del pensamiento sobre lo virtual a lo largo de la historia de la filosofía, con momentos clave en el pensamiento escolástico, y asimismo en Leibniz, Bergson o Gilles Deleuze

Un interesante momento del libro es el dedicado a la mirada de lo virtual que parte de una fértil distinción entre mirar y ver. Mirar sería mucho más que ver, puesto que “no solo es estacionar la vista en un objeto o sujeto, sino que involucra la atención, la conciencia, la voluntad y el deseo”. Esta dimensión holística de la mirada es brillantemente vinculada por el autor a la ceguera psíquica, señalada por Saramago como una suerte de manifestación del carácter cavernario (en el sentido platónico de existencia entre sombras) de las sociedades actuales.

De ahí que para Merejo el objetivo es alcanzar la mirada de lo virtual, lo cual equivaldría a “trascender el regocijo de los datos” y alcanzar información fértil, contrariamente a quien “ve o vive atrapado en la percepción, mediatizado por los sentidos, presa del mundo de imágenes y los datos sin conocimiento, y sin el tiempo de la experiencia y pos-experiencia que nos brinda la sabiduría”.

Se dan en Merejo dos aspectos sólo en apariencia contradictorios: la crítica ácida del narcotizado por el mundo cibernético, “encantado y fascinado en Facebook o Twiter conformado con ver y no mirar”, y a la vez una cierta fascinación por las potencialidades de ese mundo que intenta aprehender en su esencia, más allá de los fenómenos.

Merejo desarrolla el interesante concepto de post-experiencia para referirse a la disposición de los sujetos anclados pasivamente a lo virtual, y de camino hace una interesante reflexión sobre el peso de la experiencia, facultad que caracteriza a hombres animales y máquinas cibernéticas. Señalaré por mi parte que cuando se intenta ver en ciertas performances del Deep Learning la presencia de algo así como la razón humana se olvida que muchas cosas pueden realizarse sin superar el nivel de la experiencia. Esto vale también para los animales: el admirable código de señales de las abejas no exige que entre las facultades del animal se dé algo así como el campo eidético platónico. Muchas cosas pueden ser realizadas sin tener idea, ni conocimiento de causa, es decir, sin funcionamiento racional ni técnica, (techne de los griegos) las dos capacidades por las cuales Aristóteles distinguía al ser humano. Lo distinguía frente a las demás especies animales…queda por ver si cabe aplicar el mismo criterio en relación a las entidades maquinales consideradas “inteligentes”. Y aprovecho para recorder que, al decir de Aristóteles, la techne implica ya el conocimiento de la causa…a diferencia de la mera experiencia. (p.17); por ello, además de servirse de instrumentos (cosa para la que son aptos muchas especies animales), el hombre es capaz de crearlos, hacer surgir lo que está potencialmente en la naturaleza, pero que esta no produce por sí misma.

Y respecto a la inmersión en la ciber-vida, quiero citar un párrafo: “Vivir por y para la posexperiencia es vivir como cibermonigote, sujeto cibernético sin personalidad (simple avatar) y como simple títere del poder de los grandes imperios tecnológicos que habitan el ciberespacio y que mueve parte de las redes del poder cibernético en el mundo de la virtualidad”.

Y el proyecto situado como contrapunto: “Es por eso, que durante más de dos décadas siempre hemos apostado al discurso de una toma de conciencia crítica en la que experiencia y post-experiencia, mundo real y cibermundo virtual sean asumidos como híbrido planetario. Los entornos virtuales para la educación son fundamentales para acelerar desde la posexperiencia la transformación de la vida e impulsar más la experimentación de esta”.

Una consideración en esta breve nota preliminar al adjetivo transido (“tiempos transidos”) que da título al libro. El verbo se hizo carne…tremenda metáfora que se convierte en un hecho de difícil discusión si meramente invertimos el orden: tras la emergencia que supuso la vida, hay un momento de la historia de la evolución del cosmos (es decir, de las transformaciones en las modalidades que adopta el monto total de energía), que supuso una emergencia quizás aún mayor: la carne se hizo verbo, un código de señales se convirtió en lenguaje. Lenguaje anclado en la carne y por consiguiente de manera alguna indiferente al destino de esta. Lo transido reside quizás en esta imposibilidad de disociar cuerpo y alma. Merejo cita un extraordinario párrafo de William Faulkner relativo a la carne (“por vieja que sea”) que da soporte a nuestras facultades espirituales, empezando por la memoria: “cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser”.

Bajo el título impactante de “Policía de la moral contra la ética” hay un apartado sobre el sujeto ético confrontado eventualmente al sujeto moral entendido como el individuo que obedece sin criterio las normas establecidas. Ética y moral pudieran entrar en contradicción, como es el caso de Irán, dónde la policía de la moral acorrala sin cese al sujeto ético. Merejo evoca otros países sometidos directamente a esta contraposición, desde luego no todos pertenecientes al mundo islam. Y al respeto dos oportunas referencias por un lado a Orwell, por otro lado, a Foucault que creo útil señalar:

“(La policía de la moral) guarda en algunos puntos un parecido a la policía del pensamiento de George Orwell (1984), en donde vigilar la vida es parte fundamental del régimen: “Realmente la familia se había convertido en un brazo de la policía del pensamiento; en un sistema en el que estaba siempre rodeado de informantes que lo conocía íntimamente” (p.135).

Aquí el Vigilar y Castigar (Foucault, 1981), no es solo querer ejercer toda la acción en el cuerpo, a pesar de que este no escapa a lo punitivo, a la prisión o la muerte, sin embargo, lo que se quiere es ir más allá de lo corporal, porque se quiere castigar el alma, “todas las pasiones e inadaptaciones que brotan del sujeto y que no logra ajustarse en el orden social y político”.

El libro que tiene el lector entre las manos parece atravesado por la certeza de una inminencia del dolor (“abordar el rostro del dolor forma parte de esta época”) y a la vez un deseo de mantener serena la mente a fin de explorar las causas (sociales quizás en primer lugar, pero también físicas) de esta   suerte de fractura, preguntándose por el peso de las variables que introduce el mundo de la conectividad o cibernética (vocabulario de años atrás) y el Deep Learning .

Estamos ante una reflexión a la vez sentida y lúcida, quizás una cosa en razón de la otra, ante un tema central, un tema que a todos concierne. Hay en Merejo una suerte de vocación de compromiso que se manifiesta en los temas más abstractos. En el repaso que hace a las teorías del conocimiento a lo largo de la historia recordando la esterilidad a la que puede conducir una posición digamos ingenuamente realista y mecanicista, denuncia “el pensamiento simplificador que resquebraja lo sistémico y no conjuga la parte con el todo y el todo con la parte, en el contexto social, cibersocial, cultural y político”.

Quisiera señalar la impactante reflexión de Merejo sobre la idea de progreso. Partiendo de una frase de Walter Benjamin sobre el cuadro de Paul Klee Angelus Novus (“En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo en que fija su mirada. Los ojos como platos, la boca muy abierta, las alas muy extendidas. Este debe ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado”) Merejo alude al sentimiento de que el determinismo histórico (otrora apuesta del propio Benjamin) desemboca en un pantano de dolor e incertidumbre. Y cita las palabras de Benjamin “Esta tempestad es lo que nosotros llamamos progreso”. Quisiera al respecto añadir unas consideraciones por mi parte.

La aparición de la inteligencia humana necesitó cientos de millones de años de historia evolutiva, magnitud inconmensurable respecto a la que separa el Hombre de Herto de la hipótesis de Turing sobre la inteligencia artificial, AlphaFold2   o el previsible (¿en 30 años?) ordenador cuántico. En sólo cosa de cientos de años, la inteligencia artificial habrá quizás alcanzado su desarrollo pleno. Ello exige prudencia antes de transponer al progreso científico y técnico la idea de evolución natural.

Hay motivos para pensar que ese ser inteligente que es el hombre, en lo esencial ha dejado de evolucionar. Obviamente en el seno de la razón se da progreso (así la ciencia progresa rechazando conjeturas pretéritamente avanzadas y sustituyéndolas en ocasiones por conjeturas opuestas), pero en su esencia la facultad humana de razón y lenguaje ni avanza ni retrocede. Esta ausencia de evolución es aún más perceptible tratándose del arte, no sólo por lo diminuto (en relación con los tiempos que exige la evolución) del intervalo entre las pinturas de Lascaux y Joan Miró, sino porque el arte retorna cíclicamente a formas arcaicas, no para repetirlas, sino para tomar de nuevo en ellas alimento. El arte sólo avanza a la manera de la espiral de Arquímedes, de forma que la recta que el hombre va trazando con sus logros gira a idéntica velocidad que el pincel mismo.

Hay en Merejo una suerte de vocación de compromiso que reivindica una visión holística del conocimiento, y evocando la Conferencia Mundial sobre la Ciencia celebrada en Budapest (1999), cita la declaración allí establecida, promoviendo una tarea coral que involucraría «todos los campos del quehacer científico, a saber, las ciencias naturales, como las ciencias físicas, biológicas y de la tierra, las ciencias biomédicas y de la ingeniería y las ciencias sociales». Pero esta vocación holística abarca también la consideración del lazo entre sujeto y objeto. Refiriéndose a Hawking muestra la filiación de este con el filósofo estadounidense, Noewood Russell Hanson, y su tesis del realismo dependiente, que incluye al observador como parte de lo consignado en la observación, dado que, tras la pretendida neutralidad de la observación, hay siempre una teoría, es decir un sesgo a priori

En el repaso que hace a las teorías del conocimiento a lo largo de la historia, recordando la esterilidad a la que puede conducir una posición digamos ingenuamente realista y mecanicista, denuncia “el pensamiento simplificador que resquebraja lo sistémico y no conjuga la parte con el todo y el todo con la parte, en el contexto social, cibersocial , cultural y político”. Quiero echarle una mano al respecto recordando las líneas de Arthur Eddington escritas tras la conmoción que para la ontología y la epistemología entonces vigentes supuso la física cuántica: “We have found that where science has progressed the farthest, the mind has but regained from nature that which the mind has put into nature. We have found a stranger foot-print on the shores of the unknown. We have devised profound theories, one after another, to account for its origin. At last, we have succeeded in reconstructing the creature that made the foot-print. And Lo! it is our own!”.

Víctor Gómez Pin, filosofo, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona y Coordinador del congreso internacional de Ontología, cuyas ediciones, con periodicidad bienal desde hace un cuarto de siglo bajo el patrocinio de la UNESCO.