(…) “el filósofo auténtico que filosofa por intima necesidad no parte hacia una filosofía ya hecha, sino que se encuentra desde luego, haciendo la suya, hasta el punto de que es su síntoma más cierto verle rebotar de toda filosofía que ya está ahí, negarla y retirarse a la terrible soledad de su propio filosofar” (José Ortega y Gasset, 1964. Tomo VI, p.402).

Paseo por los confines del ciberespacio, me sumerjo en el mundo de los chatbots con una sensación mezclada de fascinación, seducción y escepticismo. Estos chats se pueden definir como programas diseñados y dotados de inteligencia artificial (IA) para imitar lo que es la conversación humana y con la capacidad de generar textos a través de algoritmos avanzados. Además, sirven para ser copilotos virtuales o asistentes de los sujetos cibernéticos que habitan el cibermundo.

Para algunos sujetos, estos chats se han convertido, en la medida en que se vuelven más sofisticados, en sus consejeros o redactores, y tratan de buscar un consuelo envuelto en IA, ya que piensan que este tipo de razonamientos lógicos, algoritmos y de cálculos contiene otra inteligencia humana, como lo es la conciencia que tengo de este jardín, de sus flores y de sus árboles frutales.  De darme cuenta de mí mismo, que soy un ser único e irrepetible, que reflexiono sobre lo que conozco (metaconocimiento) y manejar mis emociones (inteligencia emocional); haciendo de mi un sujeto de experiencia subjetiva que vas más allá de cualquier regla algorítmica, porque vivo entrecruzado de empatía humana.

El sujeto que es producto de la escritura que procesan los chatbot, como lo es el ChatGPT, mutila su creatividad y pensamiento abstracto.  Vive fascinado por el Bing Chat y el Google Bard, entre otros chats que crean contenido, como textos, correos electrónicos; además de vivir por y para el chateo usando texto, voz e imágenes para interactuar como si fuese natural.

El sujeto cibernético que se pierde entre los chatbots va dejando una línea entre lo real y lo virtual, que se convierte en posexperiencia de conocimiento, que es la que se encuentra marcada por el ciberespacio, por el entorno virtual, dejando a un lado el espacio físico, su entorno real, de relaciones y calor humano. Va olvidando su propia inteligencia, que se caracteriza por el pensamiento abstracto, creativo e innovador.

Este tipo de sujeto va construyendo de manera deliberada una identidad difusa en el ciberespacio. Su vida se va haciendo ficticia, sobre una imagen idealizada de sí mismo. Muchos de ellos se dicen poseer una amplia experiencia en investigación o estudios, pero no respalda estas afirmaciones con la articulación pensamiento- lenguaje, por no hablar de publicaciones científicas, para los doctos en los que se hacen llamar investigadores.

En el ámbito de la inteligencia artificial y la filosofía de la tecnología, este sujeto se presenta como especialista, aunque sus publicaciones son escasas o autogeneradas. A pesar de ello, mantiene una apariencia humilde ante el público. Dice tener no una línea de investigación sino media docena de estas, pero no presenta trayectoria de ninguna porque al no tenerla, trata de perderse en todas, buscando ver si pega en una de ellas, se pierde en lo que es la nada, de la cual nada sale.

A este tipo de sujeto que se pierde en los chatbots, la vida se le va en actos fingidos, en despliegue de simulacros, porque cuando escribe se va haciendo una representación que no va acorde con la realidad. El filósofo Ortega y Gasset expresa que “la vida de cada cual no tolera ficciones, porque al fingirnos algo a nosotros mismos, sabemos, claro está, que fingimos y nuestra íntima ficción no logra nunca constituirse plenamente, sino que el fondo notamos su inautenticidad, no conseguimos engañarnos del todo y le vemos la trampa” (Ortega y Gasset, 1969, p100. Tomo. VII).

La filosofía existencialista, especialmente los discursos filosóficos de Heidegger y Sartre abordan lo que es una vida inauténtica. En su obra “El ser y el tiempo” (1993), Heidegger indaga cómo un sujeto puede vivir en desacuerdo con sus valores internos, cediendo ante presiones externas (el Uno):

El “quien” no es ente ni aquel: no uno mismo, ni algunos, ni la suma de otros. El “quien” es cualquiera, es “uno” (…) El uno fue siempre, y sin embargo puede decirse que no ha sido nadie. En la cotidianidad del “ser ahí” es lo más obra de aquel del que tenemos que decir que no fue nadie (Heidegger, pp.143-144).  (Las comillas no son mías, AM).

El no conocer a los sujetos que entregan la cabeza a los chatbots, es no saber cuándo una vida es inauténtica y que solo busca el afán de reconocimiento. Es por eso por lo que, cuando se resalta la mediocridad y se intenta destruir el talento, es porque no se ha podido lograr construir un proyecto de buen vivir, que nada tiene que ver con la buena vida que se pierde en francachelas.