La primera vez que supe de la existencia de Fernando Pessoa (1888-1935) fue cuando llegó a mis manos, en 1991, una antología poética, prologada y editada por el premio Nobel de Literatura Octavio Paz, cuya introducción ya es canónica, clásica y fundacional. Al leerla quedé hechizado, maravillado y conmovido, tanto por la genialidad y originalidad de la poesía de Pessoa, como por la profundidad y misterio del mundo poético que funda, crea, recrea e instaura el poeta de la lengua de Camoes. Dos o tres años después, habría de escribir mi tesis de grado en la UASD sobre Fernando Pessoa para optar por el título de licenciado en Educación, mención Filosofía y Letras. Busqué todas las antologías, los artículos y ensayos que pude encontrar y me aboqué a la investigación, estudio y redacción de dicha monografía. De entre las principales antologías poéticas, leí y consulté –además de la citada de Octavio Paz–, la de Ángel Crespo, titulada El poeta es un fingidor, con traducción, selección, introducción y notas suyas. Una vez que me gradúe, emprendí la tarea de estudiar portugués para leerlo en su lengua: concluí un curso extracurricular de ocho niveles de portugués, que ofrecía la UASD. Fue así como pude leer su Poesía Completa, en una edición bilingüe, en dos tomos, con traducción de Miguel Ángel Viqueira, en Ediciones 29, Barcelona, de 1990. Luego, mientras fui teaching assistant en New Mexico State University, en 1995-1996, tomé un curso de gramática portuguesa con una profesora brasileña, con el sueño y la ilusión  de seguir leyéndolo en su lengua.

Como se ve, desde hace más de treinta años, su poesía me acompaña y no deja de asombrarme, sorprenderme y conmoverme. Su obra literaria se agiganta, expande y despierta la pasión y el interés de todo el mundo: de poetas, investigadores y lectores. Y también porque se ha convertido en un símbolo de la lengua portuguesa, en un clásico moderno, en una figura mítica y de atracción turística de Portugal, no solo por la calidad de su obra poética, sino, además, por lo misteriosa, extraña y singular que fueron su vida y su trayectoria de escritor. De modo que Pessoa es hoy una figura ejemplar y un mito, que despierta curiosidad, seduce, subyuga y apasiona. Sus lectores se multiplican y sus admiradores, se expanden. Turistas de todo el mundo visitan el café donde escribía, igual que su casa-museo para saber dónde vivía, cómo vivía y dónde escribía. O su café preferido, A Brasileira, donde está la estatua que todos saludan, los visitantes se toman fotos, y acuden al cementerio donde está sepultado: el Monasterio de los Jerónimos de Belén. También hacen el recorrido, visitan sus estatuas y caminan, en peregrinación, para hacer turismo literario, y conocer su biblioteca, sus objetos personales (gafas, muebles, documentos o máquina de escribir), y así saber cuáles libros leyó, heredó, le regalaron, anotó o editó –la mayoría de los cuales están en inglés.

De todas las personalidades literarias del siglo, la personalidad más enigmática acaso haya sido la de Fernando Antonio Nogueira Pessoa, conocido con el simple nombre de Fernando Pessoa. Y de las obras literarias y poéticas más personales, la suya es quizás la más controvertida, misteriosa y extraña. Nacido en 1888 y fallecido en 1935, fue ensayista y, sobre todo, poeta, tal vez el poeta de la obra más autobiográfica y personal que se conozca, prohijada por un temperamento y una personalidad muy introvertidos, deviene en obra heterodoxa y extensa, y, por tanto, inclasificable. Pessoa es, — sin quizás–, una de las cumbres de la poesía del siglo XX, cuya obra literaria aún no ha sido publicada íntegramente, y de la que se conoce, buena parte de ella, es póstuma. Pese a que la portuguesidad no lo retrata o define, sin embargo, podría decirse, que Pessoa es el más grande poeta portugués del siglo XX (algunos dicen que de todas las lenguas), aunque no sea un genuino representante del alma portuguesa, acaso por su personalidad esquiva, huraña y enigmática. Quizás tenga que ver el hecho de su bilingüismo temprano, que marcará su destino existencial e intelectual. Viajero inmóvil –pues nunca más volvió a salir de Lisboa, desde su retorno muy joven de Sudáfrica–, de poca vida social, autor entre dos lenguas (portuguesa e inglesa), Pessoa es el escritor que, en el último cuarto del siglo XX, despertó más curiosidad y atención de la crítica literaria mundial, abarcando monografías, antologías, tesis, biografías, programas de tv o exposiciones museográficas. Desde las biografías más canónicas –la de Joao Gaspar Simoes, Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación, de 1954 (pionera), la de Ángel Crespo, La vida plural de Fernando Pessoa, de 1988, la de Roberto Brechon, Extraño extranjero. Una biografía de Fernando Pessoa, de 1999,  o la más reciente, de Manuel Moya, Pessoa, el hombre de los sueños, de 2023 —hasta los estudios como el de Octavio Paz (incluido en su libro Cuadrivio, 1961), traducciones y antologías se multiplican cada año en el mundo académico y cultural.

De espíritu contradictorio, esquivo y fingidor, Pessoa se definió como “republicano durante la monarquía, monárquico durante la república, anarquista defensor de un régimen fuerte, conservador que postula la rebelión”. Desconocido en vida y famoso tras su muerte, hombre triste y melancólico, autor sin biografía, pero cuya vida interior transcurrió en una constante aventura de la imaginación, la sensación y el intelecto. Vivió muchas vidas inventadas, paralelas, y acaso accidentadas, y con cierto halo de santidad pagana, minadas, eso sí, por muchas renunciaciones, cuya ascesis alcanzó las inmediaciones de múltiples abismos y, en cierto modo, la experiencia de la autodestrucción. Para algunos un bisexual, que solo tuvo una novia (Ofelia Queiroz), de breve noviazgo, y para otros, de preferencia homoerótica, lo cierto que fue un hombre que nunca supo quién era realmente. De ahí que se buscara en los personajes o “compañeros de espíritu” que inventó y creó (los heterónimos). Quizá tampoco sepamos nunca quien fue, ya que siempre están apareciendo nuevos manuscritos (dejó un baúl lleno de manuscritos: Un baúl lleno de gente, al decir de Tabucchi). Hablar de este poeta es siempre hablar en secreto y en plural, ya que fue un hombre que se desdobló en personalidades múltiples, con diversidades psicológicas, y de una obra rica en estilos, temática y expresión.

Quien saca del olvido a Pessoa, como se sabe, es su primer biógrafo, Joao Gaspar Simoes, que lo asocia al malditismo poético decimonónico. Y lo hace a partir de los presupuestos metodológicos del psicoanálisis freudiano, en su tentativa por arrojar luz sobre sus heterónimos como una forma de explicar su vida. Simoes asocia su obra a la magia del genio. Pessoa aspira –o soñaba—con asumir la profecía del Supra-Camoes como una expresión de la megalomanía poética del vate antiguo de la tradición helenística.

La obra de Pessoa es, en efecto, resultado de un ejercicio de desdoblamiento en autores diversos, con lo cual se transforma en un mago de lo absoluto, y con que se sitúa en la tradición de los poetas del misterio y del absurdo. El mensaje de su poesía –si así puede decirse–, y si puede explicarse a sí misma, apunta a una experiencia espiritista y esotérica, cuyo desciframiento podría dilatarse en el tiempo de la eternidad y de la crítica. Así pues, Pessoa, cada vez nos asombra y deslumbra en cada lectura: encarna el arquetipo del poeta sobre cuya personalidad se expresa el espíritu portugués, en apariencia nacionalista, pero, en el fondo, cosmopolita, pese a su hermetismo místico.

Como ironía del destino, sus restos descansan junto a los de Luis de Camoes y Vasco de Gama, en el mismo camposanto del monasterio de los jerónimos. En el curso de los años, el mundo del poeta Fernando Pessoa se ha transformado  –o transfigurado– en un universo, en el que convergen y conviven los heterónimos y los ortónimos, y cuyo manantial de creación no parece cesar, ni extinguirse la fuente infinita de donde provienen tantos personajes y tantos poemas. De modo que su mundo parece un orden en su mente creadora, pero un caos a los ojos de sus lectores, por lo que su obra semeja un laberinto o un círculo infinito, una cadena circular de heterónimos. En síntesis, Pessoa nos produce una sensación de infinitud y de plenitud, como un verdadero clásico, que nos satisface y persuade. O nos llena de vacío, de vacuidad, o nos hace caer en la perplejidad y el desasosiego interpretativo.

Para el Nobel José Saramago, su compatriota y autor de una novela sobre uno de sus heterónimos, El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), Pessoa es, junto a Kafka y Borges, una de las figuras que corresponde a la de los escritores-sabios. Es decir, a la estirpe de los autores sapiensales, esos que han hecho comulgar la literatura con la sabiduría, no tanto con la erudición. La vida de Pessoa es la de un ermitaño, la de un ser que vivió la soledad como experiencia, y cuya obra está dispersa (o buena parte de ella) en revistas literarias de vanguardia, en las que publicó artículos, poemas y ensayos. Leyó en su lengua a Whitman, es decir, en inglés, y a Rosalía de Castro, en gallego, y también a Séneca. Así como La historia de la masonería de Albert Lantoine, a Madame Blavasky, entre otros autores, que explican o arrojan luz sobre su pensamiento y sus ideas ocultistas y herméticas. Como se sabe, era un lector consuetudinario de filosofía, psicología, ciencias sociales, matemáticas, geografía, lingüística o ciencias ocultas, libros que constituyen su acervo cultural y que permiten conocer sus influencias, sus lecturas y el origen de su universo intelectual, poético y filosófico. Pessoa fue un hombre nómada, pues vivió –se dice– entre 16 a 20 casas diferentes, en su ciudad natal, sin contar su segunda morada, su restaurant favorito, Martinho da Arcada, o su hotel preferido en la Rua da Trindade, donde se erige un hotel temático sobre su figura legendaria.

Sus días transcurrieron de manera anónima como traductor jurídico y de cartas para empresas lisboetas, que hacía del inglés, idioma que aprendió desde niño en Sudáfrica –donde vivió con su madre, prematuramente viuda–, y que le permitió escribir, en la lengua de Shakespeare, parte de su obra y leer a Walt Whitman, poeta que lo influyó poderosamente, lo cual se expresa en el uso del recurso de la enumeración caótica. Su madre, al quedar viuda, se casa en segundas nupcias con el comandante Joao Miguel Rosa, que en 1895 fue designado cónsul en Durban, África del Sur, ciudad donde Pessoa hizo sus estudios en el convento de West Street y luego en la High School y en la Commercial School; después estudió artes en la Universidad de la Ciudad del Cabo. En 1905, a los 16 años, se traslada a Lisboa, se matricula en Letras –y donde vive hasta su muerte. A su estadía en Sudáfrica, se debe su oficio de traductor, trabajo del que pudo vivir –o sobrevivir secretamente.

Medium, astrólogo, traductor, ensayista, y, desde luego, poeta, Pessoa estuvo vinculado a las vanguardias artísticas y literarias de principios de siglo XX, cuya obra poética tiene no pocos vínculos con el futurismo italiano de Marinetti, por las piruetas en los versos, la velocidad de sus metáforas, el ritmo vertiginoso y trepidante de sus imágenes, la captación de los ruidos de la ciudad, los gritos y exclamaciones de sus odas. También, cabe destacar, la influencia que ejerciera la obra de Mario de Sa-Carneiro –acaso su único amigo–, uno de los mayores exponentes del modernismo en Portugal, miembro de la Generación de la revista Orpheu, y quien se suicidó a la edad de 25años –hecho que lo encerró en una profunda depresión, y que terminó con el cierre de la revista.

La fama de Pessoa se debe no tanto a la extensión de su obra como a lo póstumo y a la insólita variedad, firmada por él mismo (homónima) o por otros personajes (heterónima), a lo que denominó el “drama em gente” (o drama en persona). De modo que su obra está escrita por voces diversas, autores diferentes, a los que el propio Pessoa les escribió su biografía, con fecha y hora de nacimiento y muerte, oficios, profesiones, y con registros, técnicas, temas y formas autónomas: diferente un autor de otro y una obra de otra. Es un caso insólito y curioso, y solo similar, pero diferente, al de Valery Larbaud, poeta francés, con el heterónimo A. O. Barnabooth.

Curiosamente, el conocimiento y reconocimiento del mundo a partir de la muerte de Pessoa, ocurrida el 30 de noviembre de 1935, por cirrosis hepática, fue tardía. De modo pues, que su gloria y su fama son póstumas: su legado a la posteridad es cada vez más sorprendente. Sobre su reconocimiento, difusión y traducción, es de justicia destacar la labor del poeta, ensayista y traductor español, Ángel Crespo, quien lo dio a conocer en España: primero con la edición, selección, introducción, notas y traducción titulado El poeta en un fingidor. Antología poética (Espasa- Calpe, Madrid, 1981), y luego con el libro Estudios sobre Pessoa (Bruguera, Barcelona, 1984), a la que le sumó, la biografía, La vida plural de Fernando Pessoa (Seix Barral, Barcelona, 1988), amén de otros artículos, ediciones y traducciones. Crespo se convirtió pues en el guardián de su memoria y en el difusor por excelencia de su obra, vida y pensamiento. Sin embargo, el primer traductor y divulgador en lengua española y en América Latina, fue el Premio Nobel mexicano, Octavio Paz, quien, en 1962, hizo la selección, la traducción y el prólogo, para la UNAM (Universidad Autónoma de México), en un libro titulado Fernando Pessoa. Antología. Se dice que Paz escuchó, por primera vez el nombre de Fernando Pessoa, en 1958, durante su servicio diplomático en Paris, o sea, cuatro años antes de la edición de su antología, que lo convirtió en el pionero en la traducción al español de una muestra de la poesía del autor portugués, con sus cuatro heterónimos. Además de escribir un formidable ensayo introductorio, indispensable –y aun imprescindible—para la comprensión de su obra, de su universo poético, sus símbolos, sus temas, sus claves interpretativas y sus vertientes estéticas y filosóficas. De modo que fue Paz quien dio a conocer a Pessoa a los lectores del orbe hispanoamericano con esta antología, cuya segunda edición se remonta al 2010, en una reedición de la UNAM, 48 años después, y que incluye algunas revisiones y ligeras modificaciones no al prólogo original, sino a los poemas que incluyó en sus traducciones de 1974, en su obra Versiones y diversiones.

Es decir, que el reconocimiento, la difusión y la recepción de la obra poética de Pessoa, de este lado del mundo, y de todo el mundo occidental, se debe al tino, al buen gusto, al olfato y a la visión que tuvo el poeta mexicano. El magnífico prólogo de Paz se titula “El desconocido de sí mismo”, que el Nobel incluyó en su libro Cuadrivio, de 1965, en el que reúne cuatro ensayos sobre cuatro poetas: Rubén Darío, Ramón López Velarde, Luis Cernuda y Fernando Pessoa, quienes, para Paz, inauguran la modernidad, al postular una ruptura en la tradición poética occidental. Esto así porque sus creaciones poéticas representan una crítica al lenguaje poético, a la estética y a la moral de su época, y porque, además, sus obras líricas son una aspiración a la fundación de algo diferente, nuevo y disidente. Es decir, a la emergencia de una nueva sensibilidad frente a su tradición anterior e inmediata, por lo que encarnan, en palabras de la tesis paciana, “la tradición de la ruptura”, que caracteriza la poesía moderna. En este prólogo, Paz dijo la famosa frase: “Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”. Y de ahí que, para entender la poesía de Pessoa, sea indispensable conocer su vida, pues su vida explica su obra, pero ocurre que su vida tuvo poca actividad, por lo que poco se puede afirmar y decir de ella. Pocas veces biografía y obra, vida y pensamiento han estado tan entroncados y tan imbricados, de modo inextricable, como en el escritor luso.