El primer día del año, en la Ciudad Corazón, amanecimos con la dolorosa noticia del primer feminicidio de 2025. “Lilo” es el apodo del principal sospechoso del asesinato de su expareja, Yenni Peña. Destacar este apodo puede desviar la atención de la gravedad del crimen, humanizando o trivializando al agresor y reduciendo su responsabilidad en el acto. Al centrarnos en apodos o nombres familiares, la narrativa puede diluir la percepción de culpabilidad, mientras que se perpetúa una falta de respeto hacia la dignidad de la víctima.
El crimen ocurrió en el sector La Cambronal, en la parte baja de Santiago, próximo al hospedaje Yaque. Según el general Juan Bautista Jiménez Reynoso, el presunto criminal está detenido; sin embargo, su nombre no aparece en las reseñas, mientras que el de la víctima sí es mencionado con detalle. Esto refleja un desequilibrio narrativo en cómo la sociedad retrata a las víctimas y a los agresores.
El Día de Reyes, en la calle Guarocuya del sector Ponce, en Los Guaricanos, Santo Domingo Norte, Luis Almonte Serrano, de 39 años, asesinó a su expareja Rosa Polanco, de 36 años. Posteriormente, el agresor se quitó la vida. Este acto devastador refleja las consecuencias extremas de una sociedad que enseña a los hombres a "ganar o morir".
El sábado 18 de enero, en el sector Los Robles de Villa Altagracia, el segundo teniente Juan Luis Jiménez asesinó a su pareja, Mailyn Martes, de 26 años, y a su suegra, Marisela Martes, de 51 años. Hasta el momento, el agresor sigue prófugo.
No podemos permitir que siga creciendo una generación que vea la violencia como una herramienta para ejercer control o resolver conflictos.
Estos cuatro feminicidios identificados en lo que va del año son un llamado urgente a intensificar las políticas públicas y sociales para prevenir la violencia contra las mujeres. Es imperativo transformar las normas y valores que perpetúan la creencia de que las mujeres son propiedad de los hombres. Los hombres no nacen asesinos, aprenden a ver a las mujeres como suyas, con derecho a disponer incluso de sus vidas.
La educación en igualdad de género es clave para romper con estas dinámicas de poder que alimentan la violencia. Desde la infancia, debemos enseñar que las relaciones se basan en el respeto, la empatía y la equidad. No podemos permitir que siga creciendo una generación que vea la violencia como una herramienta para ejercer control o resolver conflictos.
Es urgente que el Ministerio de Educación, como entidad rectora de la educación, y todos los estamentos de la sociedad asuman su compromiso con la igualdad de género para construir un país donde las mujeres puedan vivir libres de miedo y violencia.