Este artículo de hoy, que supone la segunda parte de lo que pretende ser una breve serie de lo vivido – por el autor y su grupo –  en Egipto la semana pasada, comenzará por el impacto que nos produjo el ordenamiento urbano, si cabe el término,  en la muy célebre ciudad de Lúxor.

 

Si fuéramos a resumir, en pocas palabras,  el tráfico vehicular de este milenario asentamiento, podríamos decir que no hay luces, no hay semáforos, no hay carriles y sin embargo, todo funciona como un reloj; con la misma puntualidad, fluidez y compás.

 

Pensar y hablar de Lúxor, es hablar de Tebas y de Karnak y de todo el legado arquitectónico que allí queda como testigo, aunque en  ruinas, del pasar del tiempo; del viento, de los siglos.

 

¿Qué tiene Lúxor que encanta?…¿qué ocurrió allí, a orillas del Nilo, que impactó a todos cuantos éramos pasajeros del Royal Viking? ¿Sería la gente del lugar? ¿Sería su cultura musulmana con las salpicaduras del pasado y viviendo en demasía su presente? Lo decadente de hoy contrasta, y mucho o demasiado, con lo grandeza de su esplendoroso ayer.

 

Templos majestuosos como el del dios Amón contrastan con la gran pobreza del entorno; una riqueza cultural milenaria, que ha sido testigo – en su tiempo- de la grandeza de Ramsés II y de la grandeza Amenhotep III, y que hoy testigo actual de lo que puede suponer la administración del presidente de Egipto Abdulfatah al Sisi, como representante de su tiempo.

 

Urbanísticamente hablando el entorno de templo es más que mejorable, y aunque se intuye una intensión y cierto “orden” parecido al reloj del trafico antes mencionado, aquello se parece a las zonas más deprimidas de la ribera de otro río, uno conocido por los dominicanos, el río Ozama. Ojo que el autor no está comparando la ribera del Nilo con la del Ozama, por debajo del “Puente de la 17”; no, no  es una comparación de riberas, nada que ver, es una comparación de pobreza y una muy llamativa.

 

Que todo aquello sea el telón de fondo del templo a Amón-Ra, cuyo estado de conservación es muy bueno, y que aún mantiene en pie la mítica columnata que conecta los patios del complejo religioso, es cuando menos inquietante.

 

Le preguntamos a nuestro anfitrión y guía Nasser Abdel Fatahm, la razón de tal contraste, de tal decadencia…de que un Egipto actual no tuviese nada que ver con el Egipto que adoraba al dios  del cielo, dios del Sol y de la vida…nada menos que de la vida.

 

…Y hoy parecería que al dios que sirven los egipcios no les mira con los ojos de la prosperidad ni la riqueza de épocas pasadas. Nasser tiene una explicación que casi nos satisfizo cuando nos la explicó a su grupo o la familia, como nos llamaba, y era la falta de fe, de conocimiento y amor de un pueblo que ha hecho que no solo olvide el esplendor de milenios pasados, pero también que lo coloca en la ruta contraria a un esplendor futuro…Hasta la próxima, cuando entraremos en más consideraciones, entre la arquitectura y lo mundano; entre lo divino y lo humano.