En la variopinta fauna urbana de la ciudad de Santo Domingo aparece un espécimen, presente también en las otras ciudade del país, que recorre las calles aterrando la vida ciudadana con sus apariciones temerarias. Son invisibles para las autoridades, especies de fantasmas urbanos y terroríficamente visibles para el resto de los mortales.
Más que rodar, vuelan cruzando raudos en todas direcciones sin respetar a nadie ni a nada y ¡ay! de aquel que ose interrumpir su trayectoria o llamarle la atención, que recibirá los insultos más groseros y las agresiones más violentas.
Su principal característica es su total invisibilidad para los policías de tránsito y su casi inexistencia para las autoridades encargadas del tránsito y el transporte. Posee una increíble destreza para desplazarse a altas velocidades atendiendo a su smartphone con una mano y el volante con la otra. Han acumulado récords en mortandad y accidentes y siguen tan campantes…
Me imagino que ya saben cuál es ese espécimen en particular. Sí, me refiero al omnipresente motorista, el amo de las calles y terror de los transeúntes. Se mueven como fantasmas invisibles a los ojos de las autoridades frente a las cuales pasan la luz roja, se desplazan en vía contraria y los agentes se quedan impávidos, con toda la atención puesta en los otros vehículos, sin molestarse a mirarlos o a detenerlos – ¡líbreles Dios! – cuando cruzan la intersección como un bólido.
La cualidad de invisibilidad más que patente es aceptada por autoridades que no lo incluyen en sus planes. Pareciera como que solo existieran frente al conductor que sufre de sus acciones.
Importantizados -siempre han estado ahí- por la pandemia. El lema de una de las asociaciones de motoconchista, “le dan a uno, le dan a todos”, una especie de corruptela de aquel “et pluribus unum”, define su accionar como pandilla y deja claro su condición de amos de las calles.
Hace un tiempo participé en una especie de panel que hizo la revista Archivos de Arquitectura Antillana (AAA), que tan acertadamente edita Gustavo Moré, donde se nos cuestionaba sobre las consecuencias de la pandemia, su impacto en la ciudad y, entre otras, dije que uno de los impactos era la incidencia de los deliverys motorizados sobre el tránsito urbano. Algunos se rieron de mi ocurrencia y ahora tenemos el problema encima.
Entiendo que abordar el tema de los motoristas es complicado, pero debe hacerse el esfuerzo de incluirlos en los planes de movilidad que se están desarrollando. Se ha hecho énfasis, correctamente, en las modalidades de transporte masivo, hablamos de Metro, trenes y autobuses, porque se dirigen a solucionar las grandes demandas de transporte, sin embargo, es necesario volver la mirada a la realidad micro de los sistemas de transporte expresados en los motoconchos, delivery’s y voladoras, estas últimas otra de las modalidades cuasi invisibles -no la ayuda mucho en ese aspecto lo de la escala- otro de los espécimen de esa fauna urbana que depreda los espacios de la ciudad, no solo al desplazarse, sino también por la impunidad y desparpajo que instalan una parada en cualquier sitio, degradando y arrabalizando el espacio público sin que nadie las controle.
Por lo pronto creo que el primer paso es que las autoridades se desprendan de esa ceguera selectiva y comiencen a controlar estos fantasmas urbanos.