1.- La continuación del calvario de la familia Perozo en la era de Trujillo: la misteriosa desaparición de Don Alfonso Perozo en 1935.

Don Alfonso Perozo

Con la muerte en fiero y desigual combate de César, Faustino y  Andrés Perozo, al igual que sus compañeros de conspiración, aquel triste 26 de mayo de 1932, en El Carrizal, de San José de Las Matas, apenas se iniciaba el largo e intenso calvario de tan valiente y sufrida familia durante la tiranía trujillista.

Sólo transcurrirían tres años y siete meses, para que nueva vez el luto y el dolor se enseñonearan sobre ella, esta vez alterando para siempre la paz y el sosiego de la familia Perozo-Fermín. Esta vez con la desaparición de Don Alfonso Perozo Guzmán, hermano de César, Faustino y Andrés.

Don Alfonso Perozo Guzmán y Doña Rosario Fermín Mera (1904-1997)  contrajeron matrimonio un 22 de agosto de 1924. Fruto de su amor, nacieron Alfonsina, Alfonso, José Luis y Agustín.

La familia tenía una vida estable y tranquila. Don Alfonso era supervisor de ventas para el cibao de la casa Bermúdez, la firma  licorera más poderosa del país y era tratado como un pariente por dicha familia,debido en parte a su común ascendiente venezolano.

Pero un triste 27 de diciembre de 1935, los miembros de la  benemérita logia Nuevo Mundo, celebraban su acostumbrado banquete dedicado a San Juan de Invierno. Y hasta allí se dirigió Don Alfonso, desde la residencia familiar  ubicada en la avenida Imbert, en Santiago de los Caballeros. Jamás volvería a su hogar, iniciándose así para la familia Perozo-Fermín un nuevo y amargo capítulo de indecible sufrimiento psicológico y material, tristeza y desarraigo.

Con cinco meses de embarazo  de su hijo Agustín, quien no pudo conocer a su desaparecido padre, Doña Rosario, en un vehículo y chofer que le fuera facilitado por la Casa Bermúdez, peregrinó por todo el país en busca de su esposo sin que su infatigable y angustioso trajinar se viera recompensado con  el más mínimo indicio de que se encontraba  con vida.

Las fauces impiadosas de la dictadura le supultaron para siempre sin dejar rastro alguno ubicable donde la familia haya podido hasta hoy depositarle una flor u ofrendarle un responso.

 

Atenazada por las penurias y el  sufrimiento, se trasladó Dona Rosario Fermín Vda. Perozo hasta San Francisco de Macorís. El cálido hogar de su cuñada Doña Nana Perozo de Madera, le recibiría con su habitual solidaridad hasta que pudieron instalarse en un humilde hogar, situado en la calle colón No. 20.

De igual manera, no le faltaría la cercanía y solidaria ayuda de sus hermanos de padre: Floripe, Polonia y Cosme Damían Fermín.

En Santiago, bajo régimen de internado, quedaría su hija Alfonsina en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús.

El estado de desolación y desvalimiento espiritual, como expresión del terrible drama familiar del padre ausente, quedaría reflejado en un triste poema, que recostada al cobijo de un naranjo, en San Francisco de Macorís, escribiera Alfonsina Perozo cuando cifraba apenas 15 años de edad:

¡Padre mío!

¿Dónde estás, padre mío

Que te llamo y no respondes?

 

Dime padre amado

¿Dónde sepultó tus restos aquel tirano?

 

Muchos años han pasado desde entonces

Más no por eso he dejado de llamarte.

 

Tu recuerdo está vivo en mi memoria

Esperando que quizás en otra vida

Pueda llamarte nuevamente:

¡Padre mío!

 

2.- Un nuevo golpe demoledor y  terrible: el  asesinato de José Luis Perozo

Jose Luis Perozo Fermín, asesinado por el régimen en plena adolescencia.

Fermín (Pichí) en 1945.

 

¿Quién pudiera pensar, sin caer en lo delirante, podía faltar alguna cuota de sufrimiento a la familia Perozo, tras la inmolación  de César, Faustino, Andrés y Alfonso, en un lapso de apenas tres años?

 

¡Pero no! Es como si una sucesión fatídica de imparable sufrimiento continuara su marcha imperturbable en tan conturbada familia sin que nada pareciera interponerse para evitarlo. Otro golpe terrible le aguardaba en el verano de 1945.

 

José Luis Perozo Fermín (Pichí), tercer vástago de la familia Perozo- Fermín, que no había cumplido aún sus 15 años, en plena adolescencia, culminaba el primer año de sus estudios secundarios en la Escuela Normal de San Francisco de Macorís.

 

Era ya el final del curso y en la pared del centro educativo había aparecido un letrero anónimo que rezaba: “¡abajo Trujillo!”.

 

Apenas habían transcurrido pocas horas, cuando al día siguiente el gobernador de la provincia, Armando García Jiménez, conforme el testimonio de Doña Alfonsina Perozo, invitó a comparecer a su despacho a los hermanos  José Luis  y Alfonso .

 

No es nada casual el hecho de que aquella citación del gobernador García Jiménez a ambos hermanos, huérfanos de la criminalidad tiránica, la hiciera acompañado del temible general Federico Fiallo, junto a otros militares, entre ellos el que terminaría siendo considerado el autor material del asesinato de José Luis.

 

Ominosos presagios  conturbaron nueva vez el ánimo de Doña Rosario, sus hijos y familia, afianzándose en la determinación de regresar a Santiago a fijar nueva vez su residencia, al término del año escolar ya próximo. Su cuñada Doña Nana se había trasladado a Santiago por razones de trabajo de su esposo.

 

Pero nada de lo previsto sería posible realizarlo. Al acecho estaba en su doloroso viacrucis una nueva y terrible estación de amargura. Aquel triste 13 de junio de 1945, luego de cenar, Alfonso Perozo se trasladó a estudiar hasta la residencia de su compañero Lilil Lavandier  mientras que su hermano José Luis Perozo se trasladaría, con similar propósito, hasta la residencia de su compañero de pupitre Leandro Guzmán.

 

Aproximadamente una hora después, hasta la residencia familiar llegaría entre perplejo y atónito Don Cheché Moya con una terrible noticia, que recibieron como ráfaga quemante Doña Rosario y su hija Alfonsina: por el sector donde estaba ubicada entonces la oficina telefónica de San Francisco de Macorís, próximo al cuartel policial, alguien, que sólo se supo que calzaba votas militares, propinó a José Luis, un inerme adolescente, una terrible puñalada en el vientre, emprendiendo la huida tras la acción criminal y cobarde.

 

Tirado en el piso del cuartel policial de San Francisco de Macorís yacía José Luis. ¡Apenas un imberbe sangrando a borbotones con agónicos estertores¡

 

El grito desesperado de Doña Alfonsina se escuchó a lenguas: “¡Dios mío, me han matado a mi hijo!”.

 

Sólo la sevicia criminal del comandante policial, explica que en actitud imperturbable se rehusara a escuchar el clamor de quienes le gritaban que era urgente el traslado de José Luis hasta el hospital San Vicente de Paul, entre ellos el valiente reclamo de un prestigioso galeno y munícipe macorisano, el Dr. Federico Lavandier, quien en gesto gallardo espetó  al impertérrito e indolente comandante, luego de examinar a José Luis:“¡es necesario operarlo de inmediato…Usted lo está dejando morir!”.

 

Una avalancha humana acompañaría hasta hospital San Vicente de Paul al adolescente herido, ya a punto de desangrarse. En nueva actitud de admirable valor,el Doctor Federico Lavandier manifestó al director del hospital que ingresaría a la sala de cirugía, no sólo en calidad de profesional de la medicina sino también de amigo de la familia.

 

Tuvo serias desavenencias con el director del hospital. De hecho, jamás volvería a dirigirle la palabra. De nada valieron sus nobles empeños profesionales. El tiempo en que adrede dejaron a José Luis tirado en el cuartel, fue fatalmente determinante para que se tornara imposible salvarle de las garras de la muerte. A las 11:00 de la noche de aquel día horrible se consumaba su infausto deceso.

 

Con crespones de luto, compacto y en silente desafío a la dictadura, el valiente pueblo macorisano acompañó  en todo momento, sin medio a represalias, a la familia Perozo- Fermín en aquellas horas terribles de dolor innombrable. Cerraría sus puertas el comercio, en duelo solidario.

 

Una farsa cruel, propia de los consabidos métodos dictatoriales, quiso presentar como un crimen común lo que a todas luces fue un vil asesinato del régimen. El pueblo macorisano fue convocado al recinto de la fortaleza del ejército para contemplar el cadáver de quien se dijo era el autor del asesinato de José Luis. En realidad, no se trataba sino de un preso común, asesinado por la dictadura, consumando así, salvajemente, un doble crimen.

 

Dura y conmovedora fue la homilía del Padre Luis Federico Henríquez como inolvidable la solidaridad del Dr. Ángel Concepción Lajara y su familia, quienes sin temor a represalias, pusieron a disposición de la familia el panteón familiar para que allí descansara para siempre el cadáver de José Luis.

 

Una herida honda y sangrante se había abierto en el aguerrido pueblo macorisano.  Y tan profunda, que cuando el tirano, hizo presencia en la provincia, pocas semanas después, para el 26 de julio de 1945, con motivo de las fiestas patronales de Santa Ana, calibrando que a pesar de las lisonjas de ocasión, no había en el pueblo ánimo festivo alguno, tomo la determinación de marcharse antes de lo previsto.

Consignaba, al respecto, Doña Alfonsina, que increpando Trujillo a sus áulicos dada la pobre presencia en la fiesta convocada y el ánimo poco alegre de quienes acudieron, recibió la valiente y responsable respuesta de Don Lorenzo Brea, uno de sus fieles seguidores en San Francisco de Macorís, quien sin fórmulas estudiadas, le expresó sin ambajes: “Jefe, Macorís no puede estar contento con la barbaridad esa del muchacho muerto”.

 

Trujillo, con el rostro enrojecido de ira, se limitó a expresar, en tono inquisitivo :¿ y qué tengo yo que ver con eso?. Por supuesto, nadie respondería nada, pero ya todo estaba dicho con la sincera expresión de Don Lorenzo.

 

Días después, Doña Rosario y sus hijos  retornarían a Santiago, recibiendo a poco  una orden emanada de Trujillo de que debían trasladarse a vivir a la capital. Una decisión arbitraria, sin que la viuda ni sus familiares lo solicitaran.

 

Al citar a Doña Rosario a su despacho, procuró convencerla de que nada había tenido que ver con la muerte de José Luis Perozo, aunque, por supuesto, tales cumplidos no harían a la familia del extinto variar en nada su criterio de que la muerte horrible de aquel joven inocente no era más que otro acto de barbarie perpetrado en su contra.

 

Preciso es significar que la tragedia del asesinato de José Luis Perozo Fermín, y su propósito de amedrentar con ella al pueblo macorisano,  se prolongó también en la distinguida familia Cortorrel. Uno de los dos jóvenes estudiantes expulsado injustamente de la Escuela Normal junto a José Luis tras el ánónimo letrero, fue Manuel Ramón Cortorreal.

 

Tras consumarse el vil asesinato de José Luis, el padre de Manuel Ramón, presa de la angustia, en una acción desesperada encaminada a salvar la vida de su hijo, adoptó la fatal determinación de ahorcarse.

 

6.- Manuel de Jesús Perozo Chicón: el último mártir de la familia Perozo.

Manuel de Jesús Perozo Chicón

La ofrenda sacrificial de la familia Perozo, combatiendo la tiranía,  no terminaría con el cruel y absurdo asesinato de José Luis Perozo Fermín. 14 años después, entre los valientes expedicionarios que arribaron al país por las playas de Maimón, el 20 de junio de 1959, desembarcaría Manuel de Jesús Perozo Chicón (Masú), último de los mártires de aquella familia de valientes.

 

Versiones dan cuenta de que Masú Perozo, como una parte considerable de sus compañeros de expedición, fue capturado vivo por las fuerzas del régimen, siendo salvamente torturado y asesinado en la base de San Isidro por la sevicia criminal de Ramfis Trujillo y sus esbirros.

A punto estuvo de morir también en la frustrada expedición de junio de 1959 otra valiente integrante de la familia Perozo. Nos referimos a Dominicana Perozo Chicón, hermana de Masú.

Dominicana Perozo Chicón

Dominicana recibió entrenamiento militar en los campamentos cubanos con el propósito de incorporarse a la expedición. Si su propósito no pudo consumarse, contra su voluntad, fue debido a la acción persuasiva que sobre ella ejerciera el comandante Enrique Jiménez Moya, quien probablemente, previendo el incierto destino de la acción expedicionaria, le indujo a desistir al igual que a sus compañeras.

 

El holocausto martirial de la familia Perozo durante la tiranía dejaría el triste saldo de seis asesinatos, 14 descendientes en estado de orfandad, exilios, dolores y persecusiones sin nombre. Con esta digna familia tiene contraída el pueblo dominicano una deuda perenne de respeto y gratitud que no deberá olvidarse jamás.

 

P.D- Amén de otras fuentes, este escrito está basado, fundamentalmente, en el valioso libro testimonial  de Doña Alfonsina Perozo titulado “Los Perozo. Su exterminio por la dictadura de Trujillo. Mis vivencias”. Editorial Santuario, Santo Domingo, 2010.