Cuando una mocosa hace unos días intentaba denigrar la memoria de las hermanas Mirabal por las redes sociales y a los pocos días se integra un militar trujillista con denuncias graves de asesinato en una Academia, señalé a varios amigos de la situación tan grave en que ha caído la conciencia democrática y cívica en un significativo segmento de nuestra sociedad, sin obviar el carácter inhumano con que son tratados los emigrantes haitianos y la difusión a mansalva de mensajes racistas y xenófobos por diversos medios. Por un lado está el desprecio por el conocimiento de nuestra historia y la valía de quienes efectivamente enfrentaron las dictaduras y el autoritarismo, y por otro lado el auge de una mentalidad neofascista que impulsa una agenda siniestra de desconocimiento a los derechos de emigrantes, pobres, mujeres, niños, entre otros grupos marginados, expresada esa orientación de extrema derecha de manera ejemplar en todas las bestialidades que la prensa ha denunciado en la redacción del Código Penal. Sin olvidar los pandilleros nacionalistas que pretenden sembrar el miedo en las calles a la usanza de los paleros trujillistas.
Se impone, como lo vengo haciendo en esta serie titulada Faltan Montesinos, recuperar hechos y textos de quienes radicalmente defendieron la dignidad de todas las personas y no temieron enfrentar la furia de tiranos y de grupos como los que hoy pretenden destruir la democracia dominicana y el Estado de Derecho.
En las dos cartas que elaboraron los obispos dominicanos en enero del 1960, una para ser leída en todas las iglesias del país y la otra dirigida al tirano presentándole la primera, vimos la semana pasada la relación de derechos que los obispos reclamaban a la dictadura, en cuanto son elementos esencial de todo ser humano: “…aun antes de su nacimiento (y que son) anteriores y superiores a los de cualquier Estado. Son derechos intangibles que, ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación”. Ameritaba de los obispos ese énfasis porque la naturaleza de la dictadura implicaba la negación de todos los derechos, semejante a los discursos de extrema derecha actuales (con filiación genealógica clara con el trujillismo y el balaguerismo). Y estas posturas radicales contra la dignidad de los seres humanos -con énfasis contra los haitianos, los pobres y las mujeres- se ha viralizado en gran parte del liderazgo de los tres partidos políticos más numerosos y en partiduchos de poca monta pero mucho odio. Este clima político y social enrarecido es anómalo en el curso de los pueblos de América Latina en la actualidad, donde el énfasis es el reconocimiento y fortalecimiento de los derechos de las mayorías.
Volviendo a las cartas de los obispos del 1960 es destacable el valor de ellos al enfrentar al tirano con su propio destino. Señalaban los obispos en su Carta Pastoral que: “Seguros del buen resultado de esta intervención, hemos prometido especiales plegarias para obtener de Dios que ninguno de los familiares de la autoridad experimente jamás en su existencia los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantos padres de familia, de tantos hijos, de tantas madres y de tantas esposas dominicanas”. Para la fiera que era Trujillo esas palabras no calaron en su conciencia y siguió matando y torturando, como lo hizo meses después con las hermanas Mirabal, hasta que sus propios amigos y colaboradores dieron cuenta de él 16 meses después en la carretera hacia San Cristóbal. Su madre, su esposa y sus hijos supieron en carne propia lo que era el sufrimiento que ellos como familia estaban provocando a la mayoría del pueblo dominicano.
Un año después de las cartas de los obispos, desde el exilio, Juan Bosch Gaviño le escribió una carta a Trujillo el 27 de febrero del 1961. Bosch le advierte al sátrapa que la situación política en América Latina cambió radicalmente dos años antes de que le escribiera esa misiva. “… la atmósfera política del hemisferio sufrió un cambio brusco a partir del 1º de enero de 1959. Sea cual sea la opinión que se tenga de Fidel Castro, la historia tendrá que reconocerle que ha desempeñado un papel de primera magnitud en ese cambio de atmósfera continental, pues a él le correspondió la función de transformar a pueblos pacientes en pueblos peligrosos. Ya no somos tierras sin importancia, que pueden ser mantenidas fuera del foco de interés mundial. Ahora hay que pensar en nosotros y elaborar toda una teoría política y social que pueda satisfacer el hambre de libertad, de justicia y de pan del hombre americano.” Para los imbéciles anticomunistas estas palabras de Bosch le sabrán a purgante potente o gritarán como orates suponiendo que encontraron una evidencia de lo que perversamente usaron para el golpe de Estado. Lo indudable es que la capacidad analítica de Bosch lo llevaba a la certera conclusión de que luego del triunfo de la revolución cubana no había en el Caribe lugar para una tiranía anacrónica como la de Trujillo.
Bosch lleva a la atención de Trujillo lo que era su inevitable fin. ¿Cuándo? Ni Bosch, ni Trujillo, ni nadie lo podía saber, pero era inminente. Bosch le presenta dos opciones: “… el destino de sus últimos días como dictador de la República Dominicana puede reflejarse con sangre o sin ella en el pueblo de Santo Domingo. Si usted admite que la atmósfera política de la América Latina ha cambiado, que en el nuevo ambiente no hay aire para usted, y emigra a aguas más seguras para su naturaleza individual, nuestro país puede recibir el 27 de febrero de 1962 en paz y con optimismo; si usted no lo admite y se empeña en seguir tiranizándolo, el próximo aniversario de la república será caótico y sangriento; y de ser así, el caos y la sangre llegarán más allá del umbral de su propia casa, y escribo casa con el sentido usado en los textos bíblicos”. Los obispos y Bosch le advirtieron a Trujillo que si seguía derramando sangre, esta llegaría a su casa. ¡Y efectivamente sucedió!