Es un error suponer que los intelectuales, literatos, historiadores, políticos y lúmpenes pandilleros criollos que desprecian a los haitianos, por ser negros y pobres, inventaron una nueva categoría ideológica, una manera novedosa de ser chovinistas. Ya Hegel había hecho lo suyo al referirse a África en el siglo XIX. Lo devela Enrique Dussel al analizar el mito de la Modernidad. “Acerca del África Hegel escribió unas páginas que merecen leerse, aunque debe tenerse mucho sentido del humor, ya que es la culminación fantástica de una ideología racista, llena de superficialidad, con un sentido infinito de superioridad, que nos muestra bien el estado de ánimo de Europa al comienzo del siglo XIX”. (Dussel, E. (1994) 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”. Plural editores, p. 17). Y pasa a citar de Hegel su obra Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. “África es en general una tierra cerrada, y mantiene este su carácter fundamental (…) Entre los negros es, en efecto, característico el hecho de que su conciencia no ha llegado aún a la intuición de ninguna objetividad, como, por ejemplo, Dios, la ley, en la cual el hombre está en relación con su voluntad y tiene la intuición de su esencia […] Es un hombre en bruto"
Dussel enfatiza que “son unas de las páginas más insultantes en la historia de la filosofía mundial”, y semejante juicio se dirá de muchas de las que hoy se escriben entre nuestros “pensadores” al referirse a nuestros vecinos del Oeste. Concluye Dussel con el argumento racista de Hegel: "Este modo de ser de los africanos explica el que sea tan extraordinariamente fácil fanatizarlos. El Reino del Espíritu es entre ellos tan pobre y el Espíritu tan intenso, que una representación que se les inculque basta para impulsarlos a no respetar nada, a destrozarlo todo […] África […] no tiene propiamente historia. Por eso abandonamos África, para no mencionarla ya más. No es una parte del mundo histórico; no presenta un movimiento ni un desarrollo histórico […] Lo que entendemos propiamente por África es algo aislado y sin historia, sumido todavía por completo en el espíritu natural, y que sólo puede mencionarse aquí, en el umbral de la historia universal.”
Por supuesto no pretendo señalar con esto que las expresiones de nacionalismo chovinista actuales en la sociedad dominicana sean herederas de Hegel porque sus voceros leyeran a dicho autor – ¡a tanto no llegan! -, pero sí son vástagos de una mentalidad eurocéntrica inculcada por sus estudios unos, por la herencia trujillista otros, o una suerte de combinación grotesca de ambas experiencias, sin obviar la conocida actitud pequeño burguesa de decir y actuar para congraciarse con quienes tienen poder. En todos los casos que he analizado siempre hay ciertas falencias mentales de origen combinadas con lecturas parciales. Incluso he llegado a dudar, por conocer algunos, que Unamuno no tenía del todo razón al afirmar que: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”, al menos que partamos del supuesto de un lector y un viajero con la mente y el corazón abiertos a la vida y no previamente cargado de rencores propios o heredados. Del corazón de los seres humanos a veces brotan hermosas perlas que tenía escondida, pero también engendros del averno que se ocultaban en su interior.
El mito de la modernidad, argumento principal del texto de Dussel, ha generado una perspectiva deshumanizante y expoliadora de los pueblos sometidos, tanto de su trabajo (recordemos a Lico Alerte con quien inicié mi artículo del pasado viernes), como de las riquezas de nuestros territorios. Esa óptica económica, política e histórica se fundamenta en una antropología que reconoce únicamente como humanidad plena la de los europeos, los estadounidenses y otras potencias, considerando a los pueblos latinoamericanos, africanos y gran parte de Asia como inferiores debido a su raza, su lengua, su cultura, su religión y toda suerte de señales características que inventan. Uno de los “trucos” más comunes entre los líderes y clases dirigentes de los países discriminados es considerarse ellos mismos como miembros y representantes de las sociedades “desarrolladas” y despreciar a los pobres de sus pueblos o sus vecinos con los mismos criterios que los saqueadores de sus sociedades.
Existen los humanos (los de los países desarrollados y parte de los sectores dirigentes de los pueblos sometidos que se auto perciben como tales) y los “otros”, los que no son plenamente humanos y a los cuales se les puede explotar, golpear, discriminar y hasta asesinar si la oportunidad se presenta. Recientemente, en un gesto de obscena sinceridad de lo que late en su corazón, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, comparó a la Unión Europea con un jardín, mientras la mayor parte del resto del mundo es una jungla. Por lo visto Hegel sigue muy presente en algunas mentalidades del viejo mundo. En nuestro caso local una minoría criolla (que se auto percibe blanca sin importar lo que diga el espejo) se consideran los guardianes de un jardín que solo está en sus alucinaciones y pretenden defendernos de una selva que “amenaza” al Oeste de la frontera.
Estas formas de pensar se amplifican con el empuje en las redes sociales de sectores de extrema derecha y sus logros políticos, comenzando por Trump y Bolsonaro, el golpe de Estado en Bolivia en el 2019, y gobiernos como el de Hungría y recientemente Italia. El caso de Putin es antecesor de todos ellos. La destrucción de la democracia y los derechos humanos son sus principales objetivos, generando la polarización de las sociedades en base a mentiras y la construcción de modelos políticos y religiosos fundamentalistas que se centran en abstracciones y no en la plenitud de la vida humana. La tolerancia es interpretada como debilidad y el diálogo como traición a una única verdad. Estos movimientos ultraderechistas son una de las expresiones más despiadadas de la modernidad, heredera del fascismo y el anticomunismo, con una vocación temible por la violencia y el crimen.