1.- Trujillo como escritor y académico: la gestación de un mito.

A extremos tan inconcebibles llegó el  delirio de grandeza de los Trujillo, alimentado por la lisonja interesada de los turiferarios de ocasión,  que en su  poder omnímodo parece llegaron a concebir que,  como por ciencia infusa, les llegaría  el conocimiento y el bagaje intelectual que a los ojos de sus semejantes les hiciera respetables. Es como si se dijera- lo que muchos parecen creer hoy todavía- que el poder da conocimiento.

La farsa de los lauros académicos , como no podía ser menos, había comenzado con el tirano. El 19 de septiembre de 1934, la directiva de la  benemérita entidad cultural santiaguense “ Amantes de la Luz”, presidida entonces por el periodista y escritor Pedro María Archambault solicitó al congreso nacional  para Trujillo el título de Doctor Honoris Causa, por parte de la Universidad de Santo Domingo.

Acogiendo el pedimento, la Universidad se dirigió al Congreso Nacional, el cual en fecha 2 de octubre del mismo año, otorgaba al mismo su aprobación mediante ley.  La petición inicial abogaba porque se acordara al tirano el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Económicas y Políticas, pero la universidad decidió hacer más abarcativo el honor acadèmico, confiriéndole el título de Doctor Honoris Causa de todas las facultades.

En su edición del 9 de octubre de 1934, el periódico “La Información” señalaba al respecto: “ha sido esta iniciativa de Santiago, porque la Sociedad Amantes de la Luz es el pensamiento y el sentimiento de esta ciudad”.

La solemne ceremonia académica se llevaría a cabo el 18 de octubre de 1934. Era la primera ocasión en que la Universidad de Santo Domingo confería un “Honoris Causa” a un ciudadano. Pronunciaría el discurso de estilo el entonces Rector de la misma Juan Tomás Mejía Soliere,  quien expresaría: “hace ya unos años, con motivo de la visita que nos hizo un eminente profesor extranjero, hubo de lamentarse que no tuviéramos capacitados legalmente para conferir el título al cual vengo haciendo referencia”.

Y agregaba: “esta Universidad no podía permanecer indiferente ante el meritísimo salvador del país y organizador de las instituciones nacionales; y no tiene el derecho de desoír el clamor popular que exalta su nombre, y por ello celebra este acto de justicia”.

Cuatro años más tarde, continuaría la imparable carrera de alimentar en ego enfermizo del tirano, otorgándole nuevos honores académicos. El 28 de octubre de 1938, la más vieja casa de estudios del nuevo mundo, al cumplirse el cuarto centenario de su fundación, bajo la rectoría del Lic. Julio Ortega Frier, en acto solemne, organizado por la guardia universitaria- totalitario designio  encaminado a convertir el estudiantado universitario en un cuerpo pretoriano servil al régimen imperante-,  fue otorgado  a Trujillo el título de “gran protector de la universidad de Santo Domingo”, entregándole en la ocasión una medalla de oro con el  escudo en esmalte de la alta casa de estudios y un pergamino contentivo de la resolución que disponía tan elevado reconocimiento académico.

El primer CONSIDERANDO de la referida resolución no podía ser más elocuente y lisonjero:

“…El Generalísimo Doctor Rafael Leónidas  Trujillo Molina, Benefactor de la Patria, con sus patrióticos empeños civilistas y su munífica protección de la cultura, ha reivindicado para la Universidad de Santo Domingo, la más antigua de América, el prestigio y esplendor que alcanzó en antes y que dieron a esta ciudad el justo título de Atenas del Nuevo Mundo”.

Pero para el tema que ocupa la atención del presente artículo, el más importante es el CONSIDERANDO segundo de la referida resolución, el cual consignaba:

El Generalísimo Doctor  Trujillo Molina, en noble gesto de generoso y emulador desprendimiento, donó a la Universidad su valiosa y laureada obra “Reajuste de la Deuda Externa” y una lujosa edición de la misma, de diez mil ejemplares, para iniciar con el producto de su venta el fondo  que habrá de destinarse a la edificación de la Ciudad Universitaria, máximo anhelo del Benefactor de la Patria”.

Se trataba  de una desagradable ópera bufa. ¿Desde cuándo era Trujillo escritor y académico?  Sencillamente, quien había escrito la obra era el publicista chileno Doctor Carlos Dávila, pero el laureado autor del mismo, para todos los efectos, era el tirano.

Dos años más tarde, mediante el decreto No. 856 del 10 de diciembre de 1940, el Dr. Manuel de Jesùs Troncoso de la Concha,  entonces Presidente por procuración, pues de todos era sabido donde residía el mando, designaba a Trujillo como Catedrático de Número de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo. Acogía de ese modo la resolución que el día anterior, había adoptado el Consejo Universitario, la cual había sido aprobada en sesión solemne extraordinaria y  “… votada puestos de pie por la totalidad de los miembros del mismo”. Ocupaba a la sazón la rectoría el brillante académico e intelectual Virgilio Díaz Ordoñez.

La prensa de la época, para consagrar la farsa, reseñaba que: “esta designación ha despertado inusitado entusiasmo entre los estudiantes universitarios, quienes han manifestado en distintas formas su regocijo en tener como Catedrático al ilustre Conductor de los destinos de la República”.

El mismo día de la emisión del decreto, Trujillo y Troncoso de la Concha  intercambiaron radiogramas, dado que Trujillo se encontraba entonces en viaje al exterior. Troncoso de la Concha expresaría a Trujillo: “acabo de firmar el decreto que acogiendo la recomendación del Consejo Universitario lo designa a Usted Catedrático de Número de Economía Política. Me he sentido muy honrado al hacerlo porque quien como Usted ha sabido poner en práctica las medidas para crear la riqueza nacional y ha obtenido la liberación financiera de la República Dominicana podrá transmitir a los jóvenes de las nuevas generaciones las normas que guiarán a nuestros hombres del mañana por el mismo glorioso camino que Usted ha seguido”.

Trujillo contestaría el mensaje desde el Yate Ramfis, expresando, a su vez:

Exprèsole mi sincera gratitud por el honor que Usted me ha conferido acogiendo recomendaciones  del Consejo Universitario al designarme Catedrático de Número de Economía  Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo. A mi regreso al país asumiré los deberes que me impone tan alta y enaltecedora investidura y pondré mis empeños en que la cátedra a mi cargo sirva de edificación a los jóvenes universitarios en las normas que me han permitido crear la riqueza nacional y laborar sin desmayos por la liberación financiera de nuestra patria”.

Un año después, en 1939, Trujillo era declarado como el primer maestro dominicano, pero ahí no terminaría ni mucho menos tan desazonante comedia.  Ni siquiera la academia norteamericana estaría exenta de cohonestar con la vacanal de lisonjas académicas  tributadas al tirano.

El 17 de agosto de 1942, al siguiente día de tomar posesión de su tercer mandato presidencial consecutivo, en el paraninfo de la Universidad de Santo Domingo, el Embajador Avra Warren, de los Estados Unidos,  entregaba a Trujillo el flamante título de “Doctor Honoris Causa” en leyes  que le concediera  la Universidad de Pittsburg, lauro académico  que firmara nada más y nada menos que su canciller  John Gabbert Bowman.

2.- María Martínez de Trujillo: una falsa autora y un honoris causa.

Trujillo iniciaría la impostura como falso autor de libros y recibiendo títulos académicos sin contar para ello con los merecimientos. Continuaría luego su tercera esposa María Martínez de Trujillo. Todo  comenzó, en el caso de la flamante primera dama,  con “Falsa Amistad”, un ensayo escénico en dos actos y seis cuadros, obra que se atribuye a la pluma del destacado intelectual y exiliado gallego Josè Almoina Mateos.

La misma se estrenaría en el teatro Olimpia, pero al cumplirse  el 19 de mayo de 1947 el primer aniversario del Teatro- Escuela de Arte Nacional, se ofrecería una original adaptación al radio teatro de la referida obra, con papeles estelares protagonizados por la destacada actriz  Antonia Blanco Montes, quien en la obra encarnaría el papel de Edelmira y el reconocido actor y declamado  Freddy Nanita, a quien correspondería el papel de Ernesto.

La propaganda del régimen establecía que la referida obra había servido “para encauzar el futuro artístico- teatral del país”. A tales fines,  se señalaba que: “la más potente organización radial, La Voz del Yuna, con su alto espíritu de cooperación, ha sido cedida sin regateo alguno por su fundador propietario, el mayor J. Arismendy Trujillo, y de esta manera será posible la presentación de Falsa Amistad con la mayor dignidad artística”.

La misma se presentaría en diferentes poblaciones del país, destacándose la que, de forma gratuita, se ofreciera  para los obreros, en el Teatro Julia, que regenteaba entonces como arrendatario el Señor Marcos Gómez.

Tras el rotundo éxito de “Falsa Amistad”, continuaron los prodigios intelectuales  de aquella a quien la propaganda del régimen definiría como  la “fina e ilustre escritora” María Martínez de Trujillo. Esta vez con otra resonante obra titulada “Meditaciones Morales”.

¿Acaso los adulones de ocasión hicieron referencia a Doña Marìa, de que una ilustre predecesora suya- Doña Trina Moya de Vásquez- esposa de Horacio Vásquez, que sí era una verdadera poetisa y escritora, había dado a la luz en 1929 un libro titulado “ Patria y Hogar” y ella no debía desmerecer en tales competencias escriturales, siendo la esposa del tirano ?

Con su fina ironía afirmaba Almoina, a quien bajo el pseudónimo de Gregorio Bustamante se atribuye la autoría de “Una Satrapía en el Caribe”, reverso de “Yo fui secretario de Trujillo: “María Martínez no quiere pasar inadvertida y para mejor airearse se ha metido a escritora. Y no escritora así como así, sino a doctora en moralidades”.

La misma vería la luz en julio de 1947, con un resonante prólogo- pagado especifica Almoina- del notable pensador e intelectual mexicano Don Josè Vasconcelos.

En palabras de Vasconcelos: “María Martínez de Trujillo presenta en estas páginas de “MEDITACIONES MORALES” fuerte y sana doctrina para uso de las madres dominicanas. Desde luego es obvio que será benéfica esa doctrina también para todas las madres del continente hispánico”.

Y señalaba: “Doña María Martínez de Trujillo pone de su cosecha buenos y claros consejos para cada una de las circunstancias de la conducta y en seguida, con tino singular, reafirma sus apreciaciones en textos escogidos de la obra de las  más grandes mentalidades contemporáneas. Eca de Queiroz en su aspecto poco conocido de moralista, Pi Margall, Ricardo León, Zolá, Francisco de Castro, Constancio C. Vigil en gran moralista uruguayo, Cicerón y autores infantiles menos famosos desfilan por el texto de la autora, dándole prestancia.

El lector por otra parte se sorprende al descubrir el concierto estrecho, la afinidad fecunda que liga las observaciones de la señora de Trujillo con los textos ilustres que comenta”.

Y elevando a sus más altas cumbres el encomio a “tan laureada autora”, afirmaría:

La mujer como autora, y este es el caso de la señora de Trujillo, ya no se presenta incitando pasiones que no han menester de estímulo, sino recordando al niño y al hombre las exigencias del patriotismo, que tienen por base la intención y la fuerza de almas educadas en la austeridad y la rectitud. Gracias al esfuerzo de estas almas de selección, la sociedad no acaba, deshecha en la guerra sin cuartel, o hundida en las viciosas sensualidades de la decadencia”.

¿Pensaría acaso Vasconcelos que estaba prologando una obra escrita por Marìa María Martínez de Trujillo  o llegó a tener conocimiento que se trataba de una burda farsa escritural, no obstante lo cual, y a sabiendas,  prestò su pluma para conferir a la misma nombradía intelectual? Compleja incógnita difícil de precisar.

3.- Tras las  falsas  autorías, el Honoris Causa para la primera dama.

El 20 de septiembre de 1955, el Consejo Nacional de Mujeres, Inc., afiliada al Consejo Internacional de Mujeres, ponía en manos del entonces Rector de la Universidad de Santo Domingo, Lic. Pedro Troncoso Sánchez, una misiva encaminada a solicitar que fuera otorgado el “Doctorado Honoris Causa en Filosofía en reconocimiento a sus altos méritos en la materia, a la Excelentísima Señora Doña María Martínez de Trujillo, Primera Dama de la República”.

Firmaban la misma la comisión de damas integrantes del Consejo Nacional , conformado por Amada Nivar de Pittaluga, quien lo presidía, Evangelina B. de Pérez Licairac, Licenciada Marìa Teresa Nanita de Espaillat, Mercedes B. de Guerrero, doctora Violeta Espaillat de Bergés, doctora Polimnia Espaillat de Read, Vicepresidentas del CNM, María D. de Guerrero, tesorera ; Licenciada Clementina Álvarez P, secretaria ejecutiva; Adriana Hoepelman, secretaria de actas; Gisela V. de Troncoso, Genarina de Leyba Pou, Estela de Jiménez, y doctora Fabiola Caminero de Svelti, vocales.

Los más diversos y representativos sectores del ámbito privado y público se adhirieron a la propuesta, pero fueron especialmente los más connotados  intelectuales trujillistas los que fueron consultados, como era la usanza de la época, para apoyar y elogiar dicho reconocimiento.

Joaquín Balaguer, para entonces Secretario de Estado de Educación y Bellas Artes, hacía público el 25 de septiembre de 1955   un documento de adhesión, en el cual manifestaba a la primera dama: “me complazco en comunicar a la Excelentísima Primera Dama de la República, que el personal femenino del Magisterio Nacional en toda la República, así como el de esta Secretaría de Estado, han tenido la satisfacción de dirigirse en esta fecha al Señor Rector de la Universidad de Santo Domingo, adhiriéndose a la atinada moción del Consejo Nacional de Mujeres, en sentido de que sea otorgado a vuestra ilustre persona el título de Doctora Honoris Causa de la Facultad de Filosofía de ese Alto Centro Docente, en reconocimiento de vuestras relevantes virtudes y de vuestra notable y valiosa contribución espiritual e intelectual al mayor esplendor de las letras nacionales e hispanoamericanas”.

Al día siguiente, 26 de septiembre de 1955, el Claustro Universitario, reunido en sesión solemne en el paraninfo de Ciencias Médicas Doctor Defilló, aprobaba conceder a María Martínez el título de Doctora Honoris Causa en Filosofía, siendo Rector de la misma el Lic. Pedro Troncoso Sánchez.

Conforme sus palabras, al ponderar tal decisión: “las prédicas morales de la Primera Dama son un producto directo de la experiencia de la vida. No escribe a espaldas de la realidad, sino que cada pensamiento se deriva de un hecho real”.

Por su parte el Doctor Fabio Mota, decano de la facultad de filosofía, al manifestar su apoyo a la decisión,  afirmaría que “…desde la muerte de Félix Evaristo Mejía se había perdido la enseñanza de la moral en América” mientras que el entonces decano de la Facultad de Derecho, Manuel María Guerrero (Don Puco), razonaba afirmando que: “no era la Universidad la que pedía que se otorgara el título de Doctora Honoris Causa a la Primera Dama, sino el pueblo”.

Así, con Doctorado y todo, quedaba consagrada la ficticia nombradía autoral de Doña María Martínez de Trujillo como lo fue, en años anteriores, los de su cónyuge. El tiempo, juez implacable, poco después pondría las cosas en su sitio.

Afiche promocional de la obra de la falsa autoría.

 

El Embajador Warren, de los Estados Unidos, impone a Trujillo las insignias académicas durante el otorgamiento del Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Pittsburg, en 1942.
Trujillo en traje académico recibe el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Pittsburg en 1942.