Un amigo me envió un editorial de un diario dominicano sobre la cuestión migratoria haitiana. Lo leí. Me pareció bien en sus líneas generales. Ahora bien, se pretendía estar en un punto medio entre extremistas. No acerté a comprender quienes eran los extremistas. Creo que a veces se emplea ese truco retórico de intentar situarse en el punto medio de dos posiciones encontradas, pero traídas por los pelos.

Calificando a dos posiciones de “extremistas”, se auto otorgan así, de manera “facilona”, el papel de “hombre bueno”, de “componedor de entuertos”. De “centrista”, que toma las partes racionales de los dos extremos, para lograr una síntesis “superadora” de las anteriores. Loable, si no fuera un cascarón vacío.

Lo primero es que faltaría explicar cuáles son las posiciones extremistas a las que se refiere. Porque no es extremismo decir que un Estado mínimamente serio no puede permitir el tránsito discrecional, no autorizado, de a quien le venga en ganas pasar de un lado a otro de la frontera. Extremista sería decir que a quien se le sorprenda traspasándola se le dispare a matar.

Tampoco es extremista decir o escribir que en un mundo justo “químicamente puro” (inexistente, por tanto), toda mujer u hombre debería ir dónde le venga en ganas. Si tiene los medios para hacerlo. Y esté admitido, por las partes implicadas (llámense estados o como se les denomine entonces), que esto sea posible hacerlo.

Ese es un sueño compartido por muchos. Lo “extremista” es defender eso cuando aún existen fronteras, estados nacionales y condicionantes económicos, que hacen que eso sea una irresponsabilidad, que beneficia especialmente a los compradores de fuerza de trabajo para explotarla con salarios y condiciones de trabajo por debajo de los exigidos por las leyes laborales de un país. ¿Por qué? Debido a que va contra los intereses de empleo y de salario, de los nacionales y residentes legales de un país determinado.

Para mí la manifestación extremista por antonomasia, en un país como la RD – situado en una isla dividida en dos “estados soberanos”-, se encuentra entre quienes pretenden ser parte, o peor, ya son parte constitutiva  de la élite política, intelectual, social y hasta económica, de la “clase reinante”, de ese país y propugnan un trasvase de población haitiana, permanente, continúo, masivo, y sin visos de contención, sin limitaciones precisas y predeterminadas.

Ser extremista es propugnar regularizaciones periódicas de ilegales haitianos, lo cual crea más que un “efecto llamada”, una estampida hacia la RD. País que no requiere esa masa de fuerza de trabajo, ya que tiene niveles relativamente altos de desempleo y subempleo, de miseria y exclusión social, entre la población local, para aumentarla aún más con la población que emigra desde la vecina Haití.

Las regularizaciones, que han sido pocas en el mundo y motivadas por envejecimiento de la población y por carencia de mano de obra en países europeos, han sido muy criticadas en la UE, ya que las hechas en España –por ejemplo, en tiempos del Presidente Zapatero-, permitieron que gran número de los regularizados en España se marcharan a países con mejores políticas sociales para los inmigrantes o dónde había ya colonias amplias de nacionales africanos, de oriente medio o de asiáticos.

O sea, por la lógica de las migraciones, van dónde sus condiciones o expectativas de vida puedan ser mejores. España fue una vía para seguir hacia otros países de la UE. Y los otros Estados miembros de la UE no deseaban esa migración sobrevenida. En RD los que vienen no tienen un lugar mejor dónde ir. Vienen para quedarse.

También se podría tachar de extremismo los que dicen o han dicho, que hay que dar la nacionalidad dominicana a 250 mil haitianos. Cifra curiosa, ya que si en los Censos de Población es difícil localizar a la población haitiana en RD, ¡vaya usted a saber de dónde sacan la cifra de 250 mil! Pero es que dar la nacionalidad a esa cifra no se queda ahí. Una vez son dominicanos por naturalización eso les da derechos a la nacionalidad a su prole.

El caso es que la familia haitiana es más extensa que la dominicana. Si se pone una cifra de cuatro por cada nacionalizado, en realidad, lo que se está pidiendo es dar la nacionalidad a un millón de haitianos, aproximadamente. Y lo más grave, aparte de la cantidad, es que las disposiciones legales de la RD disponían que no se les aplique el ius solis (entonces vigente), a los nacidos en RD de padres sin residencia legal.

Pero además, es que una sentencia del Tribunal Constitucional –por más controvertida que sea para algunos creadores de opinión-, fue tomada por una mayoría, aunque con voto minoritario discrepante, lo cual no disminuye en nada su legalidad. Dicha sentencia avala la señalada disposición y establece que los haitianos nacidos en RD de padres sin residencia legal no son dominicanos. Y además, no es verdad que sean apátridas, porque en la Constitución haitiana los hijos de haitiano son haitianos.

Así pues, la interpretación de dónde reside el extremismo es materia opinable. Dicho lo cual, hay que llamar la atención del truco empleado por algunos de querer ocupar un espacio de centralidad y justo medio, de “aura mediocritas”, que no les corresponde en absoluto.

Casi nadie –dejo ese casi como un espacio abierto o vacío para los que sí merecen estar en esa posición-, de quienes defienden que no es positivo para los intereses nacionales legítimos de la RD, la inmigración caótica, ilegal, masiva y sin límites, de haitianos hacia la RD, mantienen esa posición por “supremacismo nacional” imperialista, por considerar que por “naturaleza” hay una “superioridad” innata en ser dominicano, o por racismo o xenofobia. Esos adjetivos se colocan a los discrepantes para invalidarlos. Es un chantaje. Un truco político. Un medio entre otros para tratar de silenciarlos.

Lo más chistoso, si no fuera trágico, es que los que así califican a sus discrepantes, muchas veces los conocen bien para saber que buena parte o la inmensa mayoría de ellos no han escrito nunca que por ser blancos tienen que defender a los blancos del mundo, o por ser mestizos o mezclados tienen una patria superior o una nación sin territorio que se llama “raza” o “etnia” mestiza, mezclada, mulata o negra, que deben defender por encima de cualquier otra cosa. Y sin embargo, al contrario sí ocurre,  hay quienes defienden esas nociones. Por solidaridad de “color de piel”, de orígenes o de lejana descendencia. Por ende, seamos serios y si queremos centrarnos, hagámoslo con rigor.

No es pasión sino razón, lo que hay cuando se argumenta contra una inmigración no querida, no imperiosamente necesaria, y que traerá más perjuicios que beneficios, quizás a corto plazo y, de manera impepinable, a medio y largo plazo. Gobernar bien es anticiparse a los problemas. Prever para evitar contrariedades insalvables. Y para evitar males mayores a la RD, y en especial al pueblo, a la mayoría pobre que vive y vivirá de un salario.

Hay que tener el coraje de detener la afluencia masiva de haitianos a la RD, con eso se hace un bien doble, a los dominicanos (porque se eliminará una fuente de competencia laboral que provoca una tendencia a la baja o a la contención salarial),  y también a los haitianos.

Éstos, cerrada la espita migratoria hacia la RD, deberán plantearse no emigrar sino transformar social y políticamente a su país. Y esto último es el programa de la izquierda histórica, lo de emigrar, como alternativa al cambio social, es la receta neoliberal, adoptada por la izquierda light, que se resume en el dictum: “salvese usted y el que no pueda vivir que se muera o que se lo lleve el diablo”.

Recuerdo que uno de los teóricos del Estado más importantes del siglo XX señalaba que el Estado no es un bloque monolítico sino un “campo estratégico”. Habrá luchas internas y presiones, entre quienes desean que siga la afluencia masiva de mano de obra barata y sin derechos para super explotarla. Para emplearla en las infraestructuras, para la construcción, para el peonaje agrícola. A sabiendas o no, todos los que defienden esa migración desordenada, son cómplices de este tipo de “empresarios”, los más atrasados y retardatarios.

Pero el fin del Estado, aunque sirva a los intereses de la clase capitalista en su conjunto, es tener la autonomía suficiente para tomar decisiones que sectores y fracciones de esa clase ven con malos ojos, perjudiciales para sus intereses inmediatos. El Estado debe ver más lejos y más estratégicamente que determinadas fracciones de las clases dominantes. Si la RD quiere seguir la vía del crecimiento y, más aún, del desarrollo económico, hacer su economía más productiva, e ir disminuyendo la brecha actual de desigualdad y exclusión social, hay que emplear más dominicanos  (no menos).

También a residentes legales, muchos de ellos en la modalidad de contratos de migración circular para los trabajos de temporada o estacionales, es decir, al terminar su contrato regresan a su país. Dominicanos o no, en todos los sectores de la economía los trabajadores deben tener salarios decentes y dignos, servicios de salud y emplear tecnologías que hagan la producción industrial, agrícola y la construcción más eficiente, más productiva. Ese es el futuro que tiene que ir estableciendo la acción del Estado aquí y ahora. Ese es el debate. Todo lo demás son cortinas de humo. Humanismo de saldo. Logomaquia.

Torrelodones 18 de octubre de 2022