Un video en TikTok en el que una persona grababa a un menor (quien no tiene capacidad para prestar consentimiento para ser grabado), que estaba evidentemente drogado, lo que motivó que tratara el tema desde la perspectiva de los factores de riesgo. Cabe mencionar que el consumo de sustancias tóxicas es una conducta penalizada, y si bien es cierto que Ley núm. 136-03, establece una edad de responsabilidad penal, no menos cierto es que estos casos deben ser notificados al CONANI para recibir la debida intervención y remitir diligentemente al tratamiento correspondiente.

Farrington aborda el tema del desarrollo de la delincuencia juvenil de manera profusa estableciendo aquellos factores que predisponen a la delincuencia juvenil y adulta, en la etapa de la infancia. Con la Criminología del Desarrollo vital, sabemos que se estudian una serie de factores de riesgos biopsicosociales que dan cuenta de la posibilidad que tiene un individuo de llegar a desarrollar una conducta antisocial y una carrera delictiva, como los delincuentes persistentes. Consecuentemente, se miden dichos factores, aunque algunos tomados por sí solos, como ha establecido Farrington, citado en este caso por Raine (2013), como el de la baja tasa cardíaca, puedan predisponer de manera significativa a la delincuencia violenta.

Dentro de este contexto, el estudio de los factores de riesgo han sido el fruto de numerosas investigaciones de carácter prospectivo longitudinal que mide desde la infancia del individuo hasta determinada edad.

Garrido y Redondo (2013), citando a Redondo manifiesta que “los factores de riesgo para el delito pueden estructurarse exhaustivamente en tres categorías fundamentales: 1) riesgos personales, inherentes a un sujeto, 2) riesgos o carencias en el apoyo prosocial recibido y 3) oportunidades delictivas.” Estos se inscriben dentro de la teoría del Triple Riesgo Delictivo, presentada por Redondo.

En términos llanos, factores de riesgo serían aquellos que posibilitan la conducta antisocial. En contraste, los factores de protección, aquellos que hacen poco probable la incidencia en la actividad delictiva. Por ejemplo, baja inteligencia versus alta inteligencia.

En un análisis sobre los factores de riesgo evaluados por edades, y dispuesto por nivel de correlación, tomando como fuente el estudio a Lipsey y Derzon (1997), Garrido y Redondo (2013), señalan “los mejores predictores difieren para cada grupo de edad (se analizan 2) a la que se efectúa la predicción. Así, haber cometido un delito (…) en el período de los 6-11 años es el factor de riesgo más sólido de una delincuencia grave posterior (…). Por otra parte, el abuso de sustancias tóxicas se halla también entre los mejores predictores en el primer grupo de edad (6-11)”. No obstante, se enumeran una serie de factores de riesgo, como el hecho de tener padres antisociales, varón, nivel de pobreza, problemas de conducta, padres maltratadores, pero lo dividen por nivel de importancia o correlación.

Por poner un ejemplo, en cuanto al factor de riesgo relativo a los padres antisociales. La Neurocriminología ha realizado estudios respecto a la influencia de la herencia y la genética en la conducta violenta, y dentro de estos, se han estudiado casos de gemelos e hijos adoptados. En el caso de los hijos adoptivos, se ha verificado que, a pesar de estos contar con un ambiente benigno y crianza adecuada por parte de los padres adoptivos, han terminado convirtiéndose en delincuentes de carrera. Raine (2013), desarrolla el caso de Jeffrey Landrigan, adoptado cuando apenas era un bebé. Comenzó a desarrollar conductas antisociales desde temprana edad, y pasó de delitos menores al homicidio, siendo condenado por otro homicidio agravado, a la pena de muerte. Mientras se encontraba en el corredor de la muerte, uno de los presos notó el tremendo parecido que tenía con otro de los presos, y resultó que era su padre biológico (al que nunca había conocido) quien también había sido condenado a la pena de muerte por homicidio agravado, la misma cantidad de homicidios que Landrigan. Cuando se investigó el historial de sus parientes biológicos, confirmaron que el papá del papá de Landrigan había sido un delincuente de carrera que había muerto por la Policía luego de robar una farmacia.

Por tanto, a partir de los resultados de las diversas investigaciones han llegado a la conclusión de que lo más pertinente es iniciar planes de prevención desde la niñez, con familias y niños de riesgo. Farrington (1994), enfatiza “el costo del sistema de justicia criminal (ej. Policía, cortes, prisión, facilidades residenciales juveniles) son enormes en comparación con el costo de los enfermeros que sería casi seguro que sería rentable (por lo menos, en términos de reducción del crimen) reasignar una pequeña proporción del presupuesto de justicia penal para proporcionar programas intensivos de visitas de salud para familias de alto riesgo.”

Farrington (1994) establece que “Numerosos estudios demuestran que los problemas de la conducta en la niñez, predicen la delincuencia y el comportamiento antisocial”. Más adelante, señala el autor en referencia que “el hecho de que el comportamiento antisocial en los primeros años de vida prediga comportamiento social más tarde es un argumento fuerte para concentrarse en esfuerzos de prevención alrededor del tiempo en que el niño nace.”

Y se detiene en la necesidad de que, para poder prevenir la delincuencia, no solo hay que tener un conocimiento sobre sus causas, sino sobre los factores de riesgos y de protección (Farrington, 1994), ya que esto nos permitirá controlar aquellos que se puedan controlar, e intervenir en edades tempranas modificando ciertos elementos propios del ambiente. A pesar de que sabemos que no es posible ni ético, modificar factores biológicos que puedan predisponer a la violencia, la intervención en ciertas edades, a través del acompañamiento a las madres por medio de programas de asistencia, por personal especializado, en la crianza y preparación del ambiente, podría implicar una reducción en la tasa delictiva.