Desde hace algunas semanas la crisis entre Rusia y Ucrania, activamente acogida por occidente (en especial Estados Unidos), ha copado la atención mundial. La preocupación ante la materialización de un conflicto de tal dimensión no es para menos. En caso de invasión rusa a Ucrania, Estados Unidos prevé (i) de 25,000 a 50,000 ucranianos muertos, (ii) de 5,000 a 25,000 militares ucranianos muertos y (ii) de 3,000 a 10,000 militares rusos muertos.

El hito más reciente de antagonismo entre Rusia y Ucrania tuvo lugar en 2014, año en el que se suscitó la intervención rusa en Crimea (Ucrania) y la subsecuente anexión de Crimea a Rusia. A pesar de que en 2015 se acordó un cese al fuego, la paz en sí mismo dista de ser alcanzada. Así, Rusia ha gradualmente apostado fuerzas militares en las inmediaciones de Ucrania y ha acentuado el tono de sus mensajes de guerra. El pasado octubre la preocupación aumentó a raíz de un ataque de dron llevado a cabo por Ucrania contra un obús operado por separatistas apoyados por Rusia. Rusia calificó el ataque de ‘acto de desestabilización’ que violó el acuerdo de cese al fuego. El punto neurálgico de las tensiones de hoy día versan sobre la potencial integración de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza de defensa integrada por 30 países. El presidente Putin, quien ha considerado la expansión de la OTAN hacia el este como una ‘amenaza existencial’ contra Rusia, alegó que la presencia de tropas militares en las inmediaciones de la frontera con Ucrania responde a la profundización de los vínculos entre Ucrania y la OTAN.

Por su parte, países de occidente han tratado de mantener un diálogo con Rusia, pero Estados Unidos ha advertido que podría brindar todo su apoyo a Ucrania en caso de una invasión. Aunque Alemania mira con recelo la actitud rusa, su caso no deja de ser interesante. En tanto territorio más cercano de Rusia y casi seguro beneficiario de Nordstream 2 (un gasoducto que conecta a Rusia con Alemania), no ha sido tan agresivo como EE.UU. Los países europeos están un tanto más escépticos sobre el enfoque norteamericano por temor a que el escalamiento de la retórica agrave la situación. La propia Ucrania, por igual y paradójicamente, ha llamado a Estados Unidos a evitar crear pánico. No obstante, en las últimas semanas el nivel de preocupación de los países europeos ha aumentado. El pasado 8 de febrero Francia, Alemania y Polonia han advertido a Rusia, aunque vagamente, sobre las consecuencias “políticas, económicas y estratégicas” de una invasión rusa a Ucrania.

A febrero de 2022 Rusia tiene más de 100,00 hombres apostados en tres lugares estratégicos que circundan Ucrania y acercándose peligrosamente a la frontera. En ese sentido, Rusia tiene un 70% de las tropas que necesita para lanzar un ataque a gran escala sobre Ucrania. Por ende, en unas semanas el presidente Putin deberá decidir si ataca o, por el contrario, retira sus tropas. El movimiento de tropas instruido por el presidente Putin, si bien a punto de consolidarse como una táctica de guerra, podría también ser una táctica de negociación. Dos razones mueven a pensar que el 20 de febrero es una fecha a tomar en cuenta para determinar la seriedad de los movimientos del presidente Putin. Por una parte, ya se habrán acabado los Juegos Olímpicos de Invierno Beijing 2022, a cuya inauguración el presidente Putin asistió en apoyo a su aliado presidente chino Xi Jingping. Por la otra, para esa fecha habrán terminado los ejercicios militares que Rusia está llevando a cabo junto a Bielorrusia (cerca de la frontera con Ucrania), por lo cual 30,000 efectivos rusos estarán en movimiento. La dirección que las tropas tomen una vez abandonen suelo bielorruso será un indicador claro de las intenciones del presidente Putin.