El signo de admiración en todo vecindario siempre fue observar familias en las que sus miembros fueran todos profesionales. Hoy por hoy el éxito familiar o personal se mide con otras varas. Depende del tamaño de la yipeta.
En los tiempos del modernismo virtual es insignificante ir a la universidad, concluir el programa académico y graduarte de educador, ingeniero, arquitecto o médico. Eres menos importante si —además del título— te ocupas de una tierrita heredada, ciento sesenta tareas, equivalentes a diez hectáreas.
El estigma se generaliza al creer que el ejercicio profesional es incompatible con la labor agrícola. Es decir, tienden a confundir el conuco con la agroindustria en perspectiva.
El descredito se acrecienta si contraes matrimonio y te quedas a vivir en la casa materna. Eres, según las malas lenguas, bueno para nada. Eres un mantenido.
Pero, hacer todo lo anterior surte poco o ningún efecto si, además, compras una yipeta. No importa si tienes que valerte de un financiamiento abusivo. No puede ser cualquier yipetica, no. Tienes que montarte en un yipetón.
Para completar el palé debes exhibirte en la comunidad. Que todos sepan cuál es tu montura. Por tanto, al llegar a la casa, luego de un baño, te pones un pantalón corto, una camisa casual, unas sandalias en pura piel y una gafa oscura. Entonces sales a dar una vueltecita.
Lo ideal sería una baja velocidad de desplazamiento. Que los vecinos tengan la oportunidad de verte, de decirte:
—Vecino lo felicito, espero que la disfrute.
Y que tú les respondas minimizando la ostentación:
—Vecino, usted sabe que esta guagüita está a su orden, es suya cuando la necesites.
El paseíto es garantía de que la noticia corra en cuestión de horas. A partir de eso usted pasará a ser un excelente profesional, un hombre de éxito, brillante y de moral incuestionable. El mejor vecino del lugar.
Porque la yipeta, ese es el patrón de la sociedad actual para determinar qué tan bueno eres como profesional. Qué tan bueno eres como comerciante, como esposo, como hijo, etc. Ojo, mientras más caro es el vehículo, mayor sonoridad tendrá el éxito.
El simple repaso de lo que dicen las voces de la calle explica la dimensión de estar bien montado en la sociedad contemporánea. Veamos:
—Nadie que ande en una yipeta así va a ser un charlatán. Ese es un hombre que sabe trabajar para buscarse lo suyo.
Pero, ¿qué significa eso de “buscarse lo suyo”? ¿Acaso no será lo mismo que el que se la busca como un toro?
—El hombre a pie no es gente—, repiten.
Y si dices que prefieres un carro chiquito, los amigos ripostan:
—Barco grande ande o no ande—
Pocos serán los que nunca escucharon a un amigo resaltar los méritos de otra persona que se compró su vehículo estrambótico.
—¿Viste la máquina que se compró nuestro amigo? Eso es un “máquinon”
No obstante, si al amigo de la herencia le quitan la yipeta por moroso, el descrédito es insoportable. No lo salva ni el médico chino. Ahora dicen todo lo contrario.
—El tipo se volvió loco cogiendo prestado. Los réditos se lo comieron. Creyó que la herencia no se acabaría nunca.
—A él le dieron 160 tareas, hizo líos como si fuera un terrateniente. ¿Quién ha visto que con chines de tierra se compra yipeta?
Por todo lo anterior, lo recomendable sería que cada uno construya sus propios parámetros de éxito. Que se olviden de querer complacer el morbo del vecindario. Porque a fin de cuentas los bultos nunca llevan a nada bueno.
En suma, déjese de estar de bultero que, de todas maneras, los vecinos y amigos saben que usted está enredado hasta el cuello. Que te está llevando quien te trajo.