Aunque hemos hecho críticas a la mediocridad y es prudente hacerlo, el mediocre merece compasión no desprecio, porque es preciso recordar que es el primero que sufre por sus conductas y porque en la medida en que somos tolerantes con las deficiencias ajenas, somos menos duros con nosotros mismos. La mediocridad no es una condición con la que se nace, sino una actitud u opción de vida.
En cambio, según el diccionario de la RAE la excelencia es: Perfección, grandeza y calidad que constituye y hace digna de singular aprecio y estimación alguna cosa. Esa definición habla del impacto que produce en los demás, pero la excelencia es positiva principalmente para el sujeto que la manifiesta, suponiendo un reforzamiento a su autoestima.
El valor de una persona se mide por el aporte que hace a los demás, puede ser asistencia, afecto, dinero, seguridad, salud, enseñanzas, diversión, etc., evidentemente, mientras mejor desempeñe su función, mejor valoración tendrá en la sociedad. La vida civilizada se desarrolla en un constante dar y recibir, sin este intercambio se nos hace difícil sobrevivir, ya que necesitamos cierto grado de aceptación social.
La excelencia se manifiesta: cuando sabes quién eres, conoces tus fortalezas y debilidades, decides hacer algo que valga la pena y lo haces aportando lo mejor de ti. Esto es de suma importancia porque tal vez Albert Einstein habría sido un pésimo pelotero, Michael Jordan no habría ganado nunca un festival de la canción, ni Juan Luis Guerra hubiera podido ser un campeón de boxeo. Pero pensemos por un momento lo que habría pasado si ellos o sus padres hubiesen insistido en seguir esas carreras.
Todos debemos buscar la excelencia, lo que no quiere decir que tengamos que ser famosos. La excelencia consiste en hacer con grandeza, incluso las cosas pequeñas. Probablemente recuerdas a alguna anciana de tu familia, que supo darte mucho cariño, que fue ejemplo de bondad y simpatía, seguramente la calificarías como excelente, independientemente de que no fuera una celebridad.
La vida excelente consiste en desarrollar tus capacidades de la mejor forma posible, pudiendo disfrutar de lo que haces y favoreciendo con ello a los demás. Un proverbio persa dice: El día en que naciste todos reían y tú llorabas, vive de tal manera que cuando mueras todos lloren y tú rías.
La Biblia dice que quien honra padre y madre tendrá larga vida (Éxodo 20:12), es un mandato que se acompaña de una promesa y si lo razonamos, veremos que resulta lógico, porque lo normal es que un padre quiera lo mejor para sus hijos (salvo posibles anormalidades). El respeto a los padres conlleva obediencia, generando las bases para una mejor adaptación social y mayores satisfacciones personales. Sería muy extraño ver a un padre pedirle a su hijo que: sea el peor en la escuela, que coma alimentos perjudiciales o que sea grosero al tratar a los demás. Si el niño aprende a obedecer a sus padres, de adulto le será más fácil respetar las leyes, a sus jefes, ser agradecido y tener mejores relaciones humanas. No haber procesado bien la paternidad, podría producir al clásico rebelde sin causa o “rosca izquierda”, quien tiene necesidad de discutir por cualquier cosa. La relación padre-hijo es el primer proceso de capacitación humana para poder adaptarse a las diferentes normas sociales y para las relaciones con representantes de la autoridad. Si tu hijo no te respeta difícilmente podrá ser feliz.
Algunos mafiosos, narcotraficantes y sicarios, pese a las vidas que tuvieron, soñaron con tener hijos ejemplares y aunque a veces es posible, la mejor forma de educar a un hijo es mediante el ejemplo. Por efecto de: las constelaciones familiares, epigenética, memoria social, castigo divino, karma, simple aprendizaje vicario o ley de causa y efecto, nuestros descendientes tarde o temprano tienden a ser afectados por el tipo de vida que escojamos. Realmente, buscar la excelencia es la mejor herencia que puede dejarse a los hijos.
Está bien que escojas el tipo de vida que prefieras, pero lo que hagas hazlo bien, lo que haces mal te daña en primer lugar a ti y a la larga, también a los tuyos. La perfección está fuera de nuestro alcance, pero es muy conveniente ser excelentes como: personas, amigos, parientes, parejas, vecinos, empresarios, maestros, profesionales, atletas, etc. Además de la calidad de vida que tendrías, imagina como sería un mundo en que todos decidieran dar lo mejor de sí. Si no te motivas a superarte, analiza si estás verdaderamente en tu camino.
Los países que tienen personas dispuestas a dar lo mejor, están destinados a ser grandes. En 1945 al terminar la II Guerra Mundial, Alemania estaba penosamente destruida, pero los alemanes decidieron sacrificarse por su país para ayudarlo a recuperarse y en casi una década, lograron convertirlo en uno de los países más ricos del mundo. No sigamos buscando excusas, si nuestro país no está mejor, simplemente tú y yo no estamos siendo excelentes.