Las civilizaciones evolucionan en la medida en que evoluciona el pensamiento de sus integrantes. Las sociedades más desarrolladas presentarán una mayor complejidad en su cultura, ciencia, tecnología, organizaciones sociales, pero también en su espiritualidad y creencias religiosas. Las civilizaciones que muestran descomposición social tienden a debilitarse y desaparecer, lo sano es mantener una superación constante. Las religiones son uno de los elementos de la sociedad donde se refleja el nivel evolutivo humano y suelen unificar las comunidades.

Si analizamos la Iglesia Católica actual, podemos ver que es una institución muy organizada, con una jerarquía bien establecida, con un magisterio que regula celosamente sus dogmas de fe, con relaciones sociopolíticas con los gobiernos del mundo. Tiene evidentes contribuciones a nivel de la educación, hospitales y organizaciones sociales, especialmente en países en desarrollo. Evidentemente estamos hablando en general, como institución religiosa, lo que no descarta que un sacerdote pudiera ser un corrupto. Tanta organización es comprensible por tener 20 siglos de evolución.

Las religiones judeocristianas comparten una raíz o tronco común, donde descubrimos que los representantes del “pueblo de Dios” no siempre fueron ejemplares, aunque los creyentes aprenden a no verlo cuando leen las sagradas escrituras.

El Antiguo Testamento relata: asesinatos, discriminaciones, masacres, etc., realizados en nombre de Dios, ya que entendían que él se sentía muy feliz cuando le sacrificaban personas o animales. Algunos dirán que eso es un misterio y que hay que “aceptarlo en fe”, aunque la inteligencia es uno de los dones más preciados del hombre y la sabiduría es luz de nuestros pasos (pudiendo evitar el fanatismo). Se supone que Dios no se equivoca, pero el hombre sí y mucho. Abraham inicialmente veía razonable matar a su hijo en ofrenda a Dios, por otro lado, el declarar Anatema (o herén) a un pueblo enemigo, conllevaba asesinar sus hombres, mujeres, niños y animales como una “ofrenda grata a Dios”, de encariñarse con alguien y no matarlo, se consideraba una grave falta a Dios (Levítico 21, 2 y Josué 6, 17-21). Dios no era sanguinario, pero nosotros sí, aunque no lo sabíamos.

Hoy en día existen religiones que están en un nivel más primitivo que la nuestra y, entre sus creencias, piensan que deben sacrificar animales para agradar a los dioses y obtener beneficios. Cuando desde nuestra civilización los contemplamos, consideramos que son religiones satánicas, inferiores, negativas, pero olvidamos que hace un par de milenios éramos peores. Pero muchos creen que el cristianismo surgió hace algunos años (cuando ellos lo descubrieron) y pretenden desentenderse de lo que sucedió en estos milenios, por lo que podrían repetir los mismos errores que en ese periodo se presentaron.

En la República Dominicana existen grupos de intelectuales, que consideran como un ejemplo de mente abierta el integrar al culto vudú practicado en la vecina nación de Haití, como una interesante diversidad cultural. Consideran estos rituales simplemente como expresiones del folklore de los pueblos y desconocen la relación que guardan las creencias y los rituales con la mente humana y las civilizaciones. No son elementos culturales inocentes, sino poderosos mecanismos o procedimientos que interconectan al individuo consigo mismo, la sociedad, el cosmos y lo espiritual. Las transculturaciones tienen un precio y las naciones tienen el derecho de aceptarlas o no, pero con la suficiente consciencia de lo que eso conlleva. En este caso hablamos de un retroceso psicosocial importante, así como confusiones a nivel espiritual en las conciencias no formadas.

Otro ejemplo de transculturación espiritual lo tenemos en Halloween, para algunos una fiesta para disfrazar los niños y para otros una festividad satánica.

La comunidad de creyentes, la Iglesia o “pueblo de Dios” es una masa de personas mucho más heterogénea de lo que usualmente quisiéramos aceptar, funciona como una gigantesca caravana. Algunos marchan al centro, son el promedio (los normales), otros van delante son los “cabeza caliente”, aventureros o exploradores, otros van atrás son los pasivos o de entendimiento lento. Algunos pueden estar hacia la derecha o la izquierda en diversos aspectos, pero en definitiva todos pertenecen a esa masa, que en su mayoría no entiende el camino, pero caminan siguiendo a los demás. Algunos tienen mucha dificultad para creer, mientras otros creen cualquier cosa.

La religión es algo viviente y como tal debe desarrollarse y adaptarse a los tiempos. Decía Jesucristo: no es el hombre para la ley sino la ley para el hombre (Marcos 2: 27), lo que significa que la religión es un instrumento, no una finalidad en sí misma. El vocabulario utilizado por una religión no puede quedarse estancado en el pasado, porque las palabras son el vehículo de conceptos trascendentes. Por eso se permitió traducir el Antiguo Testamento del hebreo al griego, luego al latín y finalmente a unas dos mil lenguas, siendo la Biblia, el libro con más traducciones del mundo.

Las religiones necesitan avanzar acordes al paso de la humanidad, por lo que antes de predicar hay que escuchar. Si no entiendo tus palabras, nada me dicen.