Introducción

Larga y doliente; preñada de avatares y no pocos naufragios; con avances y retrocesos ha sido en nuestro suelo la batalla por el triunfo del libro y la lectura; esa lucha tenaz, tan incomprendida como pocas veces estimulada, para que triunfen sobre la ignorancia y la ruindad los más nobles valores del espíritu y la inteligencia.

Pero a pesar de todo, y no sin tropiezos, las obras del espíritu y la inteligencia van dejando su impronta en la incesante marcha de la historia. Y no siempre por senderos plácidos y rectilíneos, sino al influjo de ese imperativo dialéctico  que Maritain definía como “el doble progreso contrario”, pues lo positivo y lo negativo son dos movimientos inmanentes que se entrecruzan inevitablemente en cada encrucijada histórica.

Es lo que llevaba a afirmar a don Julián Marías -el último y más aventajado discípulo de Ortega y Gasset- que durante el  franquismo, y en no pocas ocasiones “a pesar del franquismo”,  España no fue un erial cultural ni un páramo agreste.

Y es que ante un sanguinario general Millán Astray, que gritó airado en los fueros ilustres de La Salmantina el horripilante "¡Viva la muerte!", surgió un Unamuno, símbolo de la entereza de la inteligencia ante los desafueros de la barbarie, proclamando, frente a la encarnación del poder abusivo, su valiente lección de “Vencerán, pero no convencerán”.

Vienen a cuento estas deshilvanadas reflexiones al momento de escribir unas notas, a modo de evocación histórica, en torno a nuestra primera feria del libro, celebrada en el país el 23 de abril de 1951, en plena dictadura trujillista, hace ya 72 años, en vísperas de celebrarse la XXV versión de la Feria Internacional del Libro.

Cabe consignar que antes de 1951 destacaron esfuerzos loables, entre los que cabe señalar el realizado por las distinguidas damas integrantes del “Club Nosotras”, quienes en los primeros meses de 1930 organizaron con notable éxito la denominada “Semana del Libro”, destinada a recopilar textos donados que le permitieran formar su biblioteca, evento que suscitó en su día bastante atención pública por su carácter novedoso, pero no fue sino hasta 1951, como ya se indicara, cuando puede hablarse propiamente del inicio de la feria del libro en nuestro país.

1.- Disposición que creó el “Día del Libro” y la celebración de la primera feria del libro en la República Dominicana

Fungía entonces como Encargado de la Presidencia Héctor Bienvenido Trujillo (Negro), hermano del tirano y a la sazón secretario de Estado de Guerra, Marina y Aviación. Joaquín Balaguer era el  secretario de Estado de Educación y Bellas Artes.

Todo inició con la emisión del decreto 7292, del 10 de abril de 1951, en cual, entre otros considerandos, establecía que:

la producción bibliográfica dominicana ha alcanzado en los últimos años un desarrollo extraordinario, y que cada día es mayor el interés de nuestras clases populares por ese importante aspecto de la cultura humana” y que, además: “el 23 de abril conmemora el mundo de habla española el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, Príncipe de los ingenios de nuestra lengua y autor de uno de los libros de que se enorgullecen con más justo título las letras universales”.

En virtud de las precitadas consideraciones, se dispuso instituir: “el 23 de abril de cada año  como Día del Libro”, encargando a “la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes de conmemorar anualmente esa fecha con actos adecuados que tiendan a estimular en las clases populares y en la población escolar del país el amor a la lectura”.

Es en dicho contexto que la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes, como se denominaba entonces a lo que es hoy el Ministerio de Educación, dispuso que trece días después se  llevará a efecto la primera feria del libro de la República Dominicana. Se hizo bajo las arcadas del histórico palacio del Consejo Administrativo del Distrito de Santo Domingo, hoy Ayuntamiento del Distrito Nacional, situado entonces en pleno corazón de la zona colonial y abarcando las inmediaciones del parque Colón.

Allí estaba en el acto inaugural el destacado intelectual y entonces subsecretario de Educación Miguel Ángel Jiménez (Cuchico), en representación del secretario Balaguer, acompañado de los más importantes funcionarios de la Secretaría de Educación y Bellas Artes, entre los que destacaban, entre otros, el subsecretario José Manuel Ramos, el Dr. José Rafael Muñoz, director general de Bibliotecas, Francisco García (Pancho), director del Conservatorio Nacional de Música, Jaime Colson, director general de Bellas Artes, Julio Alberto Hernández, director de la Escuela Elemental de Música, Pedro René Contín Aybar, director del Teatro Escuela de Arte Nacional, Salvador Iglesias, director de la Enseñanza Secundaria Normalista, como también H. B. Castro Noboa.

Las principales dependencias del Estado y las bibliotecas públicas exhibieron sus publicaciones, pero el detalle que más cabe destacar es la participación activa de las principales librerías y casas editoriales de Santo Domingo.

Don Julio Desiderio Postigo, fundador de la Editorial Librería Dominicana.

Allí concurrió don Julio Desiderio Postigo, con su Editorial Librería Dominicana, la cual, conforme las reseñas de la época, era la verdadera casa editorial del país, de carácter privado, por ser la única que compraba derechos de autor y editaba por su propia cuenta y riesgo obras de excelente calidad que vendía directamente al público.

Precisamente, dos años antes, en 1949, había dado inicio don Julio a la importante y novedosa colección “Pensamiento Dominicano”, de la cual formaron parte obras de los más representativos escritores nacionales, entre los que cabe citar, entre otros, a Salomé Ureña de Henríquez, Francisco Gregorio Billini, Tulio Manuel Cestero, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Ramón Emilio Jiménez, Américo Lugo (su antología preparada por Vetilio Alfau Durán), Domingo Moreno Jiménez (antología preparada por doña Flérida de Nolasco), Sócrates Nolasco, E.O. Garrido Puello, Ramón Marrero Aristy, José Manuel Sanz Lajara, Héctor Incháustegui Cabral y Marcio Veloz Maggiolo.

En el año 1951, bajo los auspicios de la colección, fue editado “El Cristo de la libertad”, obra que resultó ser la más vendida de la feria y de los dos primeros libros editados en tela -seda fría- en la República Dominicana, a saber: la antología de escritos de don Emiliano Tejera, preparada por Manuel Arturo Peña Batle, y la dedicada a Pedro Henríquez Ureña por su hermano Max Henríquez Ureña.

Pero no faltaban en la Editorial Librería Dominicana, siendo expuestas en la feria, las hermosas novedades internacionales, como era el caso de la prestigiosa editora española de M. Aguilar, de la cual era representante, famosa por sus lujosas y bien cuidadas ediciones encuadernadas en piel, especialmente sus inolvidables colecciones “Obras Eternas”, “Joya” y “Crisol”.

Titular-de-la-prensa-alusivo-a-la-primera-feria-del-libro-en-1951--728x246
Titular de la prensa alusivo a la primera feria del libro, en 1951.

Allí estuvieron, de igual manera, la “Librería Nueva”, de don Francisco Carías, situada entonces en “El Conde” No. 65, acompañado de su hijo Frank Carías Domenech, entonces estudiante de término de la carrera de Derecho, exhibiendo sus valiosas colecciones de obras gramaticales, sus compendios filosóficos y sus raros diccionarios.

Y enriquecía el valioso catálogo de librerías participantes don Sebastián Amengual, con la famosa librería que lleva su nombre. Era don Sebastián distribuidor exclusivo de la famosa revista cubana “Carteles”, verdadera novedad editorial que a buen seguro debía constituir en su época, por la riqueza y variedad de contenido y la calidad de la edición, una de las principales atracciones de los intelectuales y el público lector.

Anuncio de Librería Amengual promoviendo la Revista Carteles.

En nuestra primera feria, no faltó el Instituto Americano de Libro, con su representante José María Escofet, con valiosos textos de diversas disciplinas al igual que la importante “Librería Duarte”, prohijada por la “Acción Católica”, uno de los más dinámicos movimientos laicales de la Iglesia Católica de entonces, y cuyo regente e impulsor principal lo era el entonces presbítero Juan Félix Pepén, luego primer obispo de la Diócesis de Higuey, en 1959. En la ocasión ofreció al público libros de contenido humanístico y de los mejores filósofos y teólogos de entonces.

Conformando la distinguida cohorte de libreros, se encontraba, de igual manera, la importante “Librería de La Rosa”, regenteada por su propietario Juan de la Rosa Méndez.

Eran los precitados solo una selecta muestra de un conjunto de valiosas librerías, entre las que destacaban, entre otras, la del Economato Universitario, Librería Monserrat, Casa Weber, Caridad Cordero, Fiume Vicini, Librería Argensola, Librería Oscar, Librería Valencia, Librería Buenos Aires, La Casa del Escolar, Librería Santiago, Librería Hispaniola y Librería Dominicana.

Y vale precisar lo de “selecta muestra”, pues a pesar de los pesares, conforme la “Guía de las librerías, editores, impresores y vendedores de libros de la República Dominicana”, preparada en el mismo año de 1951, por el insigne bibliógrafo y bibliotecólogo don Luis Florén Lozano, a la sazón director de la Biblioteca de la Universidad de Santo Domingo, que -cabe recordar, tanto hizo por nuestro país en las disciplinas de su especialidad- contaba el país para entonces con 161 firmas activas en el campo de las publicaciones y del comercio de las mismas, de las cuales 109 eran imprentas.

Los mismos libreros se encargarían de propiciar la participación de expositores para animar un importante ciclo de conferencias destinado a enriquecer el programa ferial. Disertantes en la ocasión, fueron, entre otros, José María García Rodríguez, en nombre del Instituto Americano del Libro y de la Prensa; Luz Echavarría, de la Librería de La Rosa; por la Librería Nueva, lo hizo Frank Carías Dominici; el destacado intelectual  Francisco Prats Ramírez, a la sazón diputado al Congreso Nacional, expuso en  nombre de la Librería Dominicana y Próspero Mella Chavier, en representación de la Librería Duarte.

Fue mandatorio que en todas las escuelas del país se hablara sobre la significación del libro y su importancia como principal vehículo de la cultura humana.

Complementarían las actividades colocaciones de retratos de Cervantes. En la sede de la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes el que pintara el eximio José Vela Zanetti al igual que serían colocados otros dos, uno en la Escuela Normal Salomé Ureña y otro en  la biblioteca circulante del barrio de Mejoramiento Social.

2.- El Premio de los Libreros Dominicanos “Pedro Henríquez Ureña” instaurado un año después, como fruto de la primera feria

La iniciativa de la primera feria arrojaría como un resultado positivo digno de destacarse, la iniciativa de instituir y otorgar a partir del año siguiente, el Premio de los Libreros Dominicanos a la mejor obra publicada en el período comprendido entre una y otra celebración del Día del Libro, es decir, entre el primero de abril de 1951 y el primero de abril de 1952, ambos inclusive.

Fue el proponente de la idea, Don Julio Desiderio Postigo. El mismo consistía en la entrega de una suma de $500.00- bastante apreciable en la época- para la mejor novela, ensayo, obra política, de versos, historia, etc, seleccionada por un jurado de cinco miembros designados por los mismos libreros. Don Julio y el Señor Carías fueron responsabilizados de redactar las bases del mismo.

Como secretario de la Comisión, fue designado Don Luis Florén Lozano e integrada por Manuel María Guerrero (don Puco), Manuel Valldeperes, Francisco O. Carías, Germán Emilio Ornes Coiscou, Carlos Federico Pérez, Francisco Prats Ramírez y Joaquín Balaguer

Ya entonces, para el año siguiente, tuvo la feria una duración de una semana, a diferencia de la primera, que fue solo de un día y se acordó extender la misma a todas las provincias del país.

El punto 8, de los diez que conformaban las bases del concurso, consignaba que: “No se considerarán para fines de este concurso los panfletos u obras que tengan una extensión de menos de 150 páginas”.

3.- Una reflexión y exhortación final

Exceptuando aquellos días de “pasado esplendor” de nuestros albores coloniales que cantara con acento entristecido nuestra gran Salomé Ureña de Henríquez, ni en dictadura ni en democracia ha sido tarea fácil abrir en nuestro país senderos de cultura.

Mucho ha llovido desde 1951,  pero  no es poco lo que aún  nos falta, a pesar de la irrupción del internet y nuevas posibilidades de edición, comercialización y lectura de libros,  para que la tarea del escritor y la labor creadora en general así como la exigente labor editorial, sean verdaderamente estimadas. Y para que el libro dominicano trascienda y se difunda por inéditos confines.

Y es que en muchos aspectos no estamos muy lejos de lo que en 1945 describiera Pedro Contín Aybar refiriéndose a los tropiezos y vicisitudes del escritor dominicano:

Un autor pobre, o queda inédito, o sacrifica ahorros para no recuperarlos, por las dificultades de venta, porque el libro dominicano habitualmente no se compra, los autores los venden. La costumbre no es depositarlo en librerías, sino remitirlo a amigos y conocidos- muchas veces con elogiosas dedicatorias- y después cobrarlo, o tratar de cobrarlo, que es una cosa muy distinta”.