Retrato de Espaillat, de Luis Desangles (Sisito)

El próximo jueves 9 de febrero, se conmemora el bicentenario del nacimiento de Ulises Francisco Espaillat y Quiñones, uno de los dominicanos más ilustres; referente singular del hombre público honesto y cabal; de patriotismo sin mancillas; quien iluminó sin eclipses claudicantes el firmamento de la patria atormentada porque procuró servirla, a tiempo y a destiempo, cosechando las más de las veces  los frutos acerbos de la incomprensión y la ingratitud.

Cabe suponer que ante efeméride tan memorable, en los próximos días se harán públicos los actos programados para honrarle, a lo largo de este año, a la altura de sus altos merecimientos patrios; entre tanto, vayan estas destrenzadas líneas, como homenaje de fervor y de respeto, al repúblico ilustre, que hizo de su vida un apostolado de entrega sin par a las más altas causas nacionales.

Sus orígenes

Vino al mundo Don Ulises Francisco Espaillat un domingo 9 de febrero de 1823, en Santiago de los Caballeros. Aunque bautizado como Pedro Ulises, fue para siempre y para todos, Ulises Francisco. Único hijo que llegó a la adultez del matrimonio formado por Pedro Ramón Espaillat y Petronila Quiñones. Casado con su prima Eloísa Espaillat, fueron sus vástagos, Augusto, Lola, Sofía, Adela y Rafaelito.

Cabe significar que Doña Eloísa, de ascendiente mocano, era, a  su vez, hija de Doña Margarita Rodríguez, quien tras enviudar de su primer esposo, Juan José, se unió en matrimonio con Juan Mateo Alix, procreando a Carmita y al más grande poeta popular dominicano de todos los tiempos, Juan Antonio Alix, conocido también como “El cantor del Yaque” o “Papá Toño”.

Casa donde nació Ulises F. Espaillat, Calle del Sol entre Mella y San Luis, acera sur. Cortesía del historiador Edwin Espinal Hernández

Don Ulises sirvió a la patria a través de la política, pero nunca se prevaleció de ella para obtener canonjías o medros personales. Era boticario, médico práctico y destilador de alcoholes  y con estos oficios ganaba dignamente su sustento y el de los suyos.

Nunca escatimó esfuerzos cuando fue requerido para servir los altos intereses de la nación. Comenzó su carrera ocupando la diputación provincial por Santiago y diputado del Primer Congreso Revisor que en febrero de 1854 dio a la luz lo que podría denominarse la primera constitución liberal en nuestros anales constitucionales. Presidía tan ilustre Congreso, otro ciudadano eminente, Don Benigno Filomeno de Rojas. Jugó rol fundamental en la Constitución liberal de 1858.

2.- ¿Cómo era Don Ulises en su fisonomía física, psicológica y moral?

Retrato de Espaillat, del Dr. Arturo Grullón

De Don Ulises Francisco Espaillat no se conservan fotos auténticas. Sólo dos celebrados maestros de la plástica, Luis Desangeles (Sisito) y Arturo Grullón, por las informaciones referidas por familiares y quienes le conocieron, han procurado acercarnos, con sendos retratos, a la verdadera efigie del gran civilista.

Un autor anónimo, a quien Don Emilio Rodríguez Demorizi, denominara como “el  primer retratista del Prócer”, bajo el pseudónimo de “Un Yanqui”,  en corta página publicada por vez primera en el periódico El Porvenir, de Puerto Plata, el 2 de julio de 1876, en momentos en que ya Don Ulises ocupaba la primera magistratura del Estado, describe sus rasgos fisonómicos de la siguiente manera:

“…alto, labios finos, de color blanco, ojos azules, y pelo castaño, nariz perfilada …”.

Pero no escaparon a la aguda observación del cronista, sus destacadas prendas morales, al afirmar: “…en todo este conjunto puede leerse como en un libro, la honradez, la bondad, el patriotismo…es de un carácter apacible, muy complaciente y no desdeña consejo de nadie…Cree y es seguro que la libertad y la justicia bien administrada acabarán con las revoluciones y que la honradez del Gobierno salvará la patria de su ruina”.

Y Gregorio Luperón, que le conocería como pocos, le describiría con trazos admirables: “sin dejarse arrastrar por la impaciencia, fue siempre cauto y mantuvo completo imperio sobre sí mismo. En el cumplimiento de su deber era inalterable, y no bastaban ni amenazas ni consejos”.

Señalaría, además: “desde muy joven consagró sus esfuerzos a la libertad y al engrandecimiento de su país, no obstante la indiferencia y las dificultades de su época…hombre firme y sencillo, se distinguió por su valor, su cordura, su moderación y su honradez en todas las circunstancias desde 1844 hasta su muerte”.

Manuel Rodríguez Objío, en aguda auscultación de su alma, no vaciló en afirmar que Don Ulises: “tenía un corazón que sabía distinguir entre la pasión fingida y la pasión sincera”.

Manuel de Jesús Galván, que le admiraba profundamente y ocupó cartera ministerial en su efímero gobierno, advirtió  su semejanza física y moral con Benjamín Franklin. Con él, a decir del celebrado autor de Enriquillo, “tenía fisonómica e intelectualmente una sorprendente semejanza, así en el largo cabello, la frente blanca y los ojos azules, llenos de espiritual benevolencia, como en la coordinación de sus lógicas ideas, y la gracia y la naturalidad con  que las expresaba”.

 

 

3.- Don Ulises Francisco Espaillat, un liberal sin mancillas

Hombre ilustrado y de invariables convicciones republicanas y liberales, no transigía un ápice Don Ulises con la arbitrariedad ni el autoritarismo.

Preciso es calibrar lo que esto significaba en un Estado nacido de los seculares e intactos moldes de 300 años de colonia, y por ende, donde el patrimonialismo, el autoritarismo y el abuso del poder, formaron parte del código genético de nuestra cultura política desde sus cimientos más primigenios. Por eso afirmaba: “jamás arrancareis a mi conciencia un voto por la tiranía”.

Creía en la iniciativa y en la proactividad ciudadana. Sentenció, al respecto, que “el deber de salvar la sociedad le está encomendado a ella misma, mucho más que a los gobiernos”.

Y por eso se involucra, a sus 34 años, junto a una pléyade de patriotas cibaeños en la revolución de los tabaqueros contra Buenaventura Báez, del 7 de julio de 1857. Y por eso se ve precisado a apurar el cáliz amargo del destierro, tras la caída del gobierno de Valverde.

Los meses de ostracismo, los transformó en ejercicio fecundo de estudio y aprendizaje, para afianzar, aún más, sus convicciones liberales. Residió la mayor parte del tiempo en Filadelfia, estudiando a fondo las instituciones y las formas de vida norteamericanas, siempre empeñado en todo aquello con que pudiera mejorar la vida y la conducta de sus conciudadanos.

Pero su irreductible talante democrático junto a sus compañeros de ideales, se vería muy pronto desafiado por una nueva, terrible e ingente prueba. El 18 de marzo de 1861, Pedro Santana, de forma inconsulta, pretende sepultar en ciernes la obra de Duarte y los trinitarios, proclamando la anexión de la República al imperio español.

En aquellos días de oscuridad y de infortunio, no faltó Don Ulises a su cita con la patria. Forma parte del gobierno restaurador en armas, instaurado a partir del 14 de septiembre de 1863.  En dicho gobierno, inició sirviendo las funciones de Ministro de Relaciones Exteriores, y tras la renuncia de Don Benigno Filomeno de Rojas a la Vicepresidencia, desempeñaría también la referida función.

Pero tampoco la lucha restauradora estuvo ajena a las rivalidades y pugnas partidarias; a las odiosas  manifestaciones  del autoritarismo.  Espaillat  fue hecho prisionero durante el gobierno de Pimentel y confinado en Samaná en 1865.

Por sus ideas y convicciones, estuvo preso en la Fortaleza San Luis, en plena lucha restauradora lo mismo que en  la Torre del Homenaje, entre 1872 y  1873, combatiendo a Buenaventura Báez   .

 

De esta época, se relata un episodio que da cuenta de su escasez de bienes materiales y su probidad a toda prueba. En medio de las peripecias de aquel período fatídico, se vió precisado a alojarse durante seis meses en el hotel del comercio, de Pedro Soulich. No contaba con recursos económicos para pagar la factura acumulada, ascendente a $625.00, por lo que se vio precisado a firmar un pagaré notarial, preparado por el escribano Narciso Román, para convenir con el acreedor el pago de la deuda en un plazo de un año.

4.- El prócer civil llamado a la presidencia. Amarguras y decepciones

Todo el discurrir vital de Don Ulises Francisco Espaillat, fue una suprema lección de civismo. El ascenso a la presidencia, su fugaz permanencia en ella al igual que su salida de la misma.

Aunque teniendo la prestancia ciudadana de que era acreedor por sus virtudes y eminentes servicios a la patria, “no se ciega ante los fuegos fatuos de la lisonja clamorosa”, como afirmara Julio Genaro Campillo Pérez, uno de sus más consumados estudiosos. Dejaría claro, entonces, que sólo pertenecía a un partido, aquel que denominara “El Partido Constitucional”, al que definía como  “el partido cuyos deberes se reducen tan sólo a la práctica de un precepto: el de respetar y hacer respetar la Constitución, la cual enseña que el Presidente de la República debe ser nombrado en las asambleas primarias y por el sufragio de los ciudadanos”.

Asciende al poder el 29 de abril de 1876. A decir de Campillo, fue “el primer civilista que se aposenta constitucionalmente en la casa de gobierno…el ascenso de Espaillat a la cima del capitolio es el triunfo del liberalismo que había propiciado Duarte desde que se inició en la vida pública. Un liberalismo que había luchado contra Santana en 1844, contra Báez en 1857 y contra España en 1863…”

No fue presa Don Ulises de la erótica del  poder. Lo prueba el hecho de que, ya ocupando la presidencia, solicitó al congreso que el periodo presidencial de cuatro años se redujera a dos. Conducta insólita en medio de una atmósfera política de factura caudillista.

Promovió la prensa libre; procuró adelantar la agricultura y mejorar la producción tabaquera para fines de exportación. Refería que los argelinos, con los pozos artesianos, habían sacado agua del desierto y por tanto, era preciso innovar con pozos tubulares la producción agrícola nacional.

Propugnó por la creación de una escuela normal para formar maestros; quiso promover las cajas de ahorro “mutualistas” y la modernización penitenciaria. En fin…entendía que nuestro mal fundamental radicaba en la ignorancia.

 

Afirmaría: “…los conocimientos hacen parte del capital de una nación. Es cierto que tratándose de individuos aislados no puede asegurarse que las riquezas hayan de acompañar a los hombres de talento o instruidos; pero hablando de una nación puede establecerse como  axioma que- si es ignorante- no saldrá nunca de la miseria”.

Sin embargo, para no pocos, aquel ciudadano íntegro y visionario, ha pasado a la historia como un ejemplo de los “gobernantes fracasados”. Fracasado porque se negó a las pretensiones de los logreros y farsantes de siempre, que acostumbran medrar al cobijo del poder.

Como afirmara Campillo Pérez: “…prefirió sucumbir antes que ser pragmático. Fracasó en el mando por no abandonar las virtudes. Fue derribado por mirar hacia las alturas y no hacia abajo, rehusando complacer las exigencias de caciques y politiqueros dominados por la ambición y por la lujuria, por la bebida y por el juego, y más que nada por el enriquecimiento ilícito. Sancocho, ron, hembra, gallo, carabina y morocotas del gobierno, salpicadas de molicie, de haraganería, pero también de altanería y de violencia…”

Cuando los tiranos convertían la República en hechura de sus caprichos, y la autoridad y la libertad se perseguían con encarnizamiento, vengando los agravios con inauditos horrores; cuando los cobardes callaban los oprobios de la tiranía; cuando esos viles pusilánimes fabricaban arcos de triunfo a los déspotas y a los verdugos, y todos se prosternaban ante los pasos de los malvados, Espaillat, firme en su dignidad y seguro en su conciencia, declaraba que ni los tiranos, ni sus satélites, ni los legisladores ni los pueblos tienen derecho contra el derecho”.

Ya el 5 de octubre de 1876, se vio forzado a descender del solio presidencial. A decir de Luperón: “su patria no estaba preparada para tan sublime magistrado, y una revolución sin más principios que la ambición y el desorden lo derrocó del poder”.

Con apenas 53 años, como se advierte en los retratos de Grullón y Desangles, su rostro era la viva estampa de la decepción y la amargura, “… enflaquecido y pálido, de  mejillas hundidas y exangües”.

Así lo captó con su agudeza y elegancia sin par  la pluma insigne de Federico García Godoy, cuando al descender del poder, lo vio de lejos tras su llegada de retorno por las playas de Puerto Plata, en 1876:

Recuerdo su llegada de regreso de la Capital en un vapor mercante a Puerto Plata, allá por los últimos días de noviembre o diciembre, en una melancólica mañana de comienzo de invierno, de ambiente frío, de nublado cielo, en que la onda moría mansamente en la curva de la playa con un rumor de vago y prolongado sollozo…Lo vi cuando subía por la escalerilla del muelle. Tenía cincuentitres años y parecía un anciano de sesenta, encorvado, prematuramente envejecido, con la cabeza cubierta de blancos hilos, como si en ella se hubiera amontonado la copiosa nevada de dolores infinitos… Su rostro enflaquecido, pálido; sus mejillas exangües, hundidas; sus ojos de amortiguado fulgor como cansados de contemplar en torno suyo bajezas e ignominias le prestaban cierto pronunciado parecido con uno de esos santos del catolicismo, representados en algunas viejas  estampas, que convirtieron su vida en una dolorosa e interminable serie de maceraciones y abstinencias…Cuando pasó cerca de mí, me descubrí con religioso respeto como otras personas que se encontraban a mi lado…Aquel vencido era el símbolo augusto de la virtud republicana hecha carne que pasaba”.

5.-Su muerte o su verdadero nacimiento a la inmortalidad

 

Menos de dos años después de su abrupta salida del poder, abandonaría Don Ulises Francisco Espaillat el mundo de los vivos, la tarde lluviosa y gris de un jueves 25 de abril de 1878. Con apenas 55 años, caía vencido por los embates inmisericordes de la difteria, las incomprensiones y los desengaños.

 

Velado en su modesta vivienda, situada en la calle de El Sol casi esquina  calle Mella, sería amortajado con el mismo traje de paño negro con que prestó juramento al ascender a la Presidencia.

 

El estro de Salomé Ureña, ante aquella tragedia nacional, terminaría exclamando:

 

¡Oh Patria sin ventura!

¡Cómo sucumben los que el pecho fuerte!

Supieron con bravura

Exponer en defensa de tu suerte ¡

 

¡Cómo sucumbe el adalid preclaro!

Que a restaurar tus fueros

En tus horas de triste desamparo

¡A salvarte voló con los primeros!

 

Siete años después de la sentida muerte de Don Ulises, mediante el decreto 2338, del 29 de mayo de 1885, ocupando la  Presidencia  de la República, Alejandro Woos y Gil y Alfredo Deetjen, Secretario de Interior y Polícia, el Congreso Nacional dispuso la creación de la Provincia Espaillat, consagrada a perpetuar la memoria de este dominicano ilustre, teniendo como cabecera a la Villa de Moca.

El bicentenario del nacimiento de Don Ulises Francisco Espaillat, no debe ni puede pasar desapercibido para las presentes generaciones. Su nombre, como afirmara un destacado historiador, ha de servir de “insignia al civismo” y “debe quedar como recuerdo eterno en la memoria nacional”.