El liderazgo europeo, que desde la Segunda Guerra Mundial y, específicamente, a partir de los acuerdos de Bretton Woods que definieron el nuevo orden mundial que hoy se desvanece, asumió un papel secundario que le permitió a Europa preservar una cuota del mercado manufacturero y financiero mundial; uno más discreto en el de la producción de armas y más activo en el papel de la gendarmería global a través de la OTAN bajo la lógica de contener una posible expansión soviética hacia su territorio, papel que siguió desempeñando a pesar de la desaparición de lo que se entendía como una amenaza para su existencia.
Las aventuras europeas junto a Estados Unidos en el marco de la configuración de la unipolaridad, comprometió al liderazgo continental en acciones bélicas que recorrieron desde los Balcanes hasta África con todo y los bulos – las armas de destrucción masivas jamás encontradas- para justificar refriegas tan siniestras como la de Irak que provocó la muerte de más de 500 mil niños, quizás entendiendo de que de su rol secundario pasaría, en el nuevo escenario unipolar -en el que la historia había sido liquidada por Francis Fukuyama- a una especie de cogobierno mundial, sin darse cuenta de que en los planes estratégicos del “hegemón” no estaba compartir su hegemonía, sino de que sus antiguos aliados pasaran a ser, si es que no lo fueron antes, peones en el tablero geopolítico de su juego, como lo revelara la novedosa plataforma periodística WikiLeaks.
La irrupción de nuevos actores que no fueron visibles durante un tiempo, pero que comenzaron a aparecer en el escenario global sin ruidos, sin tropas, ni aviones, ni barcos, ni portaviones, ni grandes cadenas de medios de comunicación construyendo realidades inexistentes, comenzaron a ser parte de una reconfiguración planetaria que comenzó a apuntar hacia la multipolaridad. Entonces la estrategia del juego debía cambiar y el socio que compartió beneficios con Europa, hasta permitirle alcanzar un estado de bienestar que facilitara un mercado de consumidores seguros, debe pasar abiertamente ahora a ser un instrumento para poner freno al nuevo curso que empezó a definir realineamientos expresados en novedosas alianzas que se fueron convirtiendo en descomunales proyectos como la Franja y la Ruta, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), la creación de los BRICS, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y el afianzamiento y expansión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).
Asia se torna visible y amenazante. ¿Cómo detenerla para preservar el antiguo orden y con ello la hegemonía? La OTAN y su expansión hacia el este pudiera ser la respuesta: ¿Georgia, Bielorrusia o Ucrania como entrada? No importa, Occidente rompió lo pactado con Gorbachov al sumarse a las tres exrepúblicas soviéticas bálticas, incluyendo a Polonia, a La Alianza. Pero el escenario actual es Ucrania; es el camino hacia el este, es el juego para el freno al mundo no occidental que trajo consecuencias nefastas para Europa que, metida en la estrategia estadounidense a modo de instrumento, sufre más que Rusia por las sanciones a esta por su operación militar en Ucrania, pues la crisis energética hunde su competitividad y, como consecuencia, desmantela su industria que huye en estampida hacia EE.UU. quien ofrece incentivos para que se instalen en su territorio; y así, el coloso del norte apuesta a restaurar la industria que desmanteló bajo las políticas reaganianas de deslocalización, sin darse cuenta en su momento que entregaban al continente asiático, y específicamente a China, su industria.