La vieja Europa, con su larga historia cargada de primacías, vive un presente borrascoso, liderado por camarillas destempladas, culpables del abandono sumiso de su independencia y soberanía.
Con las excepciones que confirman la regla, el marasmo de su conducta retráctil hace difícil precisar si es ridículo o vergonzoso, o ambos a la vez, el estado que en el viejo continente ocupa el pedestal.
No es solo la renuncia obtusa a las ventajas de los hidrocarburos rusos, y la insistencia ciega en apurar la negativa a una paz negociada en la guerra Rusia/Ucrania; la desvergüenza de las camarillas gabiadas en la cúpula recorre todo el pentagrama.
Un caso tiplisonante, de corta data, lo tenemos en la respuesta a la ambición desembozada del presidente Donald Trump, en relación con Groenlandia, posesión colonial dieciochesca de Dinamarca.
La anexión de la isla es demandada por compra o arrebato, en atención a “urgencias” de seguridad USA, y está acompañada de la consabida amenaza de sanciones, en prevención del rechazo.
Es la retoma, con pelos y señales, de las agresivas políticas imperiales de principios del siglo XX: El gran garrote (Big Stick), Diplomacia de las cañoneras y Diplomacia del dólar, que en beneficio de los suyos aplicaron “exitosamente” presidentes republicanos y demócratas. Sobresale entre ellos, el demócrata Woodrow Wilson, el de la ocupación de Veracruz (1914), en el marco de la Revolución mexicana, y de República Dominicana, en 1916.
Al amparo de estas políticas, EEUU ha visto ampliar su territorio por medio de las armas y los dólares… . Con armas y argucias realizó inmensos arrebatos a México y España. Con los dólares, adquirió Luisiana, Florida, Alaska, y en el Caribe, en 1917, las Indias Occidentales Danesas, hoy Islas Vírgenes….
En la angurria trumpista también cuenta la doctrina Monroe (1823) de “América para los americanos”, ya que, pensaría el exaltado habitante de la Casa Blanca: ¿qué hace Dinamarca, un paisito europeo de 6 millones de habitantes y 43 mil km2, en posesión de una enorme isla americana, de más de 2 millones de km2, y tan cerca de EEUU?
La esperada respuesta “solidaria” de Europa con su hermano danés se resuma en refunfuños y balbuceos cantinflescos.
Hasta ahora, solo la Francia del pollo de los Rothschild, Macron, parece dispuesto a trasladar tropas a Groenlandia, a fin de “resistir” ¿o viabilizar? la embestida de Trump.
Se espera que, para no ofender al amo, esas tropas vayan armadas con ejemplares de la carabina de Ambrosio, cargadas con semillas de cañamones.
Dinamarca es miembro de la OTAN desde su fundación en 1949, una alianza militar pastoreada por EEUU, supuestamente defensiva, pero caracterizada por ofender, como lo muestran los bombardeos sobre Yugoslavia en 1999, y la consecuente balcanización de la república en seis pequeños Estados independientes.
Dinamarca también es miembro de la Unión Europea, de modo que tiene socios por pipá.
Su primera ministra, Mette Frederiksen, está pidiendo respaldo para la defensa de su posesión colonial, presunta herencia de cazadores de foca y caribúes, que dataría de antes siglo X.
A ella se le ha escuchado decir que la isla “no está en venta”, lo cual a Trump se la refanfinfla, como dicen los españoles. La importancia geoestratégica, y las riquezas ocultas en esta isla predominantemente helada, son irresistibles. Los pobladores ancestrales, los inuit, con miles de años allí, no entran en los cálculos de apropiación.
Es como durante la Edad Media, los señores feudales compran y venden extensiones territoriales sin consultar a los siervos de la gleba que las ocupan y trabajan.
Al pedir ayuda, la primera ministra parece no entender cómo un país como el suyo, incondicional sin doblez, está siendo amenazado por el hermano mayor, con tanta brusquedad.
Ella, que en una “negociación pacífica” no se negaría a ceder cuantas bases militares nuevas quiera EEUU, además de las que ya existen. Ella, que no esconde su inclinación a “compartir” la explotación de las riquezas minerales, etc., ahora tiene que salir en “defensa” del estatus de Groenlandia, aunque al hacerlo apenas logre solapar su entrega.
Por su parte, los aliados de la OTAN y la UE, a los que está acudiendo la primera ministra, rezan desconsolados, mientras aguardan las directrices procedentes del otro lado del Atlántico, para saber qué decir.
Así anda el liderazgo de la vieja Europa. El panorama no podría ser más deprimente y ridículo.