Hoy 11 de agosto al conmemorarse el 120 aniversario de la muerte del padre de la educación dominicana Eugenio María de Hostos, aunque luzca inaudito podemos afirmar sin ambages que este ilustre combatiente por la libertad, independencia y la educación, aun continúa siendo un perseguido por la maledicencia de los que se opusieron a su prédica educativa y revolucionaria, bajo el pretexto baladí de afrontar el laicismo escolar que anatomizaron con el sambenito de “escuela sin Dios”. Como no lograron incinerarlo ni siquiera en efigie con su malhadada inquisición extemporánea, desde antaño han usado todo el poder de su complicidad con la clase dominante para tratar de suprimir sus aportes, ensañándose con sus más emblemáticos recuerdos.
El local donde mayor espacio de tiempo ocupó la Escuela Normal de Santo Domingo (un periodo de siete a ocho lustros) está ubicado en la calle Padre Billini, su frente es el inicio de la calle Duarte, próximo al parque de nombre homónimo. Ni siquiera una placa recordando la muy benemérita Escuela Normal se puede colocar en esa histórica edificación. Eso está prohibido de modo tácito.
El 25 de febrero de 1942 fue develada en los jardines de ese local (antigua Tercera Orden Domínica) la estatua con la vera efigie de Hostos, diseñada por el escultor cubano Juan José Sicre. En la revista Clío, al reseñar la actividad, se anotó para la historia:
“Este homenaje, público y solemne, se celebró de las 4 a las 6 de la tarde, la concurrencia fue numerosa. Pueblo y escuelas ocupaban las inmediaciones de las tres calles que rodean en parte el edificio, frente al Este y frente al Norte” (Hostos. Inauguración de la estatua en honra al maestro. Clío. Academia Dominicana de la Historia Núm. 51. Santo Domingo (C. T.) 1942. p. 20).
También asistieron al histórico acto funcionarios del Gobierno de turno, encabezados por el secretario de Educación a la sazón Víctor Garrido. Fue notoria la ausencia del “Jefe” Trujillo muy asiduo a ese tipo de actividades públicas. Estimo sus áulicos intelectuales le recomendaron distanciarse del pensamiento revolucionario de Hostos, obviamente constituía un «brebaje tóxico» para el muy funesto “Jefe” Trujillo.
Ese legendario local de la antigua Normal por muchos años albergó la Biblioteca Municipal (los estudiantes del desaparecido Liceo vespertino Manuel Rodríguez Objío, que estaba cerca, éramos asiduos a esa biblioteca) fue reclamado por una pasada administración eclesiástica, hoy permanece cerrado. Se ha demostrado que el verdadero propósito era propiciar la expulsión de la estatua que estaba en el jardín del referido inmueble, en un lugar visible para todos los transeúntes de la zona intramuros, muchos adolescentes conocimos al señor Hostos en ese lugar representado por su estatua impresionante. De paso la biblioteca municipal desapareció para siempre, como ha resaltado de modo reciente el historiador Alejandro Paulino en un reportaje publicado en Acento.
A partir del destierro de la estatua del antiguo local de la Normal, este venerable monumento inició un tortuoso y bochornoso deambular por lugares públicos de poco acceso para la población. Me socorre la convicción de que este viacrucis se desarrolló en connivencia con quien de modo injusto se sentía complacido por vengarse de Hostos, imputándole que promovió ideas antirreligiosas. El muy ilustre historiador puertorriqueño Manuel Maldonado Denis demostró que Hostos ni siquiera estudió el materialismo dialéctico. (Manuel Maldonado Denis. Introducción al pensamiento social de Eugenio María de Hostos. Siglo Veintiuno Editores, S. A. México, 1980. pp. 23-24).
La proscrita estatua fue remitida a otro extremo de la ciudad como parte de su “penitencia”, colocada en un lugar casi inaccesible en la Plaza de la Cultura, en uno de los jardines laterales de la Biblioteca Nacional. Luego de una remodelación de ese local, el monumento de nuevo fue desalojado y ubicado frente al Museo de Historia y Geografía. Tras el rediseño arquitectónico de este edificio, se consideró pertinente volver a desahuciar y esconder la estatua. En la actualidad se le ha otorgado un chance (como decimos en el barrio) arrimándola en uno de los patios interiores del Museo de Historia y Geografía, alrededor de un sobrio jardín.
Enclaustrada en ese lugar a guisa de monasterio pocos ciudadanos pueden observarla, contribuyendo de manera fortuita a disminuir la posibilidad que las nuevas generaciones se interesen por saber quién fue esa persona, que sus coetáneos quisieron inmortalizarlo a través de una estatua que incitara conocer su obra inmarcesible.
El monumento a Hostos de modo inverosímil ha remedado un aspecto que caracterizó su vida, la de «errante peregrino» promoviendo su lucha por la libertad, independencia y la educación, como lo afirmara en la propia “Era de Trujillo” el notable poeta Ligio Vizardi (Virgilio Díaz Ordóñez) al emitir su opinión en la famosa encuesta sobre el maestro, en la ocasión acotó:
“Hacia 1880, cuando Hostos comenzó a dejar oír su voz en el adormilado ambiente del aula dominicano, ya el Maestro era un símbolo de protesta. Su sola presencia en una patria ajena, con la fijación de su tienda de errante peregrino bajo cielos que no lo vieron nacer, así lo proclaman”. (La influencia de Hostos en la cultura dominicana. (respuestas a la encuesta de El Caribe). Editora del Caribe, C. por A. Santo Domingo (C. T.) 1956. p. 97).
Designios inescrutables, el Hostos vivo y el Hostos estatua tienen un punto común: ¡«Errantes peregrinos»!
No pocas son las esculturas inmerecidas en el entorno de la ciudad de Santo Domingo, desde las de Colón y Ovando. Pero no hay disponible un pequeño espacio en una plaza pública para alojar al padre de la educación dominicana. ¡Vaya paradoja!
A partir de seis décadas atrás un parque de Santo Domingo ubicado en un lugar frente al Malecón, muy frecuentado por dominicanos y extranjeros (incluyendo turistas puertorriqueños, cubanos, venezolanos y chilenos que saben quién fue Hostos) fue bautizado con el nombre del héroe puertorriqueño-dominicano, quien falleció en la antigua Estancia de Las Marías, contigua a ese sitio en la Avenida Independencia. Se ha ponderado que este sería un espacio idóneo para instalar la estatua y ponerle fin a la ingrata romería a que ha sido sometida.
Sin dudas en este caso asistimos a las recurrentes incoherencias de nuestro ámbito social. En el presente dominicano en vez de vindicar a Hostos, desde uno de los curules del Congreso Nacional se planteó la propuesta de quitarle al parque su nombre (se alegó era una “modificación memorial”) para rebautizarlo en homenaje a otra personalidad de quien se instaló una estatua en ese recinto. También está ubicado allí el busto de otro distinguido ciudadano, que ni siquiera conoció este país. Pero no hay un espacio para la estatua del padre de la educación criolla, aunque usted no lo crea…
Henríquez y Carvajal al pronunciar su histórico panegírico.
Federico Henríquez y Carvajal el 12 de agosto de 1903 al pronunciar su augusto panegírico ante el cadáver de Hostos en el antiguo Cementerio de la Avenida Independencia, de modo lapidario sentenció: “¡Oh, América infeliz, que solo sabes de tus grandes vivos, cuando ya son tus grandes muertos!”.
Don Federico perdón, pero usted se equivocó. Eugenio María de Hostos, a pesar de ser uno de nuestros grandes muertos, todavía a 120 años de su partida ciertos vivos con poder le regatean sus méritos inmarcesibles, insistiendo no solo prosiga su “penitencia” como peregrino errante, sino que lo envíen al infierno de Dante.