Ética aplicada en la IA

Pensar desde la filosofía lo cibernético es ir más allá de lo disciplinar y colocarse en un enfoque interdisciplinar y transdisciplinar, lo que no significa que se pierda la especificidad de la disciplina donde se esté abordando el cibermundo como sistema social, político, económico, cultural edificado en fibras cibernéticas, digitales, IA y la que va experimentándose como la computadora cuántica (1).

Son tiempos transidos ante la inteligencia artificial, tiempos difíciles, dolorosos y angustiosos, pero también tiempos desafiantes, inciertos y de cambio. Debemos ser conscientes tanto de los beneficios como de los riesgos de los avances científicos y tecnológicos, y buscar un equilibrio entre la tecnología y la humanidad. Debemos usar la IA para mejorar nuestro bienestar y nuestro desarrollo, pero sin perder el lado ético, cargado de valores.

La transformación tecnológica digital  y cibernética de la IA, así como la Revolución 4.0, plantean preocupaciones éticas que se colocan en principios de justicia, equidad y transparencia. La IA es una realidad que nos ofrece grandes oportunidades, pero también grandes desafíos.

El sujeto cibernético, especialista en desarrollar este tipo de inteligencia, no puede dejar a un lado el enfoque filosófico sobre la ética deontológica y la ética aplicada, la primera toca las normas y principios que rigen a una determinada disciplina del saber o de una profesión, como el caso la ética docente o la ética jurídica; la segunda se enfoca a la aplicación de principios éticos y de valores en áreas puntuales como la tecnología, el medio ambiente, entre otras áreas.

La ética aplicada tiene la ventaja que no solo analiza y evalúa cuestiones éticas de manera concreta que surgen del cibermundo y del mundo, también ofrece soluciones prácticas dado el marco previo de reflexión sobre sistemas de valores y principios éticos que son propios de esta disciplina.

Con relación a la ética aplicada o práctica como bien lo explica Guisán, es de singular importancia, porque “contiene una temática en principio siempre susceptible de ampliación” (1995, p.47), que además recoge normas concretas aplicables a nuestro vivir de todos los días y se adecua al espíritu innovador, a los fenómenos emergentes y a los problemas de los nuevos acontecimientos que caracteriza a este siglo XXI.

Esta ética vincula “la vida cotidiana con la preocupación de una razón práctica, que por su propia definición, trata de unir la vida activa de la participación cívica y ciudadana, así como la vida del ocio y el negocio, con la propia de la especulación filosófica, para hacer ambos momentos vitales más ricos más hondamente satisfactorio” ( Guisán, ibid.).

La interdisciplinariedad es fundamental en las distintas esferas de la ética aplicada, puesto que es esencial adentrarnos en la temática que se está tratando y trabajar lo que es propio en sentido ético. Por lo tanto, el experto en ese saber temático tiene que adentrarse junto con el estudioso de la ética buscar soluciones y adoptar principios éticos al tema en cuestión.

Como bien lo puntualiza Adela Cortina (1993), en la actualidad nos encontramos en una época diferente a la de Platón, en la que el ético debe ser más cuidadoso y considerado al aplicar los principios éticos que descubre, en lugar de aplicarlos sin ninguna delicadeza a los cuatro vientos o a todas partes.

Ante tantas pretensiones, “hoy nos enseña la realidad a ser muy modestos y a buscar junto con los especialistas de cada campo qué principios se perfilan en él y cómo debe aplicarse en los distintos contextos” (Cortina, ibid.).

Para esta filósofa, la ética aplicada es producto del proceso inductivo que va de lo particular a lo general, lo que implica una configuración de los valores surgidos de las diferentes actividades específicas y que dan paso al proceso “deductivo, en las que principios y valores comunes a una sociedad democrática se aplican a las distintas dimensiones sociales” (Cortina, P.177).

La ética aplicada, como práctica, adquiere importancia al abordar temas como la transparencia, la manipulación de información, la privacidad, la seguridad y la toma de decisiones autónomas por parte de la IA.

Esta ética nos ayuda a no quedarnos atrapados en el plano filosófico de una ética teórica, que es importante, pero no responde a las preguntas que surgen en el contexto de los dilemas éticos:

“¿Tiene una máquina la opción de decidir qué es el bien y el mal? ¿Puede un algoritmo apreciar las ideas de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal? El reto de dotar a la inteligencia artificial no es trivial” (Latorre, 2019, p.174).

Como esto no es una trivialidad, los principales países del mundo cibernético han comenzado a trabajar en la ética aplicada a la IA. Están procediendo a la materialización de esta debido a la aceleración e innovación en el campo de la IA. Cada día, los dispositivos digitales serán más amigables. Con el tiempo, la mediación de los dispositivos de pantalla comenzará a disminuir o desaparecer. Veremos teléfonos inteligentes miniaturizados, sin necesidad de pantalla, tal como lo es el holograma virtual constituido por realidad mixta (virtual y real). ¿Tendremos chips inteligentes en nuestro cuerpo?

En los Estados Unidos y la Unión Europea, los gobiernos están comenzando a firmar órdenes ejecutivas y debatir proyectos de ley que buscan proteger los datos, la ciberseguridad, el derecho de autor y la inteligencia generativa en el mundo cibernético. Esto se debe a que la inteligencia artificial se alimenta de información y conocimientos explícitos que se encuentran en el ciberespacio.

La ética aplicada busca evitar que la IA como tal, produzca conjunto de sesgos cognitivos que hagan proyecciones en contra de sectores sociales específicos, como si fuese una ley natural, carente de movilidad social, lo que tiende a profundizar la desigualdad social, más que a buscar soluciones.

Es importante tener en cuenta que las proyecciones algorítmicas de la IA pueden tener un impacto significativo en la sociedad, incluyendo la salud, la orientación sexual, el empleo y los préstamos financieros, entre otros aspectos. Por lo tanto, es fundamental que se apliquen medidas para evitar o mitigar los riesgos que se desprenden de la IA.

Algunas medidas que se pueden tomar para garantizar la transparencia en el manejo de los datos y la responsabilidad en el uso de la IA incluyen establecer reglas claras y precisas de regulación en el uso de la IA por parte de los gobiernos y organizaciones reguladoras, así como educar a los sujetos cibernéticos para comprender la IA y sus implicaciones.