En la tradición cristiana, se encuentra arraigada la idea de concebir la vida como un don, como un regalo. Este supuesto se vincula a la actitud de agradecimiento, pero también, al reconocimiento de la vulnerabilidad humana.
En el pensamiento secular contemporáneo (Judith Butler, Domingo Moratalla, Emilio Martínez Navarro, Natalie Maillart, Corine Pelluchon, entre otros), se ha retomado la noción de vulnerabilidad para fundamentar una perspectiva ética. El filósofo Edickson Minaya describe el fenómeno en un artículo publicado en este mismo diario digital. (https://acento.com.do/cultura/de-la-vulnerabilidad-9199116.html).
En este contexto, la vulnerabilidad no es una categoría sociológica, no alude a un grupo social que sufre las asimetrías en las relaciones de poder (poblaciones vulneradas como los afrodescendientes o las mujeres). Este tipo de fragilidad se inscribe dentro de lo que se ha denominado vulnerabilidad contextual, distinta a la vulnerabilidad antropológica. Esta última es a la que aludimos en clave ética y la compartimos más allá de cualquier contexto, por ser integrantes de la especie humana, y nos acompaña desde el nacimiento hasta más allá de la muerte, porque aún fallecidos nuestra integridad puede ser agraviada..(Ética de la vulnerabilidad en tiempos de pandemia (scielo.cl)).
Por ello, nuestra sobrevivencia como especie y nuestra realización como personas están íntimamente vinculadas con un cuidado mutuo. Una ética de la vulnerabilidad cuestiona el principio de autosuficiencia y de la meritocracia tan querido en las sociedades del rendimiento. No es verdad que todas las personas reciben lo que merecen y que por mera voluntad se puede ser autosuficiente. Estas ideas pueden ser útiles para promover la competitividad neoliberal, pero no están acordes con la condición humana y con su historia. El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad hace replantearnos el modo en que debemos relacionarnos con los demás y con nuestro ecosistema si aspiramos a tener un futuro auténticamente sostenible.