En el campo cultural dominicano, a partir de un ethos político, no solo son canonizados los libros, sino también los autores, incrementado así su capital simbólico. El prestigio social del autor (el ethos) se transfiere metonímicamente a la obra. En otras palabras, el “campo estético” se confunde con el “campo político” (Bourdieu 24). En algunos casos, “la concepción de la ‘creación’ [se inscribe en la] expresión irreductible de la ‘persona’ del artista, o la utopía… de un ‘mandarinato intelectual’, que tiene por principios un aristocratismo de la inteligencia” (Bourdieu 25).7 Desde sus despachos, los “mandarines de la cultura” otorgan “canonjías” (canon), premios y condecoraciones, es decir, incrementan el capital simbólico de sus vasallos.

El Estado dominicano de las últimas décadas se ha caracterizado por escándalos de corrupción. Dichos escándalos han consistido sobre todo en el enriquecimiento ilícito de funcionarios y la relación entre narcotraficantes, militares y funcionarios. La corrupción permea los campos político, financiero, cultural y académico… Las declaraciones de Alain Badiou, en De un Desastre Oscuro: Sobre el fin de la verdad de Estado, acerca del Estado moderno, en general, servirían muy acertadamente para describir el Estado dominicano: “Alguna vez semejante espectáculo: países empeñados en vender al mejor postor la totalidad de su aparato productivo. Tumulto en el que se mezclan el hampa, ex notables o apparatchiks “socialistas”, capitalistas extranjeros, pequeños comerciantes de donde sea, para meter mano a todo y a todo sacarle tajada” (36).

Es para este tipo de Estado para el que trabaja el intelectual mandarín o cortesano que, como vocero, repite en los medios de comunicación ideas y clichés con el objetivo de crear un consenso acerca de los temas del momento: la cuestión haitiana, el crecimiento económico, la grandeza de ciertos políticos o escritores, el premio literario de alguna vaca sagrada, o la canonización de uno que otro agente del campo cultural.

El intelectual mandarín o cortesano no está interesado en el conocimiento, ni en la verdad, ni en la simbolización de la sociedad en que vive. Su objetivo consiste en incrementar su capital financiero-cultural. Muchos de los intelectuales guardan silencio (su precio es el silencio) o se convierten en “bocinas” repetidoras de las opiniones del gobierno, ya que “la ‘opinión pública’ […] es el punto de contacto entre la ‘sociedad civil’ y la ‘sociedad política’, entre el consentimiento y la fuerza” (Gramsci 339). Estoy de acuerdo con Gramsci cuando asevera que “Cuando el Estado quiere iniciar una acción poco popular empieza creando la opinión pública adecuada, es decir, organiza y centraliza determinados elementos de la sociedad civil” (339). De ahí que la radio, la prensa, el cine, la televisión e internet puedan crear, inmediatamente antes o después de alguna acción del Estado, “sensaciones”, “emociones” y representaciones que manipulen las ideas, con fines de crear un consentimiento entre las clases subalternas.

Los mandarines de la cultura, parafraseando a Ernst Curtius, con referencia a Dante, son los que “distribuye[n] la fama y, en verdad, la inmortalidad (Citado por Bloom 20). La ansiedad (en alemán angst vor etwas: miedo a algo) de ser excluido produce, en muchos escritores, que denominaré subalternos, el miedo a la muerte literaria, es decir, a la expropiación del capital simbólico, lo que los hace medrar en silencio a la sombra del poder. No se atreven a criticar, contradecir a los intelectuales en el poder y, en ocasiones, ni siquiera a participar en una actividad organizada por un escritor sospechoso o “caído en desgracia”, por miedo a la contaminación, por temor a ser excluido del campo cultural, lo cual hace pensar en la paranoia de la vida intelectual durante la Era de Trujillo. Por eso, estos escritores subalternos no vacilan en alabar, elogiar, ensalzar las obras de los mandarines de la cultura, escribir reseñas, ensayos, publicar libros de entrevistas prefabricados, antologías críticas de adulones insomnes sobre la obra de un autor específico, creando así un ethos cultural colectivo, con la esperanza de que se los incluya en este.

Como quien va a concluir y concluye, diré que no les voy a leer la extensa sección tituladaDe la teoría a la praxis: cultura, política y canon literario en la República Dominicana”, en la que proporciono nombres de agentes concretos y específicos que intervienen en los campos políticos y culturales dominicanos, pero si quieren enterarse, los invito cordialmente a adquirir el libro Seis ensayos en busca de nuestra desmitificación.

Como quien todavía no ha concluido, diré que el campo cultural, en tanto praxis política, no escapa a la corrupción generalizada que permea la sociedad dominicana. En las últimas décadas se ha formado un hampa cultural que se expresa en el amiguismo, el compadrazgo, el tráfico de influencias y la coerción, presentes en muchas de las instituciones dominicanas.12 En su libro Sicoanálisis de la corrupción, Saúl Peña K. entiende por “corrupción” no sólo el tráfico de influencia y el engaño con fines de enriquecerse ilícitamente, sino también “la acción de dañar, pervertir, depravar y echar a perder manipulativa y utilitariamente a alguien con propósitos malsanos, alterando y trastocando su identidad, propiciando, consciente o inconscientemente, la complicidad en el logro de esta finalidad” (59). La corrupción, que emana del poder, constituye a la vez la base de sostenimiento de éste. También habría que considerar que la corrupción no sólo tiene lugar en la esfera del poder estatal y esferas legales, sino también en un gran abanico de posibilidades en lo institucional y personal, que va desde un simple soborno hasta la manipulación, con fines de conseguir riquezas, beneficios personales —no necesariamente económicos— para la persona que comete el acto de corrupción. Asimismo, el chisme, la calumnia, la mentira, por parte de los agentes del campo cultural en contra de otros intelectuales tiene como objetivo construir un ethos negativo para despojarlo de capital simbólico y anularlo como sujeto.

El Ministerio de Cultura ha tenido un impacto político extraordinario en el campo cultural. Algunas de sus gestiones se han caracterizado por el caos, el autoritarismo, la centralización de recursos económicos, el derroche de dinero en gastos superfluos, el nepotismo y el despotismo de sus ministros. El activismo vacuo, la espectacularidad, el farandulismo, el clientelismo político y la instrumentalización de la literatura y el arte no han contribuido a la democratización de la cultura.

Continuará