En aquellos tiempos, los imperios fueron entidades político-administrativas con autoridad y gobierno centralizado que ejercían el poder sobre un conjunto de territorios de cercanía y/o en ultramar. Sus impactos trascendieron en la evolución de la humanidad, vista su contribución en términos de i) desarrollo, transmisión y preservación del conocimiento; ii) cohesión y unificación de pueblos o grupos étnicos, propiciando la diversidad y la interacción entre tradiciones y perspectivas; iii) desarrollo de infraestructuras (carreteras, puentes, puertos, acueductos) facilitadoras del comercio, el transporte y la comunicación; y iv) desarrollo jurídico y político.
Asimismo, su contribución v) al desarrollo de lenguajes o idiomas comunes, viabilizando la comunicación y convivencia; vi) a la difusión de religiones: cristianismo, islamismo, budismo, y otras; vii) al intercambio comercial; viii) al desarrollo de la investigación, la ciencia y la tecnología; ix) la difusión de un legado cultural, educativo y artístico duradero; x) al desarrollo productivo. Y a más.
A la naturaleza de todo imperio le es inherente ejercer la supremacía del poder y la apetencia por dominar y expandirse; teniendo como medio de propagación, desarrollo y preservación, las invasiones y guerras de conquista. ¡Guerras y más guerras! Las potencias imperiales siempre fueron industriosas en suscitar horrorosos tiempos bárbaros.
De los imperios
Así fue. Así ha sido. A base de hacer la guerra y suscitar horrorosos tiempos bárbaros surgieron y perduraron los casos del Imperio Akkadio (2235 – 2154 a.C), con radio de influencia en la Mesopotamia: región formada por los hoy países de Siria, Turquía, Irak e Irán, principalmente; el Imperio Antiguo de Egipto (2686 – 2181 a.C.): constructor de las primeras pirámides, desarrollador de la escritura jeroglífica, así como de una fuerte estructura de gobierno centralizado en el valle del Nilo; los imperios Asirio (2025 – 609 a.C.) y Neoasirio, (911 – 609 a.C.), ambos en la Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates; y el Imperio Persa Aqueménida, en Persia, hoy Irán (550 – 330 a.C.), más un resto de países o territorios adyacentes.
Asimismo, el Imperio Ateniense, en Grecia (s. V a.C.); el Imperio Romano (27 – 476 d.C.), que cubría gran parte de lo que son hoy Europa Occidental, Europa Central, Europa del Este, Norte de África, Medio Oriente y Egipto; el Imperio Maurya, en India (322 – 185 a.C.); el Imperio Han en China (206 a.C. – 220 d.C.); y el Imperio Gupta, en India (320 – 550 d.C.).
Lo mismo, el Imperio Bizantino en Constantinopla (330 – 1453 d.C.); el Imperio Sasánida en Persia, hoy Irán (224 – 651 d.C.); el Imperio Islámico temprano (622 – 1258 d.C.), en Oriente Medio, África del Norte y España; el Imperio Carolingio, en Europa Occidental (800 – 888 d.C.); y el Imperio Mongol (1206 – 1368 d.C.), en Eurasia.
También, el Imperio Otomano (1299 – 1922 d.C.), en Eurasia y África; el Imperio Español (s. XVI – s. XIX d.C.); el Imperio Británico, con influencia en todo el globo (s. XVII – s. XX); el Imperio Ruso, en Eurasia (1721 – 1917 d.C.); y el Imperio Japonés (1868 – 1947 d.C.), en Japón y Asia Oriental. Y más.
Si larga es la lista de los imperios, más lo es la de países que ayer fueron colonias o dominios imperiales. Destacando entre los tantos: los Estados Unidos de América (ayer, colonias británicas y españolas), Canadá (colonia británica y francesa), Australia (británica), India (británica) y Sudáfrica (británica y holandesa).
Asimismo, Nueva Zelanda (británica), Brasil (colonia del imperio portugués), México (del imperio español), Argentina (del imperio español), Canal de Panamá (varios imperios), Filipinas (español y estadounidense), Egipto (otomano y británico), y Argelia (otomano y francés). También, Vietnam (francés y japonés), Irak (otomano y británico), Israel (otomano y británico), Sri Lanka (portugués y británico), Kenia (británico) y Ghana (británico), la región de Palestina (británico), Ucrania (ruso). Y decenas de tantos más.
A la multiplicación del pan
Con el fin de la I Guerra Mundial (1918) inició un proceso de desarticulación de los imperios tradicionales, dando lugar a un período luminoso de descolonización y a la creación de estados nacionales como los conocidos hoy en día. El proceso se aceleró y consolidó tras el fin de la II Guerra Mundial, cuando la descolonización alcanzó el máximo despliegue.
Puesto en perspectiva, previo a la I Guerra Mundial (1914-1918), el número de países independientes en el mundo era alrededor de 60; dos décadas después, previo a la II Guerra Mundial (1939-1945), ese número se había elevado a 70. En el período de la posguerra se aceleró la descolonización; y con ello, la creación de nuevos estados nacionales. A tal punto que, cuando la caída del Muro de Berlín (1989), el número de países independientes había saltado hasta 150. En la actualidad (2023), el mundo cuenta alrededor de 195 países y territorios soberanos, con relativa independencia funcional y político-administrativa.
Más allá de la figura
Tras la extinción de la figura del imperio en su versión convencional, ¿qué pasó con la cultura imperial?; ¿ese conjunto de instituciones ideológicas y culturales (la religión, la filosofía, el arte, las normas morales y demás) que, como expresión o componentes de la superestructura del régimen imperial, en el sentido marxiano del término, fueron (han sido) determinantes en las relaciones de poder en todo el mundo?
Se observaron cambios sustanciales en las características típicas de dichas expresiones. Entre otros, i) reevaluación de la cultura imperial; en que, se desarrolló y expandió en las ex-colonias un sentir y perspectiva nacionalista, en atención a la propia identidad y valores, y a los anhelos de independencia nacional, en desmedro del reconcomiendo y dependencia de la metrópoli. Por así decirlo, los pueblos se pusieron pantalones largos.
Ha de admitirse que, en mayor o menor medida, la superestructura imperial en sus diversas manifestaciones ha persistido como sustrato en el desarrollo de las relaciones de poder, reflejándose en formas diversas de ejercicio del predominio y control político y geopolítico. También, mediante modalidades diversas de ejercer la coacción, cooptación, coerción, explotación, dominación y control, y en la determinación de las gobernanzas (nacional, regional y mundial).
Asimismo, ii) fusión intercultural: en que, la cultura imperial dejó improntas peremnes en las antiguas colonias, fusionándose con elementos de la cultura local; reflejándose en el idioma, las creencias, la culinaria, música, baile, y otras expresiones.
También, iii) declive relativo del sentimiento imperial. Conforme fueron perdiendo territorios, el sentimiento de superioridad en las antiguas potencias vino a menos; persistiendo, sin embargo, la nostalgia del pasado, que se refleja, en mayor o menor medida, en modalidades de ejercicio de influencia política, económica y cultural sobre las excolonias.
Cayeron en decadencia; sin embargo: i) el perdurable sentimiento de superioridad; que, en mayor o menor medida, perdura e influye en el desarrollo de las relaciones sociales en la generalidad de países ex colonias. Los de las potencias imperiales se creían (se creen) exaltados, gente ´pura sangre´, poseídos de una estirpe singular; siendo sus valores, religión y formas de vida superiores a los propios de los colonizados. Relaciónese a esto, estrategias de limpieza étnica asumidas ocasionalmente por determinadas tendencias ideológicas en boga hoy en día, mayormente de la derecha política.
Asimismo, ii) la propensión a la explotación: los colonizadores tendían a ver las colonias como una fuente de recursos y de mano de obra barata. Explotaban los recursos naturales y, a menudo, esclavizaban o subyugaban a las poblaciones nativas para optimizar beneficios económicos. Con la descolonización esto varió, pero quedó.
Además, iii) la cultura de imposición: en que, las potencias imperiales tendían a establecer su propia cultura, idioma, religión y normas sociales en las colonias; lo que, a menudo, llevaba a la imposición y dominación cultural, y a la supresión, marginación o pérdida de las costumbres locales. Esto, tras la descolonización, varió, pero quedó.
Y iv) propensión al control: en que, las potencias imperiales tradicionales ejercían un control total sobre las colonias, a menudo a través de sistemas de gobierno autoritarios. Se imponían leyes y regulaciones que servían a los intereses de los colonizadores. También esto varió, pero quedó.
Vivacidad de espíritu y Ley del Movimiento
La “Ley del Movimiento” (o “Ley de Acción y Reacción”: 3ra. Ley de Newton) establece que, “Por cada acción, hay una reacción”. Consignando que, ‘cuando un objeto ejerce una fuerza sobre otro objeto, este otro ejerce una fuerza de igual magnitud en la dirección opuesta sobre el primero´. Extrapolando al tema, podría razonarse que es una verificación de ley de la dialéctica aplicada de la física newtoniana en procesos históricos como la relación imperialismo-colonialismo.
A las fuerzas en que se concretizaba el espíritu imperial se opusieron otras fuerzas que se reflejaron en: i) una mentalidad de resistencia: las poblaciones colonizadas tendieron a desarrollar actitudes de resistencia frente a la invasión, a la subyugación y al dominio imperial, procurando la preservación sus identidades culturales, y la autodeterminación.
La historia de las colonias es fecunda en resistencias y en héroes de resistencias. Son los casos, en América Latina, de Simón Bolívar (Venezuela), José Martí (Cuba), Túpac Amaru II (Perú), Miguel Hidalgo y Costilla (México), Antonio Maceo (Cuba), y más.
También, ii) reacción ante el sufrimiento y la opresión: en que, a menudo, el sentimiento de opresión económica, la discriminación racial o la violencia física ofició de combustible al espíritu y encendió la mecha de la lucha por la liberación de los pueblos colonizados.
Asimismo, iii) la cultura como herramienta de la resistencia: en que, a pesar de la imposición, las poblaciones colonizadas propendieron a mantener sus tradiciones y valores culturales de manera clandestina… y al margen de.
Además, iv) el sentimiento de pérdida de la esencia, el deseo de libertad: en que, con frecuencia, los colonizados experimentaban una sensación de pérdida de autonomía, de su ser en esencia; y como fuerza de reacción, se alimentaba el espíritu de rebeldía. Encendía la llama libertaria.
Los pueblos invadidos, conquistados, expoliados, subyugados, explotados, oprimidos por las potencias imperiales, reaccionaron a la imposición y al oprobio. Y en vez de poner la otra mejilla, tendieron a hacer los quehaceres correspondientes al otro polo, el de la antítesis. Reaccionaron. Generaron dinámicas y procesos opuestos que definieron el fin de la historia de la colonización, en lo convencional.
Con mayor o menor intensidad, unas y otras fuerzas siguen vivas y son determinantes en las relaciones sociales de y entre las naciones hoy en día; en particular, en las luchas por la justicia, la igualdad, la inclusión, la autodeterminación, las autonomías y las independencias.
Reflexiones y aprendizajes clave
1ro. Más allá de aquellas y estas guerras. Aprendizajes destilados de la historia del colonialismo pueden ayudar al abordaje de soluciones integrales de conflictividades añejas subyacentes a estas guerras de hoy en día: particularmente, entre Rusia y Ucrania, más compartes; y entre Israel y Palestina, más compartes. Pueden contribuir a la construcción de opciones superadoras de las posiciones antitéticas; aportar a la creación de posiciones que, en estos términos, representen un salto dialéctico de síntesis, y la historia vaya a más.
2do. Reconocimiento y respeto a las identidades culturales. La negación o pretensión de supresión de la alteridad u otredad, no apaga el fuego de la guerra; lo atiza. Desde esta perspectiva, posiciones estructuradas como disyunción, en modo de “o, o”, o de “ni, ni”, son inaceptables. No son constructivas. La racionalidad histórico-filosófica sostenible conllevaría a afirmar una posición de “tanto como”; en que, tanto los unos como los otros son afirmados, aceptados, incluidos. Y en que, la aniquilación total como objetivo es inaceptable.
No puede, no debe ser: ni para el pueblo y el estado de Israel; ni para el pueblo y el estado de Palestina. La solución de síntesis, superadora de las posiciones antitéticas, ha de implicar la aceptación e inclusión de la otredad, como condición necesaria para la superación de la conflictividad histórica y construir la paz sostenible.
3ro. La paz justa y sostenible no se impone. Aunque suene a ‘voz que clama en el desierto’, en circunstancias tan aciagas como las actuales, con tendencia a ir a más, lo imperativo es plantear o revivir el objetivo de la paz. Que, desde esta perspectiva, implica la creación y re-creación de capacidades tan humanas como la re-flexión y la sincerización; reconocer, escuchar y comprender las preocupaciones y perspectivas del otro: la otra parte involucrada.
Escuchar para comprender, y ´hacerlo hasta que duela’ (parafraseando a Teresa de Calcuta). Que, a tiro limpio no se dan las soluciones sostenibles es una verdad contundentemente sustentada en la historia. Si así fuera, hubieran sido peremnes las soluciones impuestas por las n victorias militares bien habidas. No ha sido así.
4to. No ignorar el principio de la Autodeterminación. La colonización generó la resistencia. La resistencia engendró el espíritu de la autodeterminación. Éste encendió las luchas de liberación. El principio de la Autodeterminación quedó establecido y reconocido como tendencia natural del desarrollo de los pueblos, de realización de las naciones. Así como las guerras de conquista, la imposición de gobiernos, la dominación y el abuso de poder, o control externo al mejor estilo de los tiempos coloniales acaba generando resistencia, regenerando los conflictos, anidando ánimos de liberación. Es malo mirar atrás. Las invasiones y guerras de conquista, las actitudes y posiciones colonialistas, así como el afán imperialista son rémoras del devenir histórico humano. No deben ser.
5to. Justicia y Reparación. Como en los procesos de sanación humana, entre las naciones, la construcción de opciones de paz ha de implicar aceptación, reconocimiento, el abordaje de injusticias incurridas, así como actos de admisión de verdades históricas; esto, como precursores para construir justicia, propiciar reconciliación, facilitar convivencia, sanar heridas y sentar bases para una paz duradera, justa, sostenible. En esto, viejas tareas de reconciliación están pendientes, al tiempo que, con las guerras actuales, se van creando otras nuevas.
6to. El apego a “la verdad os hará libres”. Pero hoy en día la verdad ¡es tan esquiva! Hacer minería de la verdad entre tanto ruido de información servida (manejada) sobre lo que pasa y por qué pasa lo que pasa ¡es un privilegio muy exclusivo! En esta perspectiva, posicionamientos fanatizados, ideologizados y parcializados, propios de “conducta simple de ánimos ingenuos´ (Hegel), al margen de los objetivos de justicia, verdad, derechos y paz, no construyen ni contribuyen. No son reparadores; desayudan a la paz.
Sólo perspectivas objetivas, prudentes y templadas son saludables. Constructivas. Sólo el apego a “la verdad os hará libres” (Jn 8, 32).