Las guerras son horrorosas, catastróficas, devastadoras. El reino de la crueldad, el oprobio y la ignominia. ¿Cómo adjetivar el espíritu subyacente del sujeto o sujetos que ejecutan acción orquestada de irrumpir y acribillar así no más a una sola, a decenas, a centenas de civiles indefensos reunidos en aire de libre convivencia y diversión? Son acciones innombrables y sin concepto, que lastiman y avergüenzan en lo más íntimo la condición de ser humano. Ojalá (en su origen: “Si Alá lo quisiera”) pudiera uno, como Pedro (Lc. 22, 54-62): no una ni dos ni tres, sino que cientos y cientos de veces, negar la condición ante todo el que se deje. Posiblemente, elegiría ser perro.
En las guerras, semejantes eliminan semejantes. Destruyen infraestructuras (viales, institucionales, habitacionales, productivas). Se arruinan capacidades, y quedan traumas y secuelas imborrables de inmenso dolor y angustia en las personas y sociedades directamente afectadas. Un drama humano. La máxima atribuida a Terencio: ´Soy hombre, nada humano me es ajeno´, aplica plenamente. El dolor y destrucción causado, cualquiera que sea el bando en que se dé, hiere en lo más hondo al ser humano.
Los actos de ejecución masiva perpetrados contra inocentes civiles en Israel son deleznables, infames, perversos, lacerantes, repulsivos. Vergonzantes. ¡Tan abajo es capaz de caer la condición del ser humano! Indubitablemente, sí. E inequívocamente, ¡así no debe ser!
Como tampoco, sin que llegue a justificación, debieran ser las intermitentes “operaciones militares” contra los palestinos, perpetradas en tan solo en par de décadas (2000-23), dejando una estela de más de 13 mil muertos y alrededor de 40 mil heridos, sin contar los lisiados, los huérfanos, los niños inocentes, ni las viudas. Sólo del lado palestino. En que, la asimetría de las partes enfrentadas es elocuente: 14 víctimas mortales palestinas por cada 1 víctima israelí. Obviamente, lo execrable y abominable carga más del lado israelí.
¿Será que, en actitud o en acción de guerra, el ser humano niégase a sí mismo en su condición de tal? O, ¿acaso será que esa condición es de naturaleza bipolar; ¿y, entonces, en guerra acciona lo peor esencial del ser?
Son de los misterios de la condición humana.
El “Conócete a ti mismo”, la fórmula aforística atribuida por Platón y Jenofonte a su maestro Sócrates, parece ser una invitación insistida; un mandamiento en lo individual al ser humano a, permanentemente, oficiar el auto cuestionamiento y re-flexión como medios eficaces para el autoconocimiento. Es una máxima que incita al ser humano a autodescubrirse, a auto aprehenderse, a saberse a sí mismo y tomar autoconciencia de su esencia. ¿Qué es lo que es, y para qué da la estirpe humana? Esto, en compatibilidad con el desafío o cuestión aquella de saber ´ ¿quién soy, de donde vengo, a dónde voy? ´. El eterno enigma del destino humano.
En esta perspectiva de inducción metodológica, en y desde lo particular, se des-cubrirá y reconocerá lo universal. Desde el ´ti mismo´ se aproximará al todo, a la universalidad. A la esencia humana. Por eso lo de Sócrates: “Fedro, si crees que no conozco a Fedro puedes creer que tampoco me conozco a mí mismo” (Platón; Diálogo Fedro, No. 228). En esencia, el tú y el yo son el mismo fenómeno. Ese mismo otro. La misma cosa. El mismo ser.
A tientas, con el pasar paciente de los siglos, cayendo y levantando, la raza humana ha logrado avances modestos de auto reconocimiento. De des-cubrimiento del ser, su ser.
Valores y antivalores
Los valores. Convéngase y acéptese que, al ser humano lo distinguen valores fundamentales; un conjunto de esencias diversas que ofician como referentes cardinales para la convivencia de la estirpe y guiar su desarrollo: en lo personal, intra-nacional o tribal, e internacional.
Entre otros, cada uno es depositario de potencial para: i) la Empatía: esa capacidad de comprender, compartir los sentimientos, conectar emocionalmente y mostrar compasión por/para/con los otros, los demás; ii) la Ética: esa tendencia, más o menos reflejada, a ajustar sus acciones a principios tales como la moralidad, la justicia y la integridad; y a iii) la Solidaridad: esa disposición innata a apoyar, a ayudar, a querer, a colaborar al bien-estar de los demás.
Asimismo, iv) el Respeto, que es el cuidado, la consideración y el reconocimiento de la dignidad y los derechos de los otros, más allá de las diferencias; v) la Tolerancia: que es no más ni menos que, aceptar la diversidad de opiniones, culturas y creencias, como base fundamental de la convivencia pacífica y el entendimiento mutuo; vi) la Justicia: que es el llamado a la equidad y tratamiento justo para todas las personas y los pueblos; y vi) el Amor: ese sentimiento de afecto profundo y conexión emocional hacia otros seres humanos, que nutre las relaciones y confiere significado vital.
Y otros referentes fecundantes, como son la Libertad, la Honestidad, la Generosidad, la Responsabilidad, la Humildad, la Gratitud, la Perseverancia, la Autoestima, el Compromiso, la Paciencia, la Sabiduría, la Creatividad, la Espiritualidad, y más.
Todos y cada uno configuran lo que podrían considerarse manifestaciones de una ley moral universal, ley del deber ser. Ese imperativo categórico (Kant) con potencial para suscitar y nutrir a la raza de capacidades para auto desarrollarse, y ser y bien vivir. “Y vio Dios que era bueno”, consigna el mítico relato de la creación (Gn1). Sin embargo, no todo es así.
Los antivalores. También es posible sostener que, otro conjunto de valores antitéticos es coexistente y concordante en/con la esencia natural de la especie humana; reflejándola a través de una amplia gama de comportamientos poco o nada constructivos. Inhumanos. Son el mundo de antivalores como la indiferencia, la crueldad o la avaricia. O el egoísmo, la intolerancia, la violencia y la soberbia. Asimismo, el prejuicio; como también, la ambición, el odio, la ambición y la codicia, y otros demonios más.
Son el otro polo oscuro de la esencia de la especie. Que lleva a, entre otras inconductas, a anteponer los intereses personales sobre los de los demás; a esa discapacidad humana para aceptar o respetar las diferencias en los otros; a la proclividad latente al uso de la fuerza física o psicológica para apenar, condenar, provocar o infligir daños a los demás; y al exceso de orgullo, arrogancia, insolencia, engreimiento y petulancia, desdeñando semejantes. Asimismo, se expresan en la propensión a juzgar o discriminar a las personas sin conocerlas, atento a condiciones de raza, género, religión u otras características no esenciales; o en el deseo insaciable de riqueza, de poder, de poseer y dominar. Y en más que eso.
Con frecuencia, en estas condiciones radican las causas de los conflictos bélicos.
También en lo malo concebida
En gran medida, quizá, he aquí la raíz y causa de la complejidad del ser humano, de su histórico devenir. Pues, si bien se comparte la esencia, cada ser y cada raza; cada nación es esencialmente única e irrepetible, dada una particular mezcla de valores y antivalores. Activos y pasivos que, así en los individuos como en las culturas y naciones, tienden a reflejarse de manera muy distinta, influyendo de manera particular la diversidad de experiencias personales, la predisposición genética y la complejidad cultural. Cada uno, cada una es cada quien.
Bueno fuera que, filosóficamente hablando, la historia fuese el rastro sin fin de un dialéctico, continuo y dicotómico esfuerzo de luchas entre bien y mal por la materialización de aquellos valores esenciales que van a bien; en que, continuamente, ocurre un proceso de hominización del ser humano, siempre linealmente yendo a más.
Así no es.
La realidad es que, la historia humana es compleja. Diversa. Y a veces, ininteligible. Definida por una gama amplia de factores y motivaciones como la evolución cultural, social, política, económica, tecnológica, religiosa, de las ideas; en que, hay períodos en los que se avanza en la materialización de los valores humanos, reflejándose en logros como la abolición de la esclavitud, la descolonización, el reconocimiento de los derechos civiles, la promoción de la igualdad entre los géneros, la igualdad social, el respeto a la diversidad, y otras concretizaciones semejantes. Dígase que son, fecundos períodos de afirmación del ser. Lapsos de los tiempos, con resultados luminosos en los que predominan los valores.
Sin embargo, otras tantas veces, no. Son los períodos formados de episodios tormentosos en los que predominan los conflictos, las atrocidades, la bestialidad, el horror, la violencia, la opresión, la destrucción, la muerte. Tiempos salvajes; los lapsos en que predomina la insoportable negación del ser. Un reflejo de que, también, la historia es en lo malo concebida. Se dan los horrorosos tiempos bárbaros.
Entonces, la historia puede ser vista como un flujo continuo de cambios y desarrollos en los que, las materializaciones de los valores y antivalores humanos se intercalan en el tiempo, tendiendo a ir a más o a menos. Tiende a menos cuando, lo que predomina es la interacción nada virtuosa de aquellos antivalores asociados a la esencia belicosa del ser; y en que, rivalidades históricas dadas por factores políticos, culturales, étnicos o territoriales exacerban tensiones e inflan añejos antagonismos. Estallan los horrorosos conflictos bélicos. Y viene la destrucción, el sufrimiento, la muerte.
La tragedia palestino-israelí
Los actos perpetrados a mansalva contra civiles en Israel, y las consecuencias derivadas; y, asimismo, las masacres y abusos cometidos durante décadas por Israel contra el pueblo palestino son una vil negación de la esencia humana en sus atributos y capacidades. ¡Alá y Yahvé reprendan!
Ese capítulo en curso, en que se enfrentan cruentamente las Fuerzas de Defensa de Israel y diversas fuerzas de la resistencia árabe-palestinas, es un reflejo muy particular de los signos de estos tiempos, tiempos bárbaros, en una coyuntura extremadamente engorrosa y compleja. En la que, como habitual, suman complejidad al escenario, las añejas pugnas geopolíticas de las potencias internacionales (USA y Rusia), más las históricas tensiones regionales en Medio Oriente (Arabia Saudita e Irán, principalmente).
Asimismo, como siempre, juegan en la escena históricas disputas territoriales; el afán de hegemonía, dominio y control; históricas rivalidades (religiosas, políticas, étnicas, culturales) y odios mutuos. Así de simple, árabes-palestinos e israelíes son dos naciones que se repudian a morir.
El drama humano
Más de siete décadas de convivencia forzada: crónica trágica de un “matrimonio obligado”, han mostrado la inviabilidad de una convivencia en paz entre israelíes y palestinos. Los hitos de la historia están ahí. Una decena de enfrentamientos bélicos de gran consideración son la evidencia, con raíces histórico-culturales hundidas hasta centenas de años atrás.
Tras la fundación del Estado de Israel (1948), que implicó el reparto a la fuerza del territorio de Palestina (el agravio inicial): 45% para los palestinos y 65% para los israelíes, vinieron consiguientes guerras; como i) la Guerra Árabe-israelí (1948-1949): en que, disgustados con el reparto, cinco naciones árabes desencadenaron el conflicto teniendo como consigna expresa ´estrangular a Israel desde el principio´; y luego, ii) la Guerra del Canal de Suez (1956). Más tarde, iii) la cruenta Guerra de los Seis Días (1967); y iv) la Guerra de Desgaste (1969-1970). Años después (1973) ocurrió v) la Guerra de Yom Kippur (1973); y vi) la Invasión del Líbano (1982); y vii) la Guerra de Intifada (1987-1993); así como viii) la Guerra de los Acuerdos de Oslo (1990) y la posterior violencia desatada.
Finalmente, una cadena de enfrentamientos bélicos conceptualizados como la ix) la Guerra en Gaza (2014- ), que incluye entre los conflictos más prominentes intervenciones por parte de Israel como la operación “Plomo Fundido” (invierno de 2008-2009), y la “Operación Margen Protector” (2014). La guerra actualmente en curso, que estalló recientemente (octubre 7) entre Israel y las fuerzas árabe-palestinas es considerada una etapa más (seguramente la más cruenta y peligrosa) de la Guerra de Gaza.
Hasta ahora, cada episodio de guerra árabe-israelí ha sido un sumar al pasivo de las derrotas árabes. En que, contrario al objetivo y causa árabe, como resultado, Israel ha consolidado la posesión de la “tierra prometida”, defendiéndose de las amenazas (¿justas?) de los que anhelaron su destrucción desde su mismo nacimiento.
Y en contrario, sumando cada vez más a la región Medio Oriente en un ciclo interminable de ocupación, terrorismo, odio, venganza y muerte. Asimismo, agregando combustible a la explosividad prevaleciente en la región, causada fundamentalmente por las rivalidades religiosas, las animosidades, el odio mutuo, y los antagonismos imperecederos entre la nación árabe y el pueblo de Israel.
Un caso antecedente, Yom Kippur
En 1973, estalló la Guerra del Yom Kippur. Sorpresivamente, los países árabes (liderados por Egipto y Siria) lanzaron ofensivas contra Israel justo el día sagrado judío, desatando una lucha intensa y desesperada entre los bandos; intentando desquitarse lo perdido en la Guerra de los Seis Días que se había desarrollado años atrás (1967).
Justificación fue, por parte de los países árabes, la recuperación de los territorios perdidos en la guerra anterior, y búsqueda de posición negociadora de una solución política para el conflicto israelí-palestino. Los países árabes consideraron que el momento estratégico era propicio para emprender acciones militares.
El drama humano de esta guerra se reflejó las noticias devastadoras sobre el alto número de bajas fatales (muertos y heridos) en los frentes de batalla. Fue un conflicto que infringió gran sufrimiento, con historias de valentía y sacrificio en ambos bandos. En el que, los soldados israelíes, a menudo superados en número y enfrentando tácticas sorprendentes, lucharon en condiciones extremadamente difíciles. Asimismo, las comunidades y civiles se vieron afectadas por el conflicto, experimentando ataques con misiles y bombardeos.
En la guerra del Yom Kippur murieron alrededor de 2,600 israelíes, y en torno a 18,000 árabes. Asimismo, ambos lados sumaron decenas de miles de heridos.
Como consecuencias significativas destacan, entre otras que, aunque Israel logró repeler el ataque y obtener ganancias territoriales, i) la guerra del Yom Kippur tuvo un impacto duradero en la región: llevó a una mayor conciencia internacional sobre la cuestión palestina. Además, ii) fortaleció la influencia de países árabes como Egipto en los esfuerzos de paz. Asimismo, iii) dejó cicatrices duraderas en las personas, los países directamente afectados, y en la región en general. Y recordó la fragilidad de la paz y el costo humano de los conflictos armados, enfatizando la importancia de la diplomacia y la resolución pacífica de las disputas.
Mensajes y reflexiones clave
Primero: Riesgos, amenazas y los desafíos de auto creerse en demasía. ¿Acaso habrá un pueblo más creyente, más creído, engreído y presumido que el pueblo de Israel? Posiblemente, no. Seguro que no. Ellos son los ‘escogidos’, los ‘elegidos’, el ‘resto santo’. Los depositarios del compromiso de la “tierra prometida. El histórico ‘pueblo de Yahvé’. Hijos de Dios. Pueblo con una historia relativamente bien contada, y entre las que mejor documentada. Sin embargo, con todo y su antigüedad documentada, la del pueblo de Israel es una historia bien accidentada. La historia de un pueblo siempre milenariamente errante, perseguido y oprimido. Sojuzgado. Colgado de una fe en una alianza. Hasta que, hace 75 años, fue creado como Estado por la ONU, y establecido en su tierra, ‘la tierra prometida’. En Palestina. ¿Y quién le quita eso? Eternamente, habrá Israel ahí. ¡Lo quiso Dios!
Segundo: Una capacidad de defensa fuerte. Desde el principio, a fuerza de guerras y más guerras, Israel tiene asimilada la lección sobre la necesidad de mantener una capacidad de defensa fuerte y estar preparado para ataques sorpresa. Descuidos aparte, lo ha realizado y concretado en mayor medida.
Tercero. Comprender y reconocer el sufrimiento del pueblo palestino. Esto, como un elemento central; sin lo cual, no es viable una solución duradera al conflicto palestino-israelí. Sólo empatizando con las experiencias y las necesidades del pueblo palestino; sólo a partir del reconocimiento a sus derechos, y del respeto a su aspiración a un estado propio, así como mediando un enfoque más equitativo y viable a la solución del conflicto árabe-israelí, podrá darse la paz y la estabilidad sostenible en la región. La empatía, el respeto y el enfoque de justicia son cruciales para una hoja de ruta hacia la coexistencia y la paz sostenible en esa región de Oriente Medio, tan extremada y peligrosamente conflictiva.
Cuarto. El dudoso resultado de las soluciones militares y el reto de la paz en la cuestión palestino-israelí. Una enseñanza aprendida es que, la solución sostenible de los conflictos no radica en resultados militares; éstos no garantizan la paz justa y sostenible. Duradera. No lo lograron los resultados de la Guerra de los Seis Días, ni su revalidación con la del Yom Kippur. Sólo el recurso de la negociación política de acuerdos que reconozcan las causas de los conflictos y las razones de las partes enfrentadas garantiza la paz justa, duradera y sostenible; en un proceso en que, son necesarios sí o sí, la cooperación internacional y los esfuerzos diplomáticos para evitar las escaladas del conflicto; así como la negociación bilateral responsable y respetuosa de los involucrados, evitando las imposiciones. ¡Ojalá! ¡Ojalá! Lo quiera Dios.