En mal momento de estos tiempos bárbaros se han disparado las tensiones, potenciando el legado endémico de conflictividad entre la República Dominicana y la República de Haití; esto, por la decisión unilateral en la parte haitiana de construir una infraestructura para toma privada de agua del Río Masacre (o Dajabón) con fines comerciales.

Está establecido que la construcción y operación de la obra afectaría sensiblemente la ya de por sí, insuficiente capacidad del curso regular de agua del río; ´con canal o sin canal, el agua no da para satisfacer la demanda de ambos países´. La pretendida canalización, con un 80% de avance en obra, impactaría críticamente a importantes núcleos de población y actividades productivas, tanto en Dajabón como en Ouanaminthe (Haití).

Hablando en cifras: se dice que la demanda sumada de agua ronda entre 6.5 – 8.0 m3/s, en proporciones de 55%-45% para República Dominicana y Haití, respectivamente, mientras que el caudal promedio ronda los 3.0 m3/s; y que, alrededor del 90% del tiempo ese caudal es < 1 m3/s. Que se sepa, la obra carecería de los estudios técnico-científicos (hidrométricos, de impacto ambiental, económico, social, etc.) que la sustenten. Y, asimismo, que es una obra no autorizada pero permitida por la parte oficial.

La intensificación del conflicto se da en mal momento, visto el estado de ingobernabilidad y des-gobernanza extremas prevalecientes en Haití, que hacen inviable y dramático el diálogo y negociación de todo tipo. En ese país la anarquía es total; el gobierno no es gobierno. No hay autoridad. No hay estado. Entonces, ¿con quién dialogar?; ¿para acordar qué y para qué?; ¿para que lo haga cumplir quién? Se tiene la certeza (de este lado) de que nada que se acuerde con Haití se va a cumplir. Hay confianza para nada.

También es mal momento puesto que, dados los ánimos y condiciones en uno y otro lado, la pretendida toma unilateral podría bien ser la típica y simple gota fría que derrame el tanque (no el vaso) lleno de aguas turbias, resentidas, rencorosas. Subyacentes. Aguas recargadas de animosidades y prejuicios de larga data, determinantes de la tan accidentada relación entre haitianos y dominicanos. Es un riesgo alto y cierto, por supuesto.

Sería nada nuevo en la historia de los conflictos bélicos que la construcción de referencia llevara a que esos ánimos pasasen a mayores. La lucha por el acceso y control de los recursos hídricos han sido un factor de incidencia significativa en el estallido y desarrollo de horrorosos tiempos bárbaros.

Guerras por el agua, el drama humano

Son los casos de, entre otros, la “Guerra del Agua de Cochabamba” (2000); en que, se desencadenó una serie de protestas, conflictos y enfrentamientos en Bolivia generados por la privatización del suministro de agua en la ciudad de Cochabamba. Esta lucha por el acceso al agua reflejó la desigualdad, la necesidad básica y la resistencia de la población contra políticas económicas globales en boga.

Asimismo, la “Guerra de las Arenas Negras” (o “Guerra de Atrición” (1969-1970). En que, Israel y Egipto se enfrentaron por el control de los recursos hídricos vitales en la región del río Jordán, exacerbando tensiones preexistentes entre árabes e israelíes por cuestiones político-territoriales. Los combates y los ataques aéreos y terrestres causaron temor constante e intenso, pérdida de vidas, heridos, lisiados, destrucción de hogares y medios de vida en perjuicio de combatientes y civiles. Esto, sumando a tensiones y resentimientos que persistieron tras la “Guerra de los Seis Días” librada en fecha previa (1967) entre Israel y cuatro países árabes, Egipto incluido.

También, la “Guerra de Darfur” (Sudán, 2003-2009); en que, grupos rebeldes locales enfrentaron al gobierno sudanés acusándole de negligencia por la marginación socio-económica y política de la región. Un factor que contribuyó decisivamente al estallido de este conflicto fue la competencia por el acceso a los recursos hídricos y a tierra de calidad productiva con agua disponible.

El drama humano de la Guerra de Darfur reflejó en i) desplazamiento masivo de refugiados, que huyeron de la violencia y la destrucción en la región; ii) violencia y limpieza étnica, perpetradas por milicias respaldadas por el gobierno y otros grupos armados; y iii) aguda crisis humanitaria, con millones de personas precisando asistencia para sobrevivir debido a la falta de alimentos, refugio y atención médica.

Además, la “Guerra de Kargil” (1999); en que, India y Pakistán se enfrentaron, entre otras causas, por el control estratégico de los ríos (principalmente las alturas que dominaban las rutas de acceso al río Indo) que fluyen a través de la región de Kargil, en Cachemira. Los enfrentamientos se desataron a partir de la infiltración (invasión) de fuerzas militares pakistaníes, pretendiendo hacerse con la capacidad para cortar el suministro de agua a las regiones vecinas de la India.

El drama humano del conflicto bélico de referencia involucró vivencias terribles en términos de: i) sacrificio y pérdidas: con bajas cuantiosas en ambos bandos, causando dolor y sufrimiento en las familias; ii) valentía y determinación excepcionales: en que, ambos bandos combatieron bajo condiciones climáticas extremadamente adversas, y en terrenos muy accidentados y elevados; y iii) desplazamientos y traumas: en que, las comunidades locales en Cachemira se vieron impactadas por el conflicto, con desplazamientos humanos, daños a las infraestructuras y huidas de los hogares, así como enfrentar los traumas propios de la guerra.

También, “Guerra de Siria” (2011 –); en que, si bien, se trata de un conflicto complejo y multifacético, con múltiples bandos enfrentados, la sequía prolongada y la gestión deficiente de los recursos hídricos en décadas previas contribuyeron significativamente a la inestabilidad y agravamiento de la crisis humanitaria en Siria. La situación persiste aún.

La competencia por los recursos hídricos y el control de las infraestructuras relacionadas con el agua (lucha por el control de la represa de Tabqa, en el río Éufrates) y el deterioro de infraestructuras hídricas debido a los combates y bombardeos, dejó a muchas comunidades sin acceso adecuado al agua. El conflicto se ha caracterizado por un inmenso drama humano reflejado en sufrimiento generalizado, cientos de miles de muertos entre combatientes y civiles (> 500 mil), tantos más con lesiones graves, millones de personas desplazadas, decenas de miles de refugiados huidos del país y las secuelas de los traumas derivados del conflicto bélico.

Asimismo, la “Guerra de Etiopía y Eritrea” (1998-2000). Ambos países libraron un conflicto armado prolongado y destructivo; en el que, el agua jugó un papel importante en varias dimensiones. Principalmente, i) la disputa por la frontera marítima en el Mar Rojo: involucraba soberanía de las islas y áreas costeras ricas en recursos, incluyendo pesca y explotación de petróleo; que, a su vez, estaban relacionadas con el acceso a agua y a recursos marítimos; y ii) control de ríos compartidos: en que, la región fronteriza entre Etiopía y Eritrea también alberga ríos compartidos. El control de estos ríos y los recursos hídricos asociados se convirtió en un punto crítico de disputa; visto que, ambos países dependían de ellos para el suministro de agua para consumo humano y la agricultura. Esencialmente, la guerra tuvo como una de sus causas principales la disputa por el control de la región de Ilemi, rica en agua y pastizales.

El drama humano implicó gran cantidad de bajas (muertos, heridos, lisiados), causando enorme sufrimiento a familiares y a la población en general; desplazamiento masivo de personas, forzadas a abandonar sus hogares y comunidades; y alto impacto económico, en perjuicio de miles de personas y comunidades.

Finalmente, singular vistazo merece la “Guerra de la Triple Alianza” (1864-1879); en que, tras una serie de tensiones políticas y territoriales subsistentes, Paraguay invadió a Brasil y fue enfrentado por una “Triple Alianza” (Brasil, Argentina y Uruguay) formada para el propósito. Fue un conflicto bélico prolongado, extremadamente cruento, devastador y cruel. Complejo. Con causas de gran calado que incluyeron disputas fronterizas, diferencias ideológicas, intereses económicos y ambiciones territoriales. El control de los recursos hídricos (en particular, los ríos) jugó un rol preeminente; pues la ubicación geográfica confería a Paraguay una ventaja estratégica crucial en términos de logística y capacidad de defensa, dificultando los avances de las fuerzas adversarias.

El drama humano fue inmenso, reflejándose en más de 500 mil víctimas mortales paraguayas. Se estima que alrededor del 90% de la población masculina adulta de Paraguay (cerca de la mitad de la población total) murió en el conflicto. Tantos más fueron heridos o lisiados. El sufrimiento fue generalizado, afectando decenas de miles de familias y comunidades enteras, dejando huellas post traumáticas peremnes en toda la región.

Asimismo, las condiciones en el frente eran brutales, con enfermedades, hambrunas y sufrimiento generalizado de por medio. Entre las consecuencias de largo plazo se incluye, además, la devastación que sufrió la economía paraguaya. Esta guerra impactó significativamente en el equilibrio de poder en la región; Brasil emergió como potencia dominante en América del Sur.

Al fondo

Múltiples razones hacen que los recursos hídricos puedan ser un factor explicativo y detonante de guerras entre los pueblos. Tenderá a ser peor, en la medida en que se vuelvan más extremas las consecuencias del cambio climático derivado del calentamiento global. Como factores con potencial para detonar guerras a causa de los recursos hídricos resaltan: i) la escasez de agua: cuando un país o región enfrenta escasez crónica de agua debido a factores como sequía, aumento de la demanda o la sobreexplotación, arrecia el estrés social; lo que puede acarrear tensiones y conflictos, especialmente en áreas donde el acceso al agua es crítico para la supervivencia.

O bien, ii) el control de fuentes de agua compartida; en que, muchas regiones comparten ríos, lagos y acuíferos con países vecinos. El control y gestión de las fuentes compartidas puede convertirse en un punto de conflicto, ya que diferentes naciones pueden tener intereses divergentes en cuanto al uso y distribución del agua.

Asimismo, iii) el agua como arma estratégica: el control de recursos hídricos puede fungir como herramienta estratégica para ejercer presión sobre sus vecinos, pudiendo incluir la construcción de represas o infraestructuras que afecten el flujo de agua río abajo, con graves consecuencias para las economías de los países o comunidades directamente afectadas.

Además, iv) el impacto del cambio climático: su tendencia a alterar los patrones de disponibilidad de agua es crecientemente intensa e indetenible. Se prevé que las tensiones y conflictos relacionados con el agua aumenten en el mundo, especialmente en regiones ya propensas a la sequía y escasez del recurso, conforme los recursos hídricos se tornen más escasos y menos predecibles (por las sequías).

También, v) desplazamiento de poblaciones: la escasez del recurso puede provocar el desplazamiento de comunidades enteras en busca de fuentes de agua seguras, lo que puede generar tensiones y conflictos; esto, cuando las poblaciones desplazadas compiten por recursos limitados en nuevas áreas.

Finalmente, vi) conflictos transfronterizos; en que, los recursos hídricos no respetan las fronteras políticas. Por consiguiente, los problemas de gestión del agua precisan forzosamente del diálogo, la cooperación y la celebración de acuerdo entre los países vecinos. Cuando la cooperación es insuficiente o inexistente, fácilmente emergen los conflictos debido a la competencia por los recursos compartidos.

En mayor o menor medida, cada uno de estos seis factores o razones es subyacente en la cuestión del diferendo dominico-haitiano actual, causado por la construcción en curso de la obra de toma de agua del río Masacre, limítrofe entre ambas naciones. Y poco más o menos, cada uno ha incidido en el estallido y las guerras por el agua dadas en la historia. Aquí también podría ser.

Enfocando al más acá

Más que un río, el Masacre es un arroyo que se pasa a pie. El tamaño del flujo de agua contrasta con la magnitud de la demanda real, lo que le confiere una importancia geopolítica crucial en la isla compartida por los dos países. Dos naciones pegadas la una de la otra que, sin embargo, conviven tan distanciadamente, sobrellevando una relación histórica y culturalmente conflictiva, tensa y, en gran medida, tóxica; sobre un territorio de 78 mil kilómetros cuadrados, en el que viven o sobreviven alrededor de 23 millones de habitantes. El recurso hídrico que corre por ese ‘riíto’ (el Masacre, o Dajabón) es vital para el consumo y el desarrollo de medios de vida de cientos de miles de habitantes de uno y otro lado de la frontera. Son condiciones propicias y de alto potencial para desencadenar situaciones candentes, horrorosos tiempos bárbaros.

Dadas las realidades, incluida la exacerbación de las tensiones por la construcción de la obra de referencia, es imperioso que la crisis actual sea gestionada de la parte dominicana con una diplomacia inteligente, proactiva, sagaz, enfocada y altamente competente; en la que impere el tacto político del más alto nivel, haciendo de tripas corazón para dialogar combinando tenacidad y flexibilidad; un diálogo adecuadamente sustentado en la objetividad, las buenas prácticas y en razones técnico-científicas consistentes. A sabiendas de que, una buena solución jamás vendrá del que más, mejor y más rápido dispare; sino que, de las más buenas razones y la mutua conveniencia.

Sólo el diálogo y la diplomacia avienen soluciones duraderas y justas de los conflictos. No el batirse a tiro limpio, que deja huellas peremnes, destruye infraestructuras, causa sufrimiento y retrocede el desarrollo de las naciones. Desata tiempos bárbaros.

Privilegiar el diálogo y la cooperación; el compromiso para gestionar de forma sostenible y justa el recurso; y procurar ante todo la solución pacífica de la disputa en cuestión son armas poderosas que pueden mitigar los riesgos y promover la estabilidad en las relaciones entre las dos naciones, intensamente afectadas por la escasez de agua en el punto de choque (Dajabón y Ouanaminthe), y unas relaciones inundadas de una conflictividad sin término.

Lo malo de esto es la fragilidad y vulnerabilidad del espacio de diálogo entre las partes. Y la mala calidad del mismo. Pues desafortunadamente, ¿fruente a quién o quiénes sentarse para dialogar?; de una y otra parte, ¿hay espacio y actores para dialogar sincera, objetiva y constructivamente?; ¿se pueden escuchar atenta y respetuosamente?; ¿se valoran mutuamente? Penosamente, el historial de diálogo entre las partes ha procreado un clima prevaleciente de desconfianza en los espacios de diálogo binacional.

Se apuesta a que, la buena voluntad entre las partes conduzca al arbitraje de la Organización de las Naciones Unidas, y el conflicto por el agua del Masacre sea superado vía el diálogo, la cooperación y la diplomacia; a que no prosperen los prejuicios, las animosidades y los intereses particulares preexistentes; y a que la exhibición de fuerza militar no pase de ser un recurso disuasorio enfocado a los incontrolables y anarquistas que pululan del otro lado, bien armados; uno que otro, vinculado seguramente al interés empresarial que está detrás de la construcción de la obra.

El derecho de Haití a tener un acceso justo y razonable al agua del Masacre es incuestionable, saludable y conveniente a ambas partes. Sólo que, es inaceptable permitir que la anarquía y la imposición sabichosa del interés de particulares prevalezcan al interés nacional de ambas naciones, dejando que construyan y operen para fines comerciales una obra que económica, social, política, institucional y ambientalmente, luce insostenible.

Enseñanzas aprendidas

1ro. Consecuencias de la diplomacia fallida. Cuando el diálogo y la procuración de soluciones pacíficas fallan ante las tensiones políticas, las disputas territoriales, y la lucha por el control y acceso a recursos (el agua incluido), la guerra puede estallar, y, previsiblemente, las consecuencias siempre son dramáticas. Fue el caso de la Guerra de la Triple Alianza, en que la diplomacia no operó; entonces, las tensiones derivaron en uno de los conflictos más destructivos de la historia de América del Sur. Quedaron los lamentos y las huellas duraderas, por siglos. También las lecciones de que estos acontecimientos que no deben repetirse. Ojalá aquí no.

2do. Costo humano y devastación. Los conflictos armados causan siempre un enorme costo humano y devastación. Son las duras consecuencias y los terribles recordatorios de las guerras. Siempre es más negocio activar la diplomacia y dialogar, que tener que remediar los sufrimientos, la destrucción y las huellas duraderas que quedan, por recurrir a medios violentos de solución de conflictos. Que aquí no, lo quiera Dios.

3ro. ¡Aguas con las tensiones y conflictos por el agua!  Las disputas y tensiones políticas no resueltas con diálogo y diplomacia pueden acarrear conflictos devastadores con un alto costo humano y económico. La lección para países y comunidades con situaciones conflictivas relacionadas al acceso y control de recursos naturales, agua incluida, es: gestionar el riesgo de escalada de las tensiones, privilegiando activamente la diplomacia y el diálogo para resolver las controversias; y procurar la mediación internacional y los mecanismos de resolución de conflictos, evitando la confrontación militar. Esto precisa altura de espíritu, razonabilidad y suficiente inteligencia emocional para mudar de casa el alma y procurar las soluciones que beneficien mutuamente a las partes enfrentadas. ¡Lo quiera Dios!