Seguramente que, la II Guerra mundial (1939-1945) fue la más devastadora, más global, la más sangrienta, intensa, masiva e inhumana. La más atroz y violenta; la más estratégica, extendida y destructiva de todas las guerras habidas al sol de hoy. Caben pocas dudas de eso.
Fue un conflicto armado muy complejo y multifacético, que tuvo como sustentáculo condiciones preexistentes que abonaron su detonación y desarrollo. Principalmente: las rivalidades territoriales, ambiciones expansionistas, ideologías políticas extremas y tensiones económicas entre las potencias.
Realidades, que se reflejaron a través de causales específicas directas como: i) la agresión de la Alemania nazi, y su apetito desmedido de poder y dominio en Europa, que se concretó en invasiones de conquista contra países vecinos; y ii) el nazismo: la ideología de supremacía racial y antisemitismo, que ofició de fundamento a la persecución y genocidio de millones de personas, mayormente judíos y, en menor medida, musulmanes. Asimismo, iii) el factor Japón, en Asia, y su pasión por expandirse y controlar los recursos naturales en la región; a lo que se vinculó iv) el ataque de Pearl Harbor, que forzó a USA a entrar en guerra.
En concreto, los dos bandos enfrentados fueron: de un lado, Las Potencias Aliadas, formado por Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y China, principalmente; y del otro, Las Potencias del Eje, lideradas por la Alemania nazi, la Italia fascista y Japón, más otros aliados.
La conjunción de intereses políticos, ideológicos y territoriales, así como la lucha por la supervivencia y la libertad fue el telón de fondo del desarrollo de esta colosal conflagración.
El drama humano de esta guerra fue inmenso, intenso, devastador. Se reflejó en violencia despiadada, en pérdidas personales descomunales, y en innumerables esperanzas y vidas truncadas. Un enorme costo humano, con millones de personas de diferentes países, culturas y regiones atrapadas en un torbellino de violencia descomunal, de zozobra y destrucción de la más diversa índole.
A la pérdida de soldados en combate, estimada entre 15 y 20 millones, se suman las innumerables víctimas mortales de inocentes civiles; que, sin buscarla ni deberla, sufrieron los internamientos infernales en campos de concentración y exterminio, los feroces e incesantes bombardeos indiscriminados, los asedios inclementes, las ejecuciones sumarias, las deportaciones, represalias, y un mundo de vejaciones y negaciones de derechos. Mal contados, el total de víctimas mortales, civiles y militares, se estima entre 70 y 85 millones.
Eso fue una barbaridad.
Hubo de todo. Ciudades enteras fueron masacradas o reducidas a cenizas, a escombros, casi a la nada; dejando a decenas de millones de personas sin hogar, en la pura incertidumbre, y en carencia total de recursos para la sobrevivencia. Sin nada.
Fue terrible, horripilante. Una guerra espantosa, pavorosa, como si la del fin del mundo; que dejó un legado de gran calado en la historia reciente; con profunda incidencia en la conciencia universal; y con trascendentales consecuencias políticas, sociales y humanas a nivel mundial. Entre las huellas duraderas caben resaltar:
La impronta del Holocausto y genocidio. Fue uno de los escenarios más oscuros e inhumanos de la II Guerra Mundial; en que, cosa de 6 millones de judíos fueron aniquilados en campos de concentración y exterminio.
Traumas y secuelas sicológicas. Del conflicto quedaron cicatrices sicológicas profundas: los trastornos de estrés postraumático, de ansiedad y depresiones, a consecuencia de las experiencias traumáticas en el campo de batalla.
Desplazamientos y migración forzada. Hubo grandes movimientos migratorios, con millones de personas desplazadas, forzadas a huir de sus hogares en busca de seguridad; debiendo enfrentar condiciones precarias, incertidumbre, luchando por hallar un lugar seguro donde rehacer sus vidas.
Sacrificio, resistencia, resiliencia: la otra cara del ser humano. Al margen del horror indescriptible, en la guerra se reflejó la capacidad de resistencia y heroísmo. ¡En medio de tanta adversidad extrema en el día a día de la guerra; del océano de la desesperanza; en medio o al margen de la devastación humana en los combates! Sin embargo, coexistiendo en los escenarios de aquellos tiempos bárbaros, ¡tantos heroísmos, tantas ternuras, muestras de empatías, y de resistencia y resiliencia juntos!
Aquellos fueron tiempos bárbaros, que hubo que ´vivir para cantarlos´. Fueron narrados con perspicacia magistral en el “Diario de Ana Frank” (1947), por Anne Frank; en “El motín del Caine” (1951), por Herman Wouk; en “Si esto es un hombre” (1947), por Primo Levi; en “Sin novedad en el frente” (1929), por Erich María Remarque; en “Éxodo” (1958), por León Uri; en “Suite francesa” (2004), por Irene Némirovsky; en “El niño con el pijama de rayas” (2006), por John Boyne; en “El invierno del mundo” (2012), por Ken Follett; en “Catch-22” (1961), por Joseph Heller; y en “La luz que no puedes ver” (2014), por Anthony Doerr.
Asimismo, con no menor lucidez y vivacidad, fueron contados en “La noche” (1958), por Elie Wiesel; en ”El hombre en busca de sentido” (1946), por Viktor Frankl; en “La ladrona de libros” (2005), por Marcus Susak; en “El amante” (1948), por Marguerite Duras; en “El hombre invisible” (1948), por Ralph Allison; en “Los desnudos y los muertos” (1948), por Norman Mailer; en “Maus” (1980-1991), por Art Spiegelman; en “Trinitty” (1976), por León Uris; en “El gran escape” (1950) y “Cuna de gato” (1963”), por Alan Burgess; y en “El pianista del gueto de Varsovia” (1998), por Wladyslaw Szpilman.
También, en “El último de los justos” (1959), por André Schwartz-Bart; en “Matadero cinco” (1969), por Kurt Vonnegut; en “El baile” (2002), por Iréne Nemirovsky; en “La decisión de Sophie” (1979), William Styron; en “Llanto por la tierra amada” (1948), por Alán Paton; en “La lista de Schindler” (1982), por Thomas Keneally; en “Capital Corelli´s Mandolin” (1994), por Louis de Berniéres; en “La perla” (1947), por John Steinbeck; en “Los niños de Brasil” (1976), por e Ira Levin; y muchos más.
Estas literaturas son sólo una muestra limitada del esfuerzo creativo y reflexivo, de autores enfocados en conservar encendida la tea de la memoria histórica, contra el olvido; a promover la vida, contra la destrucción, el horror, la muerte; la diplomacia y el diálogo fecundo, contra la propensión a resolver conflictos y controversias a tiro limpio. Son lecturas de gran pertinencia para sensibilizar conciencias y avivar los ánimos de humanidad, tan justo y necesario en estos nuevos tiempos bárbaros.
Como una constante, está la narrativa de la lucha por la supervivencia, las complejas relaciones que se establecen, las referencias recurrentes a las consecuencias emocionales que resultan de la brutalidad, y la violencia y el caos propio de los conflictos armados. Asimismo, narrativas y reflexiones sobre la destrucción y la responsabilidad moral que, como resultado, se derivan.
Víctor Frankl (1905-1997) fue psiquiatra y escritor austríaco; el padre fundador de la logoterapia. Fue capturado por su origen judío, y concentrado en Auschwitz, donde experimentó los terribles horrores del Holocausto. Pero no se amilanó. Se propuso convertir aquel lugar terrible en el ´lugar correcto´ y en la ´oportunidad adecuada´ para desarrollar y probar sus teorías sobre la búsqueda del sentido de la vida en medio de la adversidad. Para ´descubrir´ el significado de una existencia desnuda y desprovista, hambrienta, expuesta al frío, a las brutalidades y a las más abyectas vejaciones; en exclusión absoluta de sus derechos humanos; incluso, en el límite de ser ejecutado. En fin, sin nada.
En El hombre en busca de sentido, Frankl ofrece un testimonio estremecedor, pero esperanzador, del drama humano de la guerra; pues en ese indescriptible y vil extremo existencial, del Holocausto, mantuvo alta la conciencia de que la libertad interior y la dignidad son principios activos de la vida humana. Mantuvo la esperanza, su confianza en la capacidad humana de trascender las adversidades en base a descubrir una verdad profunda que orienta y da sentido a la vida, en lo individual. Sentido a las luchas nuestras del día a día.
Así, entendió que la vida tiene sentido en todo momento, en cualquier circunstancia; y que, es tarea de cada quien descubrirlo, así en el gozo como en el sufrimiento. Percibió que, siempre puede uno encontrar un propósito, vivir por un propósito, incluso en los momentos más difíciles; y que, esa búsqueda de sentido es la que conecta al individuo con la propia y más profunda humanidad, sacando de abajo las fuerzas para seguir echando la propia vida por delante. Induciendo disposición a, siempre, honrar la vida, aún desde las condiciones extremadamente adversas.
“… Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el ultimo trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino… Y allí́, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, … que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; … si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico. … se hace patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo … cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él —mental y espiritualmente—, pues aún en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana. (Las palabras de Dostoievski): "Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos" … retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí́ a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito” … El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte … La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra: ¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la pena de ser vivida”.
Y el amor recurso de salvación:
“Percibí entonces, en toda su profundidad, el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias intentaban comunicar: la salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor. Comprendí que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo un instante- si contempla al ser amado. Incluso, en un estado de desolación absoluta, cuando ya no cabe soportar el sufrimiento, en tal situación, el hombre es capaz de realizarse en la contemplación amorosa de la imagen de la persona amada”.
Mensajes o lecciones relevantes
Diplomacia y diálogo por delante, los preventivos. Más allá del recuerdo amargo de las atrocidades, la II Guerra Mundial troqueló la conciencia de la humanidad, estableciendo el objetivo de, ante todo, procurar el diálogo entre las partes para prevenir los conflictos y resolver pacíficamente disputas y controversias. Y evitar que, en tales tiempos bárbaros, se repitan o pasen a mayores desgracias humanas de tamaña magnitud.
Igualdad de derechos, suprema ley. Probablemente, jamás antes la esencia humana cayó más bajo. Una enseñanza relevante es la necesidad de hacer valer y respetar los derechos de las personas, y evitar toda forma de discriminación o persecución basada en la raza, la religión u origen étnico.
Cultivar y atesorar el sentido de propósito, la libertad interior, la dignidad y el amor. Son recursos fundamentales que alimentan la resiliencia y la sobrevivencia. Encontrar un propósito significativo que defina el sentido de la propia vida, vinculado al descubrimiento del valor de la libertad interior, la valoración de la dignidad y el amor, puede ser crucial para sobrevivir a las adversidades más extremas de la existencia humana. Y probar la propia resiliencia.
Encontrarse uno mismo. Entre los atributos más excelsos y potentes del ser humano está su admirable capacidad para pensarse y encontrarse en lo más íntimo y hondo de sí mismo; y descubrir ahí la libertad, la capacidad de elegir lo mejor del ser, su dignidad. La vida. Puede ser de lo más plausible en estos tiempos bárbaros.