Los tiempos hoy se sienten raros. Son raros; mas, nada nuevos. Semejan tiempos idos que, en su momento, fueron extremosos tiempos bárbaros.

En años previos a la primera gran conflagración mundial, siglo pasado, planeaban en el ambiente rasgos macro del drama humano peculiares, enrarecidos; los cuales, configuraban una atmósfera muy tensa, propensa y predispuesta a la confrontación geopolítica. Fueron los fundamentos que co-crearon aquel monumental conflicto armado.

Predominaron, entre otros rasgos, i) los vientos fuertes y convexos de un nacionalismo enfurecido, que aterrorizaba; ii) las ríspidas rivalidades y tensiones entre países, que fracturaban convivencias; iii) un militarismo galopante y la aceleración sostenida de la carrera armamentista, en afán de meter miedo y disuadir; y iv) las tan complejas como frágiles alianzas entre naciones, que exacerbaban las animosidades.

Asimismo, v) el afán expansionista de las potencias, que intimidaba; vi) una competencia económica pujante y febril, que entusiasmaba; vii) el agravamiento del proteccionismo comercial, que erosionaba la confianza; y viii) la creciente y sostenida agitación social, y un acelerado malestar laboral, que desasosegaban a las naciones. Fueron los precursores de la gran conflagración que sucedió. Se armó la guerra.

A penas par de décadas después, poco más o menos, volvieron a soplar los mismos vientos. Los vientos raros. En vísperas de la segunda gran conflagración, los azarosos años 30s del siglo pasado, predominaron, otra vez, como rasgos macro del drama humano, entre otros, i) el resurgimiento del nacionalismo extremo y el surgimiento de líderes autoritarios (Hitler, Mussolini, y otros); ii) la aguda crisis económica, devenida de la Gran Depresión; iii) el  desempleo masivo y un descontento social generalizado, que desmoralizaban y desestabilizaban; y iv) un expansionismo agresivo de potencias (Japón, y otros), combinado con un alto grado de tensiones coloniales. Asimismo, v) la incapacidad revelada de la institucionalidad internacional para procurar y lograr conciliación y paz mediante la resolución negociada de los conflictos. La diplomacia fracasó.

Estos factores concurrieron e interactuaron entre sí, y cogeneraron eficientemente el alto grado de inestabilidad geopolítica que se desarrolló y predominó. Entonces, otra vez, pero más impetuosa, equipada y preparada, se armó la guerra. Estalló la segunda gran conflagración mundial.

Los tiempos raros de hoy guardan estrecha coincidencia con aquellos, los de entonces, en tres momentos. Triple coincidencia que asoma a la memoria la teoría del “eterno retorno” (Friedrich Nietzsche, filósofo alemán), que propone (citando sin conceder) que ´todo lo que ocurre se repite infinitamente en un ciclo eterno´; y que, ´cada momento de la existencia humana, incluyendo acciones y decisiones, se repetirá una y otra vez de manera idéntica´, o similar.

Acaso, ¿así será otra vez en la actual coyuntura de la historia?

La interrogante que trastorna la existencia hoy en día (no es la única; y, quizá, ni la que más) no es si estallará la tercera gran conflagración mundial, sino el ¿cuándo? Para muchos, hace años que esa guerra ya empezó; con riesgo alto y temor razonable de que podría ser definitiva. De apocalipsis.

Otra guerra más, como la que se dio entre, de un lado: Francia, liderada por Napoleón Bonaparte; y del otro, Prusia, liderada por Otto von Bismarck: la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871). En que, el bando prusiano declaró la guerra a Francia bajo una justificación eminentemente política y geopolítica: que la victoria facilitaría el objetivo estratégico de unificar los estados alemanes bajo la hegemonía prusiana. Francia era opuesta esa aspiración expansionista, y defendía su propia influencia en la región europea. Como resultado final, Francia fue derrotada y obligada a firmar el Tratado de Frankfurt; Napoleón fue capturado y, tras ser liberado, fue al exilio a Inglaterra; y se dio la unificación alemana, y se consolidó el Imperio Alemán, aumentando la influencia de Prusia en Europa.

Asimismo, con la caída del II Imperio Francés acontecieron cambios sociales y políticos tectónicos en Francia; y se registró una reconfiguración sustancial del equilibrio de poder en la Europa Central. Todo, eso sí, a costilla de un inmenso drama humano; que se reflejó en pérdida cuantiosa de vidas de combatientes y civiles; en destrucción de ciudades y monumentos históricos; en destrucción económica; y en el sufrimiento, desgarramiento social y desplazamiento de familias enteras afectadas por la guerra;

Entre, de un lado, las Potencias Centrales (el Imperio Alemán, Imperio Austrohúngaro, el Imperio Otomano y el Reino de Bulgaria); y del otro lado, las Potencias Aliadas (principalmente Francia, Reino Unido, Rusia, Italia y, más tarde, Estados Unidos): La I Guerra Mundial (1914-1918). En que, ambos bandos se enfrentaron y libraron un conflicto bestial y cruento. La justificación fue muy compleja y multifacética. Y múltiples, los factores que la alimentaron y basaron, antes relatados, sumados a los nacionalismos y las rivalidades imperiales exacerbadas, y a una carrera armamentista y a un militarismo desbocados. Asimismo, como factor desencadenante, se dio asesinato (1914) del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo.

Todo, a costa de un intenso y lastimoso drama humano: las pérdidas de vida, estimadas en 26 millones, entre combatientes (9) y civiles (17), y de millones de heridos, dejando un impacto duradero en las sociedades involucradas; la destrucción generalizada de ciudades; pérdidas económicas simplemente incalculables; y millones de seres humanos desplazados y forzados a sufrir y sobrevivir en condiciones extremas en los campos de batalla y en lugares inhóspitos.

Entre los resultados más sobresalientes de la I Guerra Mundial caben resaltar: la desintegración de tres imperios: el Alemán, el Austrohúngaro, y el Otomano; la firma del Tratado de Versalles; cambios políticos y sociales en las sociedades europeas de los países involucrados; el desarrollo de nuevas tecnologías y tácticas militares; y descontentos que oficiaron de caldo de cultivo de un futuro y aun mayor conflicto bélico.

Ernest Hemingway (Illinois, USA, 1899–1961) fue Premio Nobel de Literatura (1954), otorgado en reconocimiento a su influencia general en la narrativa contemporánea y a su maestría en el arte de escribir. En su novela “Adiós a las armas" (1929), narra con estilo directo y conciso la lucha incesante de un soldado estadounidense en el frente italiano, por sobrevivir y mantener su humanidad en medio de la brutalidad y la desesperación de la guerra. En la misma foto, captura vívidamente la crueldad y el trauma de la guerra, así como el amor y la pérdida, que se entrelazan en el conflicto. Un enorme drama humano hecho persona.

Lo hace parecido a Erich María Remarque (Alemania, 1898 – 1970), que en su obra “Sin novedad en el frente” describe también con narrativa cruda y realista la lucha de jóvenes soldados alemanes en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial; y expone los horrores de la guerra, desde la perspectiva de los soldados rasos, destacando la deshumanización, el sufrimiento y la pérdida de inocencia que experimentan. Ofrece un poderoso testimonio de los efectos devastadores de la guerra en la juventud y en la condición humana, en general.

Y asimismo, Michael Morpurgo (Reino Unido, 1943 -); que, en su novela “Caballos desbocados", narra una conmovedora y emotiva historia de la Primera Guerra Mundial desde la perspectiva de un caballo (Joey), que es vendido al ejército y enviado al frente para servir en la guerra. A través de los ojos de Joey, la historia revela los horrores de la guerra, la lealtad y el sacrificio, así como la conexión entre los seres humanos y los animales. Resalta la humanidad en medio de la brutalidad de la guerra.

Los tres autores se esmeran en transmitir mensajes antibélicos en su descripción del drama humano de las guerras, enfocando sus efectos devastadores en la condición humana.

… En el frente las cosas iban muy mal. No habíamos podido tomar San Gabriele… Un comandante inglés me dijo un día, en el club, que los italianos habían perdido ciento cincuenta mil hombres en la meseta de Bainsizza y en San Gabriele. Añadió que, además, ellos habían perdido cuarenta mil en el corso. Bebimos juntos y empezó a hablar. … Dijo que la ofensiva en Flandes terminaría mal. (Que) Si les mataban tantos hombres como al principio de este otoño, los aliados quedarían listos antes del fin del próximo año. Dijo que todos estábamos acabados, pero que esto no tenía importancia mientras uno no se da cuenta de ello. Estábamos todos bien apañados. Lo principal era no admitirlo. La victoria sería del último país que se diera cuenta de que estaba listo. Tomamos otra consumición. ¿Pertenecía yo al estado mayor? No. Sí. … Dijo que todo era una tontería. … Estábamos listos. Los alemanes eran los que se llevaban las victorias. ¡En nombre de Dios! …, ¡aquéllos sí que eran soldados! Pero también estaban listos. Estábamos todos acabados. Le pregunté qué pensaba de Rusia. Dijo que también estaba lista. No tardaría en comprobarlo. Y los austriacos también estaban listos. … Los italianos estaban acabados. Todos sabían que estaban acabados” (Ernest Hemingway, Adiós a las armas, Capítulo 52).

Mensajes y reflexiones clave

¿Para qué sirven las guerras? En la historia de los humanos, la guerra es un consustancial, una constante. Mas, es inevitable pensar sobre la futilidad, lo absurdo y el sin sentido de los conflictos armados. ¡Tantas veces en el frente, incluso en momentos extremos, acaso se revela a los soldados la terrible realidad como eso!: ¡un desatino, un despropósito, un sacrificio en vano!

Las inocencias perdidas. Hasta solo imaginarse ya impresiona. El recluta, un mozo imberbe; o, en mejor caso, el soldado ya inducido y entrenado, mentalizado para lo que sea, pero nunca antes ha expuesto su pellejo en una línea del frente real, caliente. Simplemente, son la carne de cañón, la real mano de obra echada al asadero de la guerra. Es de figurarse, esa primera experiencia en que, angustiado, el infeliz pierde la inocencia. De repente llega la ocasión sin avisar. Pelea y mata. O muere en el intento. La guerra causa un shock emocional y psicológico. La brutalidad y la violencia presenciada, practicada y sufrida destruyen la visión de un mundo candoroso de combatientes, que quedan afectados por la guerra, de por vida.

Sufrimiento, la deshumanización. No es morbo, no es amarillismo literario. Es afán de los autores demostrar vívidamente el sufrimiento físico y emocional de los soldados en el campo de batalla y en los hospitales de guerra. Cuestión de que, ´mirando´ esa realidad (la violencia, el dolor, la pérdida de seres queridos y la desesperación), se pueda apreciar cómo la guerra convierte a los seres humanos en meros objetos de destrucción, despojándolos de su humanidad y reduciéndoles a un número, una simple estadística.

La fragilidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte. La guerra arrebata la vida indiscriminadamente, repentinamente. La amenaza constante de la muerte causa estrés, angustia, miedo. Revela la fragilidad de la existencia humana.

En la guerra el amor es sueño, es refugio, ilusión vivificante. Humano al fin y ser sintiente, el soldado continúa dado al amor y a las relaciones en medio de la guerra. En el amor (efímero, fugaz y frágil) encuentra consuelo y esperanza. Es, quizá, el único escape de realidad a su alcance; es ilusión de seguridad ante el caos y el peligro. Es ilusión de paz en medio de las turbulencias. Y lo atesora para poder resistir y sobrevivir a realidades y situaciones tan inhumanas y extremadamente adversas.