“Nada humano me es ajeno”, sentenció Publio Terencio (s. II a.C.). El postulado viene al tema, pues remite a una nota distintiva de la propia condición humana. Da para sostener que, la empatía con los afectados directos o indirectos del drama humano de las guerras, del bando que sea, es un imperativo moral y ético inexcusable; que debe tributarse, sí o sí, en virtud de la propia condición de ser humano. O no se es.
En esta perspectiva, la compasión con “Ecce homo” (Pilatos, Jn 19:5), “Este hombre” afectado por la guerra: permanentemente expuesto a situaciones angustiosas y estrés extremos; frágil y sufriente; odiado y perseguido; amenazado y apuntado; herido o hecho prisionero; asustado y vulnerado o torturado; angustiado y humillado o dolorido; acorralado o enajenado; desesperado, desplazado o desprendido; arrebatado y desgarrado. Todo o algo de esto y más, si no es que simplemente: muerto. Sólo una actitud de conmiseración y empatía con ese ´proxy´ es digna y compatible con el mandamiento natural de “ser humano”.
Ante la desgracia humana, incluida la de la guerra, no se valen la indiferencia ni la abulia; la desidia ni la apatía. No se vale la indolencia. Menos aún, la simple curiosidad o el morbo; serían peor bajeza.
Poco es la vida si no es, en digna compasión con Ecce homo inmerso en los dilemas insondables, en la conflictividad humano-existencial de los soldados y afectados indirectos de la guerra. No es moralmente aceptable posicionarse en actitud de lejanía, indiferente ante la desgracia, cual si no pasara nada. Más, siendo como es, que ningún drama humano me es ajeno.
Y sabiendo que, además, aun en el día a día de esta vida, el solo atisbar la cercanía (o lejanía) de la muerte detona una tragedia emocional, una pena existencial. Cuánto más en la línea del frente, particularmente, en que cada soldado está profundamente solo, extremadamente expuesto a riesgos ciertos y propios de la guerra. Temeroso de que, en un abrir y cerrar de ojo acabe todo, se destruya todo. Muera la vida. Su propia vida.
Eso es la guerra. Y en cada una, calan los mismos dilemas centrales del drama humano.
Es lo que pasó en la librada entre, de un lado: la dinastía de la Casa de los Borbón (España), y del otro: la Casa de los Habsburgo (Austria): La Guerra de Sucesión Española (1701 – 1714 d.C.). En que, los bandos se batieron cruentamente en múltiples frentes, tras el objetivo (la geopolítica) de hacerse del trono español y el control de territorios, incluidos partes de la América “descubierta”, o invadida. Los impactos en la Europa occidental fueron tectónicos, pues otras potencias (Francia, el Sacro Imperio Romano (Alemania), y más) se involucraron en el conflicto. Al final, el gran ganador fue Inglaterra, que se consolidó como la gran potencia económica y militar de entonces. Mientras que, el gran perdedor fue España, que quedó como un reino dividido, maltratado, humillado. Disminuido. Las consecuencias fueron enormes en bajas humanas (muertos y heridos), en masivos desplazamientos, en destrucción de infraestructuras y de patrimonio cultural causada por las acciones militares, en asedios, y en destrucción de economías y rutas de comercio. Asimismo, se resintió en reducción de apoyos de la metrópolis (España) a las colonias o territorios conquistados en América. En suma, un terrible drama humano;
Entre, de un lado: los colonos rebeldes americanos, con los líderes patriotas G. Washington, T. Jefferson, B. Franklin y J. Adams a la cabeza; y del otro: el ejército británico y sus aliados americanos leales: la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775 – 1783 d.C.). En que, el bando opuesto enfrentó al poderoso imperio británico en aras de conquistar la libertad, la independencia y la autodeterminación de las “Trece Colonias”. El conflicto, que desgarró internamente las colonias, representó un drama humano de proporciones épicas que afectó las vidas de innumerables hombres, mujeres y niños de amplias esferas sociales y territoriales. Asimismo, se reflejó en la lucha de soldados patriotas que sacrificaron sus hogares, bienes y familias en aras de los valores y causa sabidos, frente a la opresión imperial. El conflicto dejó cicatrices perennes en la historia y en la sociedad estadounidense. El logro fue la creación de una nueva nación libre e independiente, y un sistema político basado en los principios de la democracia, la libertad y la consagración de los derechos civiles de los individuos: la moralidad que sustentó la guerra;
Entre, de un lado: Francia y sus aliados, liderada por N. Bonaparte; y del otro: la “Coalición Antinapoleónica” conformada por las potencias europeas (Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia, principalmente): Las Guerras Napoleónicas (1803 – 1815). En que, la coalición de potencias europeas resistió y enfrentó la agresión y ambición de poder del bando agresor. Fue un conflicto armado muy intenso, violento y prolongado, que dejó una impronta indeleble en la historia europea. Asimismo, el drama humano fue brutal y abrumador, en términos de sufrimientos y en pérdida de millones de vidas humanas (civiles y militares); también en destrucción de infraestructuras.
En las batallas, los soldados enfrentaron condiciones extremadamente lastimosas: los reclutamientos forzados, las largas jornadas de marcha hacia el frente; la atrocidad de las temperaturas invernales; batirse en lucha encarnizada en campos de batalla empapados en sangre; la exposición prolongada al miedo y al estrés; el intenso e inmenso agotamiento físico; y el trauma constante de la violencia y la muerte siempre al lado, justo al lado. Y por doquier.
Asimismo, potenciaban el drama humano: el estruendo de los cañones que, evolucionados por las nuevas tecnologías de guerra, escalaban la ´carnicería humana´ hasta niveles entonces impensados; más el crujido de la artillería y el rugido de las cargas de caballería, que se mezclaban con los gritos de los heridos y moribundos, creando un escenario de horror y terror simplemente inenarrable. Infernal.
Fue el drama humano de civiles atrapados, de ciudades y pueblos invadidos, saqueados, devastados por las tropas enemigas; también, dado por el dolor de la pérdida de los seres queridos, por estentóreas huidas de las zonas de combate, por la escasez de alimentos, las hambrunas, la desesperación y otras miserias humanas acaecidas a resultas de los bloqueos de rutas comerciales y destrucción de economías.
Finalmente, dichas guerras terminaron; pero dejaron hondas cicatrices en Europa, moldeando la geopolítica y transformando las naciones involucradas. Desafortunadamente, a un inmenso costo humano rendido “en el altar del poder, la ambición y la lucha por la supremacía”. ¿Cuán diferente será todo esto hoy, en estos tiempos bárbaros?
J.F. Cooper (USA, 1789 – 1851) fue un escritor estadounidense de la época que, en su novela El Último Mohicano (1826), narró con impecable estilo el drama humano de la Guerra de Independencia. Asimismo, L. Tolstoi (Rusia, 1828 – 1910), describió magistralmente en su novela La Guerra y la Paz, el drama humano de las Guerras Napoleónicas, incluida la Batalla de Crimea, en la que participó.
"… Hombres valientes se enfrentaban cara a cara, envueltos en humo y polvo, luchando por la libertad y la autodeterminación. La mirada desesperada en los ojos de los soldados reflejaba el miedo y la determinación, mientras cargaban hacia la línea enemiga, arriesgando sus vidas en cada paso. Los gritos agonizantes de los heridos y el gemido de los moribundos se mezclaban con los corazones que latían con fuerza, sabiendo que cada bala o bayoneta podía llevar la muerte” (J.F. Cooper; El Último Mohicano; Aportado por ChatGTP).
“Recordó el amor que le profesaban su madre, su familia, sus amigos, y la intención de sus enemigos de matarle le parecía mentira, … El francés de nariz aquilina, … estaba tan cerca que ya se distinguía la expresión de su rostro. … aquel hombre que, con la bayoneta calada, corría hacia él conteniendo la respiración, le heló la sangre en las venas. Sacó la pistola y en lugar de dispararla se la arrojó al francés y con todas sus fuerzas corrió hacia los matorrales. No corría con aquel sentimiento de duda y lucha que experimentó en el puente de Enns, sino con el miedo con que la liebre huye de los galgos. Un sentimiento de invencible miedo por su vida, joven y feliz, que llenaba totalmente su existencia, le animaba, saltando a través de las matas con la agilidad con que en otro tiempo corría cuando jugaba …” (L. Tolstoi, La Guerra y la paz, 1ra. parte).
Mensajes claves
Primero: De la complejidad del ser humano. Hay conflictos armados, como la Guerra de Independencia los Estados Unidos, que ponen de manifiesto la complejidad moral y emocional que implica la reacción de individuos y sociedades contra la opresión, y la lucha por la libertad y la independencia. Más allá del sufrimiento y la tragedia que entrañan, representan un testimonio del espíritu humano, de luchar por altos ideales: la libertad y la justicia, dejando un legado fundacional fecundo en la sociedad. Son guerras con sentido.
Segundo: De los sentimientos encontrados, y la complejidad del ser. Hay conflictos bélicos, y fue el caso de las Guerras Napoleónicas, que son prolíficos en desencadenar emociones y sentimientos humanos encontrados. Es la complejidad del ser humano. De un lado, el patriotismo y el fervor nacional, frente a frente con el miedo, la incertidumbre y el deseo de paz. Al mismo tiempo que, las lealtades desgarradas: son los casos de, por ejemplo, familias con hermanos y amistades luchando en bandos encontrados. Asimismo, el contraste de narrativas, en que los sueños de grandeza y dominio se entrelazan con el sufrimiento y el sacrificio de los comunes en el frente o afectados por la guerra.
La enseñanza clave es la complejidad de la condición humana vista en los tiempos bárbaros de la guerra; la capacidad destructiva y cruel propia del ser humano; al tiempo que, su resistencia y valentía en medio de la adversidad.