El mundo-ya lo saben sus líderes falsos o verdaderos- no pertenece a nadie, lo cual quiere decir que nos pertenece a todos.
Nadie puede apropiárselo como si lo hubiera adquirido en una feria, nadie puede ostentarlo como un trofeo de guerra, nadie tiene derecho a amenazarlo, nadie debería ser tan torpe que lo mantenga en vilo con el abismo por escenario, nadie es su creador en este planeta autogenerado a partir de procesos muy complejos y delicados de los que da cuenta el espacio-tiempo esa dimensión tan mal invocada para indicar muertes, nacimientos y acontecimientos con los que él nada tiene que ver ya que carece de energía para ello.
Su irrupción en la materia es ajena a esas atribuciones no bien procesadas. Sólo el movimiento, con el que no se le puede confundir, es responsable de moldear algunos aspectos de ésta.
El tiempo, es verdad, tiene una dirección, una “flecha” relacionada con cuestiones como la gravitación universal y posiblemente la energía oscura. Pero no es para nada materia, es cien por ciento inmaterial, una hipótesis de trabajo de la ciencia, una excusa para fabricar relojes, un motivo para la ansiedad y la prisa.
Esos simulacros de poder de algunos dirigentes lo único que muestra es su pobreza mental y su incapacidad para hacer cosas mejores que asustar.
Esa no pertenencia del planeta es un claro mensaje de la Naturaleza a nuestros sentidos: No tenemos derechos ilimitados sobre los recursos de la tierra que habrá de extinguirse un día lejano pero inevitable.
Los simulacros humanos de seguridad a toda prueba, olvidando el otro gran proceso, el de la muerte, lo que muestra es una vez más es el patetismo que nos acompaña como seres inconscientes de tantos factores de divergencia y divergencia.
El problema con la comprensión de estas y otras materias es que la torpeza política es una realidad lo suficientemente extendida como para que resulte demasiado compleja al liderazgo siempre centrado en intereses específicos de su oficio. Esos simulacros de poder de algunos dirigentes lo único que muestra es su pobreza mental y su incapacidad para hacer cosas mejores que asustar.