El presidente Luis Abinader es el resultado de Marcha Verde y su lucha en contra de la corrupción de los pasados gobiernos del PLD.
El escándalo de Odebretch tocó fondo, y salimos a marchar, de manera impresionante, una y otra vez, por todo el país, y públicamente me sumé a ese movimiento, no solo con mi discurso en San Pedro de Macorís, sino en numerosas reuniones a las que asistí para dar mis impresiones y sugerencias.
Al llegar las elecciones me tiré a la calle en apoyo a lo que todavía me parece la mejor opción. Los resultados han confirmado esa impresión, cuando organismos internacionales reconocen los éxitos que hemos tenido en más de quince áreas diferentes.
Luis Abinader es serio, con una familia ejemplar, y no tiene la malicia de nuestros políticos. Su gestión se suma a una estabilidad desde las elecciones de 1966, después de la Revolución de Abril, con quince elecciones presidenciales sucesivas, sin golpes de Estado ni prolongación indebida del periodo presidencial, algo que no se había logrado en la isla (ni Haití ni RD) desde la era republicana.
Esa estabilidad permite el crecimiento económico, pues somos un país donde se puede hacer turismo, reuniones internacionales, o hacer inversiones.
La gestión del presidente Abinader añade algo que la historia le reconocerá: la fiscalía independiente, lo cual ha traducido a la justicia a pasados funcionarios, y se han cancelado funcionarios actuales bajo acusación de malos manejos.
Pero con el tema fronterizo, lo digo con respeto, mi presidente está mal aconsejado. Primero, no había que cerrar la frontera como si fuera contra una potencia invasora, ni prohibir la entrada de nuestros vecinos, ni hablar en forma de ultimátum.
Segundo, el resultado ha sido un ambiente de guerra: de haitianos a favor del canal, y dominicanos en contra.
Tercero, el primer paso era negociar directamente con el vecino, como lo enseña la Biblia: “Si tu hermano peca contra ti, ve y háblale estando tú y él solos; si te oyere has ganado la guerra. Si no te oyere, busca a uno o dos mediadores, y si no los oyere a ellos, somete tu caso ante la instancia superior”.
Algunas medidas alegran a grupos que se montaron en el carro presidencial después de la campaña, pero ofenden la dignidad de nuestros vecinos: ¿qué tiene que ver con el canal la prohibición de visas? ¿cómo ayuda a la crisis la exigencia de datos biométricos? ¿qué sentido tiene mecanizar el trabajo para reducir la mano de obra haitiana?
El mejor camino es sentarse en la mesa de negociación (como se está haciendo), y someterse a sus conclusiones; cancelar personal de migración (como se está haciendo), y hacer lo mismo en la frontera y en el consulado en Haití; eliminar la ‘camiona’, violadora de los derechos humanos, para que no se repitan casos como el de Cristina, y resolver la situación de tantos indocumentados ¡producidos por nuestros propios gobiernos!, que los trajeron con fichas y luego las desconocieron, o los trajeron sin fichas y luego los soltaron en banda, y ahora quieren deportar a sus descendientes, que nacieron aquí, que hablan español como nosotros, y que nunca han estado en Haití.
Ponga la casa en orden, señor presidente: devuelva sus documentos a los que lo sacaron antes de la constitución del 2010; otorgue residencia a los hijos de los hijos de los inmigrantes que trajeron nuestros pasados gobiernos, y, cuando se defina la forma como se debe hacer el canal, ¡construyámoslo nosotros, como un gesto de buena voluntad!