La Virgen de la Altagracia se une a madres africanas en un cuadro de Geo Ripley. Ahí está la afrocaribeña, unida a las hermanas africanas en un tiempo-espacio que flota por dos continentes a la vez.

Y, en otra pieza, la naturaleza se confunde con el arte o viceversa en una instalación que evoca una espiritualidad en la que cabemos todas y todos, hecha de hojas y maderas, junto a figuras de nuestra ancestralidad africana y de los pueblos originarios de la isla. Hay también cuadros que contienen, a lo mejor, una reinterpretación ¿muy amable, quizás? de un catolicismo dominicano.

Aunque la inspira, esta columna no se trata de la hermosa exposición “De la sombra a la luz”, de Ripley, sino de las formas en las que la religiosidad popular dominicana y en general, las prácticas espirituales afrocaribeñas suelen enviar un mensaje de integración, respeto a la diversidad y de unidad, sobre todo entre quienes sufren opresiones.

Como observadora no profesional y no militante de las religiones, y como alguien que sufre intentos de evangelización (o neocolonialismo religioso) en el Metro de Santo Domingo, ver la exposición de Ripley me recordó las diferencias entre algunas prácticas evangelizadoras autoritarias y la celebración del encuentro y del abrazo en las fiestas de palo y otras manifestaciones espirituales afrodominicanas. Hice la asociación por la forma en la que Ripley integra elementos de distintas tradiciones religiosas que se mezclaron y ya son parte de nuestro imaginario espiritual colectivo.

En las fiestas de palo no nos amenazan con ir al infierno, como los predicadores del Metro, ni una señora enojada indica qué ropa es o no apropiada para participar de la comunión espiritual colectiva. En algunas iglesias católicas de pueblo hay señoras que llaman la atención de las jovencitas que van a tomar la hostia con ropas parecidas a las que la mayoría de mujeres usamos en algún momento de la adolescencia.

A las prácticas religiosas con raíces afro podemos ir, sin importar la ortodoxia de nuestra fe (o falta de ella), a vivir la espiritualidad compartida de la forma en la que mejor nos parezca o no participar activamente de la ceremonia y disfrutar del espacio como un encuentro con las otras y los otros.

No se cuestiona si eres atea, o si tienes mucha o poca fe. Se da el espacio para el encuentro, el abrazo y el baile, y ya cada una, cada uno verá como se las arregla con Dios, con los espíritus ancestrales o con lo que decida. Y algo muy importante, los líderes y las lideresas de las manifestaciones religiosas y espirituales afrodominicanas no van al metro a convencernos de que creamos en lo que ellos y ellas creen, como los predicadores pentecostales.

Los predicadores plantean que para “la salvación” hay un solo camino y quieren que todos sigamos la misma senda. En cambio, en la Fiesta de San Antonio Negro, en Yamasá, los espíritus africanos y los espíritus indígenas se juntan en el altar con un Buda alegre, sin ningún problema. Si todos hablan del bien, la paz y el amor, ¿por qué no van a convivir? Y, además, siempre hay más de un camino para el buen vivir.

El objetivo de esta columna no es idealizar las religiones afrocaribeñas en general ni las tradiciones afrodominicanas. Tienen muchos aspectos que no me resultan cómodos y, como ocurre con la mayoría de religiones, algunos las utilizan para estafar a los demás y desvirtuar su filosofía y su trascendencia. Y claro, el patriarcado lo atraviesa todo: el machismo de muchos espacios es tan desalentador como el de cualquier iglesia tradicional cristiana.

El objetivo de esta columna es recordar que tenemos otra tradición espiritual, con una perspectiva de la vida que nos puede dar herramientas (independientemente de nuestras creencias) para la convivencia en estos tiempos crispados, y acercarnos al amor en tiempos de odio. No hay que convertirse a nada (pero si te hace feliz conviértete a algo que te parezca hermoso), no necesitamos nuevos conversos sino más mentes abiertas y más abrazos, y también más arte como el arte de Geo Ripley.