La Compañía de Jesús celebra el 31 de julio, el día de San Ignacio de Loyola, fundador de los padres y hermanos jesuitas.

Salinas le puso compañeros de Jesús, al grupo de amigos en el Señor, que San Ignacio quería tener al servicio de la Iglesia forjado a través de una espiritualidad, que define un estilo de vida del sacerdote, hermano jesuita, y de la persona que la asuma.

Lo primero que resalta la espiritualidad Ignaciana es la unión y familiaridad con la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para alabar, bendecir y glorificarle por toda la grandeza y la creación de la vida, de la cual nosotros participamos: “…en todo amar y servir”.

Recordemos, que Jesús al entregar su vida solidariamente por la humanidad   llegó hasta el extremo: aceptar una muerte en la cruz del calvario. La solidaridad no se compra, no se renta, no se exige, no se pide, no se mendiga. La solidaridad se da y se recibe. A Jesús nadie lo llamó. Él se hace presente entre nosotros porque así lo decide la Trinidad: por amor a la humanidad. Cuando somos solidarios hacemos presente la Divinidad.

Bueno, Ignacio impulsó una gran relación con Jesús y con el Espíritu Santo para buscar, acatar y dejarse guiar por sus invitaciones al servicio, a la acogida, al perdón, a la entrega, a la solidaridad, a todo lo que nos lleve a tener presente “al otro como a mí mismo”.

La Espiritualidad Ignaciana nos enseña a trascender el Yo para vivir el Nosotros, donde se hace presente el Reino de Dios. Es decir, comenzamos a vivir la Plenitud de la vida…, es el “sí, pero no…” de la Parusía, porque aún persisten las limitaciones humanas. Sólo en la Casa de Nuestro Padre viviremos esa Plenitud de Vida.

Seguimiento y servicio al Espíritu Santo, que nos sugiere dejarnos llevar por él. Estableciendo esa relación profunda con la Trinidad que, como dije antes, es el amor a Jesús. Jesús es nuestro ejemplo, nuestro guía, “… Yo soy el Camino, la Verdad y La Vida, nadie va al Padre sino por mí”, Jn.14,16

San Ignacio tiene tres códigos en sus ejercicios espirituales que nos ayudan a mantenernos en la presencia de Dios en la cotidianidad actuando como Jesús: la contemplación y la meditación nos hacen sentir y pensar como Jesús; y el examen de conciencia, que nos confirma si vamos o no siguiendo las huellas de Jesús. Es decir, que la Espiritualidad Ignaciana es Cristo céntrica.

Para actuar como Jesús actúa, en la Espiritualidad Ignaciana hay que hacer un esfuerzo para buscar la voluntad de Dios en el quehacer diario, que se explicita en el discernimiento. Hacer la voluntad de Dios no es un determinismo, sino que al ser ÉL que nos da la vida nos conoce mejor que nosotros mismos y si nos dejamos llevar del Yo, podemos convertirnos en un ídolo; pues el único que compite con Dios es el Yo.

El discernimiento es una actitud continua de búsqueda de la voluntad de Dios; es decir, cada momento tengo que discernir qué quiere Dios de mí; partiendo de dos reglas elementales: 1. Qué experimento? y 2. A dónde me lleva?, y así elegir lo mejor de lo bueno. Tenemos que hacer el discernir una actitud para siempre elegir lo mejor entre dos acciones buenas.

Muy pocas veces nos preguntamos: ¿qué quiere Dios de mí?

Ordinariamente, nos dirigimos a Dios para pedirle. Estamos más pendiente de lo mío que de: “al otro como a mí…” De hecho, no tengo que preocuparme por lo que yo quiera; si de verdad hago la voluntad de Dios, porque Él sabe lo que necesito y me lo facilitará a su debido tiempo…

Otra de las características de la espiritualidad Ignaciana es el servicio. Llegar hasta el extremo por el servicio solidario, como lo hizo Jesús. Esa característica me da un estilo de vida y define una personalidad, la personalidad del siervo y/o sierva, el servidor/a de todos y todas, aquí está la raíz del: “en todo amar y servir”

Si logramos la actitud de discernimiento estamos siguiendo los pasos de Jesús. Estamos haciendo lo que Dios quiere y espera de mí. Porque la fe es para continuar la obra salvadora de Jesús. La fe no es exclusivamente para pedirle a Dios que me dé, sino para hacer la voluntad de Dios en relación con el Otro. La fe me ayuda a hacer y sobre todo a hacerme.

Otra característica de la Espiritualidad Ignaciana es el MÁS (Magis). La persona siempre quiere Más desde sí misma. Somos insaciables. Esa insaciabilidad es la presencia del Ser Trascendente en mi interior personal. Sólo el Ser Trascendente satisface esa ansia de Más en la persona, a quien le da vida. Aquí está el límite de la Inteligencia Artificial, IA. La saciabilidad de la IA depende de la persona, nunca será autónoma como la humana. Pensemos que nadie ha querido nacer, ni ha escogido papá y mamá, ni fecha, ni lugar para nacer. La vida es donación de Alguien que es LA VIDA y nos da vida libre, y nos respeta porque nos ama y confía. Luego…, Jesús nos enseña cómo tratar al Otro: … “al Otro como a mí mismo”. Dios no necesita de nosotros, sino que es solidario con cada persona, por amor –raíz de la Trinidad- nos hace partícipe de la vida. La IA es inteligencia transferida siempre inducida. No es vida. El trans/humanismo nunca llagará a ser LA VIDA. Lo más que puede ser es un ídolo de la modernidad…

No podemos olvidar la devoción de Ignacio de Loyola a Nuestra Señora, la madre de Jesús. Cuando él se convirtió, él fue a Monserrat y delante de ella se quitó el traje de oficial militar, entonces era capitán del ejército, y se lo dio a un pobre; luego cogió el traje del pobre y se lo puso resultando que al pobre le cayeron atrás cuando lo vieron vestido con esa ropa de militar…

La experiencia de Dios vivida por Ignacio de Loyola queda sistematizada en los Ejercicios Espirituales, que podemos resumir:

1. Vivir, sentir, gustar la misericordia de Dios Creador y conocer lo que Dios quiere para mí: Definir –complementar, desempolvar mi sueño, mi utopía- lo que le da sentido a mi vida y actualizarme.

2. Vivir, sentir, gustar la misericordia de Dios Redentor: Conocer y aborrecer la malicia del pecado. Vivir la experiencia de ser perdonado-a. Sentir la gracia del cariño y misericordia de Dios en Jesús.

3. Vivir, sentir, gustar el compromiso de estar haciendo la voluntad de Dios en mis relaciones cotidiana: con el Otro y con la Naturaleza…, con Alma, Vida y Corazón, Toda la Vida…