Hay múltiples definiciones de espiritualidad y normalmente estarán en relación con la religión o cultura de quien se exprese. Incluso definir al espíritu resulta muy complejo. La espiritualidad enfoca nuestra esencia inmaterial y trascendente, la realidad más allá de la inmanencia de lo que llamamos existente. Incluye nuestro estado anímico, las asociaciones conceptuales que hacemos, nuestra forma de sentir, el lenguaje simbólico, actitudes, cosmovisión, nuestra libertad frente a nuestros instintos, etc. Es lo que más nos diferencia en el Reino Animal y lo que ha determinado que seamos denominados “la especie espiritual” (Konner, Melvin).

 

Tenemos una parte animal, que tiene que ver con nuestra alimentación, vida sexual-reproductiva, satisfacción de nuestros instintos, necesidad de acaparar cosas materiales, etc., pero también  tenemos una parte que trasciende lo material, que se relaciona con nuestros niveles superiores de consciencia, capacidades de pensar, reflexionar, interpretar el mundo, amar, esperanzas, sueños, etc.

Tradicionalmente la medicina estuvo ligada a la espiritualidad, desde ella se integraba tanto la salud física como la mental, el curandero enfocaba los trastornos de salud como un todo, consideraba tanto las manifestaciones o síntomas de la patología que se presentara, como la alimentación, descanso, estado anímico, situación social, cosmovisión, etc. El médico actual tiende a burlarse de lo limitada que era la medicina en esos tiempos, sin embargo en ocasiones sólo es capaz de ver la enfermedad, pero no puede ver al paciente; podría sólo controlar síntomas, sin lograr pacientes más saludables.

Solemos decir que las personas se curaban por simple sugestión (efecto placebo), sin embargo, es importante señalar que muchos medicamentos utilizados en la actualidad como placebos siguen curando pacientes. Un alto porcentaje de pacientes se cura simplemente por creer que una supuesta medicina puede sanarlo, la clave estaría precisamente en: creer. Evidentemente, muchos fármacos sí ejercen un efecto determinante en los enfermos.

Hemos avanzado mucho en el estudio de los trastornos psicosomáticos, de tal forma que en la mayoría de las enfermedades físicas sabemos que existe una notoria influencia de nuestros estados mentales. A menudo se conoce en alguna persona padeciendo una enfermedad física grave: una gran pena por un duelo no resuelto, un resentimiento, una falta total de deseo de vivir, un gran sentimiento de culpa, etc., no se necesitan grandes estudios de psicología para saber que estados emocionales fuera de control, pueden provocar patologías incluso graves.

La magia de la curación está en nuestra propia mente, cuando verdaderamente creemos que podemos curarnos, se desencadenan procesos curativos en nuestros cuerpos. Nuestros estados mentales adecuados, inciden favorablemente sobre nuestro sistema límbico, el cual libera neurotransmisores que actúan sobre zonas ejecutivas de nuestro cerebro, iniciando procesos neurovegetativos que determinarán que se corrija el trastorno que llamamos enfermedad. Jesucristo decía claramente: “tu fe te ha curado” (Marcos 5: 34) y si analizamos lo que antes decíamos viene a ser lo mismo que dijo Jesucristo, pero explicado en términos médicos.

A nivel biológico, cuando nuestras células interpretan que vivir no es conveniente, desencadenan el proceso de la apoptosis, que es la muerte celular programada (como una especie de suicidio). De igual forma, cuando a nivel consciente entendemos que nuestra vida no vale la pena, inconscientemente desencadenamos procesos que nos llevarán directamente a la muerte, pudiendo ser mediante: infartos, accidentes cerebrovasculares, cáncer, infecciones graves, etc. Cualquiera que sepa un poco de medicina te dirá que una infección grave es producida por un germen peligroso y no por un estado mental, pero también es cierto, que un estado depresivo, puede conllevar una depresión significativa del sistema inmunológico (la defensa) y permitir la entrada o desarrollo de una bacteria que provoque una septicemia. Es simple, no es saludable que estés triste.

Ya no pierdas tanto tiempo en impresionar a los demás, es a ti a quien tienes que convencer de que tu vida vale la pena, eso te dará más años de vida y éstos serán de mayor calidad.

Aunque sabemos que nuestros estados mentales tienen repercusiones evidentes en nuestra salud y vida social, estamos haciendo muy poco para lograr desarrollar nuestro control voluntario de los procesos curativos, de hecho, algunos médicos lo consideran casi imposible, ya que desconocen sus propias facultades mentales; aceptan que involuntariamente puede suceder, pero dudan que de manera voluntaria pudiéramos llegar a desarrollar esa habilidad.

Solemos confiar en la tecnología, el dinero, los recursos naturales y nuestros contactos sociales, pero cada vez confiamos menos en nuestras capacidades mentales. No sólo no tenemos fe en ellas, sino que hemos desarrollado una especie de anti-fe, que hace que nos convenzamos de que estamos mal y sin esperanzas. Algunos se sienten orgullosos de “ser tan realistas”.

Aunque para muchos, Fe es simplemente creer que existe Dios, Fe también es saber que podemos, que siempre hay una opción, es creer en nosotros, saber que somos criaturas superiores a lo que hemos descubierto hasta ahora y que el día que despertemos, no tendremos que temer a nada. Limita tus conversaciones con quienes no ven esperanzas o soluciones, aunque digan ser creyentes.