El ser humano siempre anda en busca de ese milagro que en término personal le impacte favorablemente y que él mismo le haga sentirse realizado a plenitud.

El problema es que en muchas ocasiones cuando ese milagro que esperamos se retrasa o no llega, tendemos a considerarnos seres defraudados y nos desesperamos de tal manera que convertimos nuestra existencia en un muro de lamentaciones, llantos y desconsuelos; provocando dicho proceder sentimientos de derrota y un empantanamiento de nuestros sueños, propósitos y metas a alcanzar.

Todo esto ocurre porque siempre aspiramos a la realización de cosas extraordinarias, sin detenernos a valorar los tantos milagros que en cada momento suceden, pero que, por ser ínfimamente pequeños, y a lo mejor muy lejos de fantasías no le prestamos la mínima atención.

Es que muchas veces llegamos a creer única y exclusivamente que el inmenso “yo” es el único competidor en la carrera de la vida, que todo debe girar en torno a mí y para mí, es decir que el milagro tendrá significación e importancia si siempre beneficia a mi persona.

Esta actitud de inmediato debemos calificarla de equivocada, ya que está revestida de un barniz muy egocentrista, limitado y carente de buen vivir; por lo que de no reflexionarse a tiempo y producir los ajustes de cambios requeridos, nos podría conducir a vacíos existenciales, y esto es muy peligroso.

Entendido lo anterior, luego de haber analizado y reconocido con profundidad el verdadero sentido de mí, hacia los demás, debo llegar a la razonable conclusión que un proceder mío puede afectar negativa o positivamente a quienes me rodean.

Es que todo ser humano es un ente social que necesita de la interacción con el otro, aquí no cabe predestinarse a vivir en soledad, ni mucho menos ignorar a quienes me rodean, porque sencillamente tu existencia que está concebida a dar frutos, padecerá de una esterilidad provocada que te ha de conducir a una vida sin historia, sin huellas ni recuerdos.

Es que para producir frutos debemos asumir compromisos, que harán de cada momento una maravillosa oportunidad de ser generadores de milagros, sin tener que preocuparnos por realizar cosas extravagantes, sino más bien estar dispuestos a brindar detalles o pequeñas cosas, que para ti pueden resultar irrelevantes, pero que a los ojos de los demás serán visto como un pedacito de cielo.

Y es que tú puedes ser un milagro para el otro, no tienes que ir lejos, solo basta enfocarte en tu alrededor, cada realidad cruda, rostros de necesidad, llantos sin consuelo, sed de afectos, desalientos sin apoyo, suspiros sin esperanza, miradas sin horizonte, caídas sin socorros… Todos estos episodios esperan de un milagro. ¡Se tú el milagro!