Por el enorme peso que tenían en la sociedad el caudillismo, el militarismo, y su corolario el despotismo, diversos intelectuales dominicanos rechazaron ser postulados como candidatos a la presidencia de la República, luego de la caída del gobierno de Ignacio María González a inicios de 1876. En esa complicada coyuntura los sectores más progresistas del país centraron su mirada en la figura de Ulises Francisco Espaillat (1823-1878), a quien veían como el “salvador de la patria”, la garantía de orden, estabilidad, honradez y progreso. Se tenía la convicción de que solo el prócer podía sobreponerse a los complejos problemas políticos y económicos que afectaban a la sociedad dominicana de ese entonces.

En enero de 1876, Espaillat le dirigió una carta al general Gregorio Luperón en la cual le decía que siempre había pertenecido al partido de la Restauración y aspiraba a que la “vilipendiada” y la “azotada” República dirigiera su mirada no a su pasado, compuesto de “humillaciones”, sino al país de los hombres libres, a los Estados Unidos de América.

Espaillat se había desempeñado como vicepresidente del Gobierno provisorio que encabezaron José Antonio Salcedo (Pepillo) y Gaspar Polanco durante la Guerra Restauradora, posición desde la cual formuló las principales orientaciones de dicho Gobierno. Sin embargo, luego de la derrota del general Gaspar Polanco, el prócer Espaillat fue apresado por el entonces presidente Pedro Antonio Pimentel quien lo acusó de complicidad en la muerte de Salcedo, acusación que no tenía fundamento, por la cual permaneció varios meses en prisión y luego fue recluido en Samaná.

Esto afectó sensiblemente la conciencia de Espaillat que lo llevó a distanciarse en lo sucesivo de los asuntos públicos, a rechazar todos los nombramientos y a mantenerse al margen en los enfrentamientos entre los bandos azules, defensores de la soberanía nacional, y los rojos, partidarios del anexionismo. Espaillat no se consideraba miembro de ningún partido, sino que actuaba movido por el principio del deber.

En marzo de 1974 el periódico El Centinela publicó una relación por región de los candidatos que preferían la mayor parte de los dominicanos y en la Región Norte estaba al frente Espaillat junto a Máximo Grullón, José M. Glas, Manuel A. Cáceres, Tomás Cocco y José D. Valverde.

El 15 de febrero de 1876, en respuesta a Casimiro A. de Moya de La Vega, Espaillat le exponía que en el país había un pequeño grupo que deseaba de forma sincera que él accediera al poder pues lo consideraban como el único capaz de finiquitar “las pretensiones exclusivistas de los partidos”, aunque consideraba insuficiente el número de personas que sustentaría su candidatura uno de cuyos inconvenientes radicaba en que su sistema gubernativo estaría basado en el racional principio de “no dar”.

El segundo escollo que enfrentaría la candidatura de Espaillat era la renuencia de los diferentes grupos políticos de sacrificar sus intereses en manos de un tercero. Por tanto, el país debía pasar por “revoluciones fatales” para que los azules y los rojos vieran la necesidad de realizar el sacrificio de sus respectivos intereses. Igualmente, dudaba que primeras figuras de ambos agrupamientos, como Luperón y Gautier, formaran parte del nuevo gabinete.

El 22 de febrero de 1876 fray Roque Cochía le dirigió una carta a Espaillat en la cual le expresaba su preocupación por el peligro de una “desastrosa guerra civil” en que se encontraba el país. Y además le exponía:

“No falta más que un hombre que por sus precedentes, su inteligencia y honradez sea a todos una garantía del porvenir. Este hombre, Señor, yo lo veo señalado por la opinión pública en la persona de usted. Solo digo que hay un obstáculo, y es usted mismo, que prefiere su hogar a la vida pública. Pero el momento es de lo que he dicho al principio, y he aquí el objeto de la presente carta, pedir a usted que sacrifique todas sus repugnancias, y acepte el voto de la Nación”. (1)

Espaillat le respondió al prelado que cuando tantas personas sobresalientes le exigían aceptar el cargo no podía negarse y “contando desde ahora con el valioso contingente que pueden prestarme sus consejos y su elevada posición social, acepto, más por el deseo de dejar probado que uno se debe a la patria, que porque crea ser a esta de alguna utilidad”. (2)

El 23 de febrero de este último año un grupo de intelectuales le dirigió una carta a Ulises Francisco Espaillat en la cual recomendaban con empeño aceptar la presidencia de la República.

Los intelectuales, entre los que sobresalen el historiador José Gabriel García y Francisco Gregorio Billini, hacían un símil entre lo ocurrido en 1849 con la negativa de Santiago Espaillat a ser presidente, a quien ponderaban como “un ciudadano dignísimo, por honrado e ilustrado”, y la situación de 1879. Espaillat, tío de Ulises Francisco, desestimó aceptar el poder al entender que sus principios morales entraban en contradicción con los intereses políticos del momento, que no estaba dispuesto a enfrentar para preservar la “pureza de sus ideas”.

Entendían dichos letrados que si el “recto y severo ciudadano”, que era Santiago Espaillat, hubiera colocado su “elevada personalidad” por encima de los intereses en pugna y los hubiera destruido, con su “hábil moderación” el país se hubiera encauzado en la ley, y una vez acostumbrado a su estricto cumplimiento, se hubiera salvado ya en ese momento.

Sin embargo, no aconteció de esta manera y el país continuó “[…] de caída en caída, de un período malo a otro período malo, hénos aquí pobres, desgraciados y, lo peor, aun dispuestos a nuevas lides en las cuales acabemos de devorarnos”.

Le reprocharon a Santiago Espaillat no haber querido contraponer:

“[…] el dique de su ilustración y severidad republicana a las malas pasiones que se condensaban en 1849 para darnos luego 27 años de desdichas, no quiso ser para nosotros el lazo de unión, bandera de paz y progreso, y eso cuando el país no estaba tan afligido como hoy, ni tenía el conocimiento reflexivo de su malestar, y no se fijaba ansioso, compacto y consciente en un ciudadano, con el fin de que lo guiara”.

Sin embargo, en ese momento, febrero de 1876, en que el país se hallaba “afligido” por todo lo que había sufrido y temía sufrir, que se encontraba más “ilustrado” y sabía que las “desventuras” del país las habían ocasionado las “ideas inadecuadas de sus gobernantes”, que se fijaba con ansia en todos los colores políticos, le solicitaban a Ulises Francisco Espaillat que gobernara con la tolerancia que había predicado y la equidad que había aconsejado y a continuación hacían los siguientes lances:

“[…] ¿se negará usted a consagrarle la honradez, la inteligencia, el caudal de buenas dotes que atesora para el mando? Dirá usted: “Solemnemente he declarado que no aceptaré el poder”. Pero las razones puramente personales que lo indujeran a pensar así, aunque ellas fuesen las más levantadas en moralidad, ¿cómo no han de ceder ante las de la salud pública, las cuales exigen a usted no darle preocupación a ese propósito? ¿Qué vale una causa de aquel linaje […] si la patria exige desatenderla? ¿No ha confesado usted haber dejado el hogar por el gobierno, cuando en la Restauración se vio solicitado de aquella irresistible fuerza? ¿Desatenderá usted la súplica general? ¿Vendrá usted a probarnos que el nombre de Espaillat simboliza para la patria esperanzas defraudadas?”. (3)

El 23 de febrero de 1876 la sociedad La Republicana hizo pública una carta, en el periódico El Nacional, en la cual presentaba a Espaillat como el candidato del pueblo para las próximas elecciones y lo percibían como “la suprema salvación en los actuales”, en los cuales los partidos políticos podían estar al acecho de imponerse y sumir el país en los “horrores de la guerra civil”. Planteaban que cualquier otro candidato significaría una fuente de conflicto más que de unidad entre las disidencias de las luchas internas del país.

Definían la situación del país como “excepcional y peligrosa” en la que cualquier incidencia podía precipitarlo a un “dédalo de confusiones anárquicas”. A pesar de reconocer que el espíritu de Espaillat se hallaba “amargado con hondas decepciones”, estimaban que a este le correspondería colocarse en el límite donde terminaba la legalidad y comenzaba la revolución.

La respuesta de Espaillat a la solicitud de La Republicana pone en evidencia los problemas que afectaban al país en esa época los cuales sobrepasaban su capacidad, entre los cuales destaca, por las “pasiones mal apagadas”, el peligro de la guerra civil, capaz de sumir al país en los “mayores horrores”. De igual modo, planteaba la urgente necesidad de realizar algunas reformas para lo cual resultaba indispensable la abnegación y decisión de parte de los miembros del nuevo gabinete, además del “firme, constante y leal apoyo de los principales hombres del país”.

Espaillat proponía la asunción de principios éticos para salvar el país, tales como la unificación de los partidos, una nueva administración racional fundamentada en la más estricta justicia. Que no haya en el “infortunado” suelo dominicano más diferencia entre los ciudadanos que la existente entre la virtud y el vicio, que solo haya que castigar a los criminales y que las fuerzas sociales no agoten sus energías en las persecuciones políticas para que puedan consagrarse a la solución de los problemas sociales que reclamaba la creciente desmoralización que afectaba el país.

En el plano económico proponía la formulación de un presupuesto modesto como único medio de lograr el restablecimiento del crédito público y dejarlo sentado sobre sólidas bases. Su formulación debía regirse por los principios de la justicia: antes de dar, se debía pagar, y antes de ser generoso, se precisaba ser justo.

En lo político, consideraba indispensable la unificación de los partidos y que los miembros más relevantes de los mismos, que eran enemigos acérrimos, formaran parte del nuevo gabinete y se consideraran “amigos de la patria”. De antemano sabía que las reformas generaban descontentos, pero entendía que esto no sería obra de la pasión sino de la justicia. Espaillat se mostró dispuesto a enfrentar las “odiosidades” sin dar muestras de cobardía, y como se le requería un sacrificio estaba dispuesto a hacerlo, pero de forma absoluta:

“[…] Subiré al poder a pesar mío, porque así lo exige la mayoría, y bajaré de él sin disgusto. Espero que en los dos años que deberá constar el próximo período presidencial, ninguna revolución vendrá a turbar la paz pública. Empero, si tal sucediera, la nación sabrá escoger”. (4)

Para Espaillat la “mayor calamidad” que podía sobrevenirle a una nación era la necesidad de ser salvada por un “genio”. Prefería, en cambio, que cada ciudadano lo sea en su esfera con lo cual quería expresar que los mayores resultados no debían cifrarse en su capacidad, que de forma modesta consideraba “exigua”, sino de los inteligentes esfuerzos de sus ciudadanos en ayudar a la administración que deseará gobernar con la opinión pública a su favor, y cuyo prestigio se limitará al que los propios ciudadanos quieran concederle.

Pero aún con estas aprensiones, Espaillat aceptó las diversas propuestas y en las elecciones de celebradas los días 24, 25 y 26 de marzo de 1876, Espaillat obtuvo una altísima votación y de 26,410 sufragantes, 24,329 lo favorecieron con su voto, Luperón, que no era candidato, 559 y Manuel María Gautier 452. Con excepción de Azua, Espaillat ganó en todas las comunes y cantones del país.

Referencias

1 Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Espaillat, Santo Domingo, 1963, pp. 68-69.

2 U. F. Espaillat, Escritos, Santo Domingo, 1962, p. 298.

3 Carta de M. A. Cestero, José Joaquín Pérez, Francisco Gregorio Billini, José Gabriel García, J. Tomás Mejía y Rafael Abreu hijo, del 23 de febrero de 1876, en: E. Rodríguez Demorizi, Papeles de Espaillat, Santo Domingo, 1963, pp. 73-75.

4 U. F. Espaillat, Escritos, p. 298.