Con deplorable tibieza se ha conmemorado el bicentenario del nacimiento de Ulises Francisco Espaillat, el combatiente civil más trascendente durante la Guerra Restauradora de 1863-1865. Su posición radical en defensa de la Restauración de la República por medio de las armas mereció que el oficial hispano Adriano López Morillo, en su obra sobre la guerra, lo tildara con encono de «impenitente revolucionario», y no erraba, en su lenguaje castrense colonial ser revolucionario era un pecado mortal. Espaillat fue un magnífico civilista, gran estadista, pero su papel primordial lo determinó su enérgica actitud contra el autoritarismo de Estado y la intervención extranjera.

 

A la edad de 30 años fue miembro del Tribunado (diputado) en el Congreso revisor enero-febrero de 1854, bajo la égida de Santana. Designado en la comisión de siete miembros encargados de revisar la Constitución reaccionaria de 1844, los comisionados eliminaron el arbitrario artículo 210. Esta corrección enfadó a Santana y ordenó una nueva revisión constitucional que repuso las atribuciones eliminadas, para ese momento ya Espaillat no era miembro del Tribunado. (Congreso revisor. Cámara de representantes y Congreso Nacional 1854.  Colección Trujillo. Santo Domingo (C. T.) 1944. p. 12).

 

Tres años después fue de los líderes de la Revolución del 7 de Julio de 1857 contra el Gobierno corrupto de Buenaventura Báez. Junto a Pedro Francisco Bonó fueron los principales redactores del manifiesto de la revolución, que entre otras denuncias establecía:

“Las Constituciones de los años 44 y 54 no han sido más que los báculos del despotismo y de la rapiña. En la primera, el artículo 210 y en la segunda el 22 inciso del artículo 35, han sido el origen del luto y llanto de innumerables familias”.

 

“Los Gobiernos han violado la libertad individual, poniendo presos y juzgando  arbitrariamente a los ciudadanos”.

 

“Han ahogado la libertad de imprenta. Se han apoderado de la libertad de la Nación pidiendo facultades omnímodas, y, para obtenerlas, han imaginado conspiraciones. Han puesto el terror en el pueblo, y han disuelto la Representación Nacional, con manejos insidiosos”. (Soberano Congreso Constituyente de Moca, 1857-1858.  Colección Trujillo. Editorial El Diario. Santiago, 1944. pp. 193-194).

 

El manifiesto imputaba delitos de lesa patria a Báez y Santana, primera vez que circulaba una denuncia pública que cuestionaba a los dos dueños del país.

 

En el Soberano Congreso de Moca en diciembre de 1857, Pedro Francisco Bonó planteó que ese organismo debía priorizar antes que una Constitución, reclamar al Gobierno insurgente ordenar la toma de la ciudad de Santo Domingo. Bonó con su exquisita intuición política, sospechaba que Pedro Santana quien se había brindado para dirigir las tropas que cercaban la Capital, prolongaba el asedio con otros propósitos. Como era de esperarse la moción de Bonó fue secundada por Espaillat, cuando proclamó sin ambages:

“En efecto, es doloroso que el Soberano Congreso no haya querido tomar parte en la resolución de la cuestión del sitio de Santo Domingo, cuando es éste un asunto de los más graves que afecta tanto los intereses morales y materiales de la República […] (Soberano Congreso Constituyente de Moca, 1857-1858.  pp. 46-47).

 

Bonó y Espaillat con ojo clínico revolucionario, auscultaban algo pernicioso tramaba Santana al proceder a alargar el asedio y no tomar la ciudad de Santo Domingo, como finalmente ocurrió cuando Báez se retiró del país y el viejo pillo político asaltó de nuevo el poder y realizó las deletéreas diligencias para la  anexión a España.

 

Proclamado el palo acechao de la anexión, dos años después los dominicanos se sacudían e iniciaban la histórica gesta de Capotillo, cuyo avance arrollador llevó a los restauradores a ocupar la ciudad de Santiago en la histórica y soslayada batalla del 6 de septiembre, que garantizó el triunfo de los dominicanos.

 

En el mare mágnum del asedio de los insurgentes a los anexionistas acorralados en la Fortaleza San Luis en el lapso del 6 al 13 de septiembre, reinaba la confusión en medio de la exigencia para que los españoles sitiados se rindieran. El oficial Adriano López Morillo (fue prisionero de los patriotas, luego llegó a alcanzar el grado de general), en su obra sobre la guerra desde su punto de vista tomaba posición en torno a las actitudes de los líderes de la insurrección. Escribió de modo reiterado que Salcedo fue la personalidad menos agresiva contra ellos, incluso dejando entrever coincidía con la posición del oficial hispano José M. Velasco y Postigo, encargado de negociar una salida a la revuelta en ciernes que implicaba la “paz”, rindiéndose los dominicanos. Morillo apuntó que estos “esfuerzos” se frustraron porque:

[…] la proposición Espaillat-Bonó vino a hacer fracasar todos aquellos pacíficos propósitos”.

 

“Espaillat, conocedor de cuánto  vale a veces ganar tiempo, comprendió la urgencia de suspender aquella deliberación, para, como él decía “someterse a la soberanía de la nación”, soberanía que sería ejercida por el Chivo, Luperón y comparsas”. (Adriano López Morillo. Memorias sobre la segunda reincorporación de Santo Domingo a España.   Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1983. T. II Libro VI p. 15).

 

En medio del ambiente bélico que estremecía a Santiago del 6 al 13 de septiembre, dos civiles heroicos rechazaban los propósitos de embaucar en las negociaciones a los dominicanos con una paz de cementerios y planteaban que ellos estaban a la ofensiva y solo podía negociarse la rendición de los soldados coloniales rodeados en la Fortaleza San Luis.  López Morillo anotó que Salcedo adoptó una actitud indecisa, insertó una carta que alegó le envió Sebastián Valverde desde el cantón de Salcedo, manifestando: “Los que queríamos la paz, abandonamos el cantón de Pepillo al ver a este vacilante y a merced de Ulises, triunfando con su intencionada proposición. […] (Adriano López Morillo. Obra citada. p. 15).

 

Reiteramos la pretendida “paz” consistía en suspender las hostilidades insurgentes, alegando no se tomarían represalias por parte de las autoridades anexionistas, pero allí estaba firme Ulises Francisco Espaillat para insistir que el único camino era la rendición de los colonialistas. López Morillo rumiaba su frustración de no ver concluida la revuelta con las demagógicas propuestas de paz  de las autoridades anexionistas en desventaja:

“Ya vimos cómo la mayoría se pronunció por ir a la pacificación y que gracias a la tenacidad y habilidad de Espaillat, los asuntos revolucionarios tomaron el sesgo que vimos”

 

“Allí, a excepción de Espaillat y Bonó, todos estaban por entenderse con las autoridades si garantizaban que no se ejercerían venganzas”.

 

“La idea de la independencia absoluta, nadie en aquella reunión la emitió, ni el mismo Espaillat, que era el más sincero e impenitente revolucionario”. (Adriano López Morillo. Obra citada. p. 21).

El oficial colonialista se contradice, previamente imputaba a Espaillat que en aquellos momentos de  negociación fue el único que insistió en la soberanía de la nación, por lo tanto no es válido que dudara de este criterio. En este apartado llega a calificarlo de «impenitente revolucionario», porque siempre se pronunció de modo intransigente por la Restauración de la República Dominicana. Efectivamente la transacción que se perseguía para enterrar la revolución no fue posible. La jerarquía de las tropas monárquicas convencida de su fracaso en las negociaciones, ordenaron una aflictiva fuga rumbo a Puerto Plata que le costó entre muertos, heridos y apresados mil hombres.

 

Aquel calificativo pretendidamente peyorativo de «impenitente revolucionario» contra Espaillat, era el precio de su insistencia por no transigir ni con  un paso atrás en la lucha por la soberanía, como sentenció Luperón: «Su constancia en los principios era inalterable». (Gregorio Luperón. Notas autobiográficas y apuntes históricos.  Editorial El Diario. Santiago, 1939. T. II  p. 65).

 

No era un caso aislado de un adversario imputarlo de  connotado revolucionario, esto se repitió en otros momentos, por ejemplo se ha ubicado un expediente en el Archivo Histórico de Madrid, de un informante del anexionismo que lo catalogaba entre los influyentes dominicanos enemigos de Santana y la incorporación a España, sentenciando:

“D. U. Espaillat, hijo.  Medio médico, medio farmacéutico y nada más. Todos estos individuos, viven en Santiago de los Caballeros, y figuran a la cabeza de la actual  sublevación. Otros hay pero no recuerdo los nombres”.  (Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles del General Santana.  Stab. Tipográfico G.  Menaglia. Roma, 1952. p. 186).

 

Mientras la mayoría de la oficialidad rebelde perseguía a las tropas anexionistas en su temeraria huida a Puerto Plata, Salcedo que permaneció en Santiago expresó sus intenciones de proclamarse presidente de la República. Manuel Rodríguez Objio, héroe y cronista de la guerra, nos dice sobre el particular:

[…] pero  el Sr. Espaillat le observó que “tal cosa no podía verificarse sin la anuencia de los Jefes Militares y muy particularmente la de los Señores Gaspar Polanco y Luperón, por ser los que en  realidad manejaban las fuerzas” (Manuel Rodríguez Objio. Gregorio Luperón e historia de la Restauración.   Editorial El Diario. Santiago, 1939. T. I p. 75).

 

De nuevo con su perspicacia política, Espaillat advertía que esa autoproclamación unilateral no era prudente, con argucias Salcedo logró convencer a la mayoría de los presentes. Tras la llegada de los generales que perseguían a los anexionistas rumbo a Puerto Plata, se originó un grave incidente subsanado por el propio Espaillat, solicitando se aceptara a Salcedo como presidente para evitar fricciones en el campo revolucionario.

 

Ulises Francisco Espaillat fue el principal redactor del Boletín Oficial,  órgano de los rebeldes dominicanos, el 1 de enero de 1864, publicó un editorial sobre los principios políticos de la revolución, resaltando:

“Es preciso que recordemos que esta revolución no se parece a la del 7 de julio. Esta última fue revolución de unos pocos que arrastraron consigo las masas. En la revolución actual, fueron las masas que se levantaron, arrastrando consigo a todos los inteligentes; en ésta, los hombres inteligentes se han puesto a la devoción de las masas. En la revolución de julio, era una media docena de individuos los que se hallaban comprometidos; en la revolución presente es todo el pueblo quien lo está. En la revolución de julio el pueblo pudo haberse dicho: “aquellos pocos que han ideado la revolución, serán solos  los responsables, y como el pueblo en nada se ha metido, nada tendrá que temer”. Hoy no podrá decir eso”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración.  Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo, 1963. p. 77).

 

Se trataba del primer documento público en el país que mencionaba el rol de las masas en una revolución popular, reiterando la calidad de revolucionario consciente de Espaillat,  explicando a todos la importancia que el pueblo se empoderara del movimiento por la vuelta a la dominicanidad. El historiador Emilio Rodríguez Demorizi a quien le correspondió la edición de sus documentos políticos, acotó que tras la Guerra Restauradora el héroe volvió a utilizar el concepto de «masas», en un artículo publicado en el periódico El Orden,  de Santiago, el 11 de junio de 1875, cuando escribió:

“-Que lo que comúnmente llaman la masa del pueblo, y a la cual se complacen los ilustrados en apellidar descortésmente bárbaros, son los puros civilizados, y que los demás son, no diré corrompidos, pero si indiferentes”. (Ulises Francisco Espaillat. Escritos.  Emilio Rodríguez Demorizi, editor. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.  Santo Domingo, 1987. p. 94).

 

El ilustre historiador Juan Isidro Jimenes Grullón al valorar el pronunciamiento de Espaillat en torno a la principalía de las masas en la Guerra Restauradora, subrayó que pese a su condición de burgués tuvo la honradez de señalar que lo acontecido fue  obra de las masas. (Juan I. Jimenes Grullón. Sociología política dominicana 1844-1966.   Editora Taller. Santo Domingo,  1974. T. I p. 85).

 

En el curso de la guerra, cuando Juan Pablo Duarte regresó en 1864 para integrarse a la rebelión, Espaillat fue el único ministro que se dignó tratarlo con buen ánimo. El presidente Salcedo, ni siquiera quiso recibirlo. Vetilio Alfau Durán, de los más conspicuos historiadores dominicanos, tras analizar las relaciones Duarte-Espaillat consideraba dada sus buenas relaciones podría considerarse que desde entonces eran amigos. (Vetilio Alfau Durán. Por la verdad historia (VAD en la revista ¡Ahora!  Archivo General de la Nación. Santo Domingo, 2015. p. 324).

 

En agosto de ese año, el presidente Salcedo sugirió aceptar la propuesta “almibarada” de rendirse formulada por el gobernador colonial José de la Gándara, se produjo el firme rechazó y la renuncia de todos los miembros de su gabinete incluyendo a Espaillat, a quien el presidente reclamó por su principalía en la dirección política debía permanecer en el Gobierno, elevándolo al rango de vicepresidente.

 

El enemigo estaba muy enterado de la crisis entre los rebeldes y desde Santiago de Cuba se informaba a los periódicos de la metrópoli el dilema, noticia que publicaron  mencionando la acusación a Salcedo, que ellos decían se encaminaba a una “conciliación”. El diario madrileño La España,  añadía sobre el tema: “Se acordó que don Ulises E. Espaillat, vice-presidente de la República, continuase en su puesto con los actuales ministros”, (La España.  Madrid, 27 de enero de 1865). Lo cierto es todo el gabinete renunció y el presidente sugirió que Espaillat de canciller pasara a vicepresidente. La crisis se agudizó y las fuerzas progresistas asumieron el Gobierno. Espaillat permaneció con el cargo de vicepresidente, era el ideólogo de la revolución.

 

Durante este nuevo periodo encabezado por Gaspar Polanco se desarrollaron contraataques en la mayoría de los frentes y al finalizar el año las autoridades monárquicas se convencieron no podrían vencer a los dominicanos. Los negociadores para respaldar la posición de retiro que se debatiría en el parlamento hispano, recomendaron al Gobierno rebelde dirigir una carta a la reina Isabel II estableciendo que solo reclamaban volver a ser un país libre, sin dominio exógeno, que no eran enemigos de España. La comunicación ampliamente difundida por la prensa madrileña, fue redactada por Espaillat entre otros aspectos asentaba:

“En este drama homicida, la sangre que corre de una y otra parte hace diez y seis meses, es una sangre preciosa; es la sangre de un pueblo desgraciado e inocente, pero valiente como sus antepasados; la sangre de un pueblo rudamente experimentado, resignado a hacer toda especie de sacrificios, y resuelto a sepultarse bajo las cenizas que se amontonan a su rededor antes que dejar de ser libre e independiente”. (El Pensamiento Español,  Madrid, 3 de marzo 1865.  El Contemporáneo.  Madrid, 3 de marzo 1865. La Discusión.  Madrid, 4 de marzo  1865. La América,.  Madrid, 12 de marzo, 1865. La Asamblea del Ejercito y Armada de Madrid.  1865, Núm. 10).

 

Las hostilidades prácticamente cesaron a principio de 1865, solo se esperaba que el Congreso hispano decidiera la salida de sus tropas. En ese ínterin, reapareció el oportunismo en las filas rebeldes y Pedro Antonio Pimentel, derrocó el Gobierno de Polanco. Ulises Francisco Espaillat fue apresado. Este régimen impopular fue destronado en el mes de agosto,  asumiendo el poder Cabral.

 

El combatiente e intelectual Manuel Rodríguez Objio al exaltar el papel de Espaillat en la jornada Restauradora, lo describió ante la historia: “Espaillat era el pensamiento; la idea filosófica de la revolución, y a la vez el freno moderador del Gobierno”.  (Manuel Rodríguez Objio. Relaciones.  Archivo General de la Nación. Santo Domingo (C. T.) 1951. p. 82).

 

El connotado historiador Emilio Rodríguez Demorizi, al compilar, analizar y editar la obra política de  Espaillat, lo situó en la condición de:

“Máxima figura civil en la guerra de la Restauración, como Ministro de Relaciones Exteriores y como Vice-Presidente del Gobierno restaurador, encargado de la Presidencia de modo casi permanente”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Próceres de la Restauración. Noticias biográficas.   Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo, 1963. p. 104).

 

Pese a la contundente derrota infligida al anexionismo, la vorágine de la politiquería arroparía el país hasta caer por cuarta vez en manos de Buenaventura Báez, vendepatria por antonomasia, quien de inmediato inició trámites para intentar una anexión a los Estados Unidos. Espaillat como era natural fue opositor a esta insensatez y de nuevo volvió al presidio político.  Damián Báez, hermano y álter ego de Buenaventura, anotó en sus apuntes que Espaillat, Bonó y otros patriotas eran enemigos viejos del partido baecista porque supuestamente eran Santanistas. (Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles de Buenaventura Báez.  Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo, 1969. p. 63). Se trataba de la reiteración de una calumnia, ya hemos observado como ambos héroes rechazaban los regímenes autoritarios de Santana y Báez.

 

Tras un movimiento insurgente encabezado por Luperón en junio de 1873 se generalizó una revuelta que puso fin a la tiranía de los seis años. Baecistas disfrazados de opositores, teñidos de verdes, pero con el corazón rojo-baecista, dirigidos por Ignacio María González retuvieron el Gobierno. Espaillat se dirigió al nuevo mandatario recomendándole que promoviera el pueblo se acostumbrara a hacer uso de su libertad, propiciando que despertara del letargo en que había dormido a causa de los regímenes reaccionarios, acotando:

“No temáis que el pueblo haga mal uso de la libertad. No es tan malo el pueblo dominicano como han querido pintarlo los sabiondos políticos que lo han gobernado. Incauto será; malo no”. (Gregorio Luperón. Obra citada. pp. 217-218).

 

Ignacio María González, obvió la recomendación y empezó a imponer medidas represivas contra los sectores democráticos, llegando hasta cerrar periódicos que se resistieron a aceptar sus arbitrariedades, una revolución lo desplazó del poder en 1876.  La bandería  Azul retomaba el poder tras casi una década de oposición militante a la dirección reaccionaria que dominaba el país. Los azules decidieron que Ulises Francisco Espaillat su principal personalidad civil, asumiera la presidencia. En su breve mandato trató de encaminar el país dentro de altas prioridades para el desarrollo social como la educación, pero la maledicencia frustró este esfuerzo democrático.

 

Debemos resaltar que durante su efímero paso por la presidencia Espaillat se atrevió a reclamar al Gobierno de los Estados Unidos, una importante deuda contraída con el país por concepto de la ausencia de pago del arrendamiento de la bahía de Samaná a los Estados Unidos de 1870 a 1871, llevada a cabo por Báez.  El arrendamiento fue negativo para el interés nacional, pero se suscribió un contrato que se cumplió desde la parte dominicana cuando fue ocupada Samaná por dos años. Se establecía una remuneración anual de $150,000, solo se desembolsó en el primer año $147,229.91, restando $2,770.09, quedando también pendiente los $150,000 del segundo año, totalizando $152,770.09, que era una suma muy importante. (Charles Christian Hauch. La República Dominicana y sus relaciones exteriores 1844-1882.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1996. pp. 280-281).

 

González quien fue presidente de modo previo por más de dos años, no se atrevió a reclamar el pago de la deuda. Espaillat se juramentó a finales de mayo de 1876 y  ya en junio solicitaba a Estados Unidos reembolsar el dinero pendiente de pago. Las iniquidades que lo desplazaron de la presidencia, impidieron insistiera en el cobro de la importante deuda. A partir de entonces en medio de las disputas políticas, la vida orgánica de Espaillat se fue desgastando hasta llegar a su final físico en 1878, dejando una herencia de dignidad en la lucha por adecentar la práctica política en el país. Eugenio María de Hostos lo  calificó como el: […] hombre más digno del ejercicio del poder que ha tenido la República”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Hostos en Santo Domingo.  Centenario de Eugenio María de Hostos (1839.1939.  Homenaje de la Republica Dominicana. Santo Domingo (C. T.). 1939. T. I p. 279.

 

La distinguida  historiadora Mu-Kien Adriana Sang Ben, biógrafa del héroe, lo distingue como un Quijote, con muchos años cabalgando en contra de las injusticias, tras su máximo ideal de enrumbar su patria amada hacia el verdadero bienestar colectivo. (Mu-Kien Adriana Sang Ben. Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX.  Intec. Santo Domingo, 1997. pp. 284, 296).

 

El oficial e intelectual colonialista Adriano López Morillo, al pretender difamar a Espaillat sentenciándolo como «impenitente revolucionario», por su firme actitud rechazando la rendición de los dominicanos en septiembre de 1863 en medio de  acalorados debates, entendió muy claro el coraje de revolucionario irreductible que engalanaba al ínclito héroe cibaeño.