Eso que le llaman amistad, tan fácil de pronunciar y a veces tan difícil de realizar, es un ingrediente de la vida tan necesario como lo es el tomate o la lechuga para la ensalada. Todo el mundo salvo los que no son de este mundo tienen amigos, muchos, pocos, algunos, un par de ellos, o uno solo aunque sea muy bajito y callado. Estamos hablando de amigos de verdad, los llamados íntimos, no esos que aparecen por millares en la internet y en las enredosas redes sociales, que uno no los ha visto nunca, ni los ve, ni los verá, y con solo darle a la tecla de ¨acepto¨ ya se catalogan como tales.

 

Por ejemplo un desfasado y negado tecnológico como yo que ni manejo adecuadamente el whatsapp ese, o que para prender la computadora y entrar en el Facebook es casi un trabajo de presos forzados, resulta que para mi sorpresa aparecen unas letras y unos números diciendo que tengo más de 1.300 amigos.

 

Jejejejejejejejejeje… ¿amigos? si les pido 50.000 pesos para salir de un apuro económico veremos cuántos responden a mi llamada de socorro. Si caigo preso, a ver también cuántos van a ir a visitarme y a llevarme una lima dentro del bizcocho para poder escaparme. En ambos casos casi seguro se aplica aquello de cero mata cero es cero.

 

Aunque siempre hay excepciones, por ejemplo a través de la internet he conseguido un buen amigo en Puerto Rico, JRP, que a pesar de no habernos visto físicamente nunca, mantenemos una creciente hermandad, la amistad también es cuestión de entendimiento y afinidad.

 

Creo que con la hiper comunicación que padecemos y por ende el contacto virtual se ha rebajado el concepto de amistad, una cosa es ser conocido-a, un relacionado-a, uno-a que lo presentaron una vez en una boda, otro-a que con un par de tragos compartieron una desafinada sesión de karaoke, o un cobrador insistente que lo conoce y reconoce por escapársele por la puerta de atrás o esconderse en el closet cuando le presentan la factura.

 

Y otra es ser amigo-a y poder llorarle las penas en el hombro, celebrar las alegrías comiéndose una tortilla con papas con un par de frías, los que se le presta el martillo que jamás ha de devolver, los que nunca le saldan el préstamo que nos pidieron con urgencia al nacer su primer hijo, los que nos invitan a su casa a comer con la familia sopa de caracol de las de watta negui consup de la canción, o que nos visita en el cementerio y nos cuenta con lágrimas en los ojos sobre nuestra tumba que Anita lo dejó para irse con el carnicero gordo del barrio porque tenía más caudales y muchas más carnes que él. Esos sí son amigos de true-true, de verdad-verdad.

 

Mi abuelo materno, un hombre de campo con mucha sabiduría empírica encima, respecto a los amigos me decía en un precioso idioma catalán ¨amb un grapat ja ni ha prou¨ o sea, con un puñado ya tienes bastantes, y creo que tenía mucha razón. Claro que hay amigos de muchas clases o categorías: amigos de conveniencia, amigos a medias, amigos envidiosos, amigos para parrandas, amigos de ocasión, amigos de vecindad, amigos de interés, amigos de tragos gratis, amigos enemigos…

 

Generalmente las amistades más sólidas y duraderas se forjan en la niñez y juventud en la que se comparten, juegos, aventuras, estudios, chicle y caramelos, películas del oeste, comics y paquitos, y algunas pelas paralelas en la casa por haber roto con la pelota el cristal de la cocina de doña Pura, la solterona que tenía tan mal genio, fruto de un  desafortunado batazo.

 

La amistad, dicen, hay que regarla de tanto en tanto para que cuando crezca y se solidifique dure para toda la vida. Rabindranath Tagore decía en uno de sus fabulosos libros que los amigos son como las estrellas. que tal vez no se ven pero sabes que siempre están ahí. Es posible que ahora suene un poco cursi pero es una verdad grande como una catedral. He cumplido medio siglo en este maravilloso país pero cuando vuelvo al de mis orígenes me junto siempre con los amigos de juventud, los de toda la vida, y aunque llevemos años sin vernos, al abrazarnos parece como si nos hubiéramos despedido ayer mismo.

 

A los catalanes se nos reconoce hasta por los detractores más acérrimos -y tenemos muchísimos- que somos personas reservadas, inclusive desconfiadas, que no nos abrimos al primero que llega o conocemos, pero que cuando se logra nuestra amistad es de manera absoluta, total, para todo y para toda la vida. Hay excepciones claro está, no todos somos santos de velas, limosnas y altares pero es una cualidad muy generalizada. No es simple casualidad que en las olimpiadas de Barcelona del 92 las cuales recién han cumplido treinta años, el himno creado para esa celebración deportiva llevaba el título de ¨Amigos para siempre¨.

 

Los dominicanos como buenos caribeños tenemos excelentes materiales de base para forjar  sólidas amistades, somos receptivos, amables, alegres, bailarines increíbles, dicharacheros, solidarios, cariñosos y tenemos además el sabroso café, la deliciosa agua de coco, la mejor cerveza de todas las galaxias en versión cenizas o vestidas novias, el afamado y reconocido ron, el delirante y matador sancocho (¡con arroz!) y el sonido del contagioso y giratorio merengue como cemento o pasta que nos aglutina y une en cualquier lugar y  momento.

 

El que tiene un amigo dominicano tiene una valiosa cuenta en el Banco Existencial y es bueno que se vayan haciendo depósitos a la vista o a plazo fijo de confianza, de detalles, de mil y una cualidades y acciones positivas. Es una inversión que retribuye dividendos asombrosos a corto, mediano y largo plazo. Bien, en nombre de la amistad les invito a que me envíen mucho dinero, automóviles de lujo, fincas, mansiones, joyas, ya saben que los catalanes no somos nada fáciles de conquistar…