Con todo el respeto a la frase utilizada en 1600 por Shakespeare en el Hamlet (“ser o no ser, esa es la cuestión”), hicimos una adaptación a la cuestión que trataremos. Una de las decisiones que día a día hacemos es de si haremos algún esfuerzo o no. Hacemos un esfuerzo cuando nos parece que será conveniente, que mejorará una realidad, que tenemos que hacerlo o incluso por curiosidad para descubrir algo. Por otro lado, evitamos esforzarnos por: mantenernos tranquilos, descansar, no estresarnos, economizar energía y para no hacer algo que sería preferible no hacer.

En esta era postmoderna en que hemos cultivado algunas tendencias negativas hacia el individualismo, el hedonismo, la competitividad y la inestabilidad, buscamos destacarnos, ser los mejores, los más atractivos, los más ricos o tener ventajas sobre los otros, porque uno de nuestros posibles defectos es la necesidad de ver a otros abajo para poder disfrutar el estar arriba. Preguntas a una madre por su hijo y en lugar de decirte que es un niño muy sano y cariñoso, te dice sus calificaciones en la escuela o sus logros en el deporte.

Nuestra inseguridad, baja estima, hambre de aceptación y deseos de “ser alguien”, nos mueven a luchar sin descanso. El medio social nos presiona, por lo que nos convertimos en esclavos de nosotros mismos, como nos presenta Byung Chul Han en su libro La Sociedad del Cansancio, en donde nos muestra que, por nuestro exceso de positivismo, nos auto-explotamos a nosotros mismos con la idea de que nos estamos realizando. Por ser voluntariamente, no podemos quejarnos ni rebelarnos.

Entre las decisiones del ser humano que requieren más sabiduría, está el saber cuándo desistir o cuándo dar la milla extra. Seguramente es una de las capacidades más importantes para transmitirles a los hijos, lamentablemente algunos padres necesitan que sus hijos alcancen las metas que a ellos les gustan, aunque tengan que sacrificar sus vidas, mientras que otros los sobreprotegen tanto que los convierten en adultos infantiles.

Y como por casualidad, llegamos de nuevo a la palabra mágica: equilibrio. ¡Cuánto nos cuesta ser equilibrados! Deficiencias en la madurez, inteligencia, humildad, tolerancia, valor, empatía y en el amor, nos hacen ser incapaces de luchar cuando se debe, donde conviene, según nuestras posibilidades y en lo que realmente valga la pena.

A veces cuando te cansas de tocar la puerta es que observas que ya estaba abierta. Y tu vida podría depender de saber cuándo detenerte.

Nuestras percepciones, sensaciones, emociones y pensamientos son los que determinan nuestras decisiones y es propio del adulto escoger sus propias opciones, aunque hay muchos adultos para quienes parecería preferible que sus padres u otros adultos tomaran las decisiones por ellos.

Cuando decidas luchar por algo, debes saber si es realmente lo que quieres. Si solamente te motiva lograrlo porque otros lo hicieron, notarás que el lograrlo aportará muy poca cosa en tu vida. La meta de tu padre no es necesariamente tu meta, el sueño de tus amigos puede ser muy diferente al tuyo y lo que compras por presiones externas, podrías mantenerlo guardado.

Por aquello que verdaderamente amas te será más fácil concentrar todas tus facultades.

Siempre debemos esforzarnos, porque esforzarnos nos hace sanos, fuertes y productivos, pero es preciso escoger bien nuestras batallas. Cuando tu triunfo genera situaciones injustas, no es sostenible, sano, ni provechoso y tarde o temprano, la vida te pasa factura. Si tu logro se debió a fraudes, mentiras, traiciones y abusos, es similar al edificio que construyes sin una buena zapata. Vale la pena tener paciencia y esforzarse un poco más y no tomar atajos de los que luego podremos arrepentirnos.

Esfuerzo físico: Estamos mostrando tendencias progresivas a estar casi todo el tiempo sentados, disminuyendo nuestra masa muscular y la causa de nuestra muerte a menudo es desencadenada por esa conducta. Algunas personas que se jactan de ir a gimnasios o de practicar natación, detestan el esfuerzo de subir escaleras, prefiriendo siempre utilizar el ascensor y buscan la manera de moverse lo menos posible en sus trabajos. Tu fuerza y salud física normalmente se manifiestan en proporción a tu actividad física.

Esfuerzo Mental: nuestro cerebro como todos nuestros órganos necesita ejercitarse. Si no te gusta pensar mucho y prefieres lo mismo de siempre, tu cerebro se adapta a ti y tiende a atrofiarse. Es simple, si no te agrada pensar mucho, tu cerebro irá limitándose hasta donde tú quieras.

Realizar actividades con otras personas requiere esfuerzo, pero vale la pena, porque aislarse no es compatible con buena calidad ni cantidad de vida.

Esfuérzate y avanza al menos un paso, no importa si otros avanzan más rápido. Lo esencial es que cada día encuentres por qué esforzarte, no permaneciendo siempre en el mismo lugar, y que cuando ya no puedas avanzar y mires atrás, puedas decir: valió la pena.