"Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo como parte de mi economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en libros, imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea artificial. Pero el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y continuo". Alfonso Reyes
He llegado a sentir que algunas personas pueden, en determinados momentos, llegar a malinterpretar o bien cambiar el sentido de mis palabras. No he pensado nunca y menos aún afirmado, que debamos escribir, quienes lo hacemos, solo para otros escritores. No creo en la obligación de hacer una literatura elitista reservada a espíritus elevados fuera del mundo y de toda realidad cotidiana. Voy a tratar de hacerme entender. En esta viña podemos encontrar de todo, como en cualquier otra actividad humana. Poetas rebuscados o diáfanos tienen sus propios lectores.
El oficio de contar historias trabaja con un material altamente sensible como lo es la palabra y ésta no tiene como objetivo hacerse inteligible siempre a la inmensa mayoría del pueblo llano para ser considerada válida. Por otro lado, no debemos sacrificar equivocadamente la naturaleza misma de dicha tarea reduciendo su elaboración a elementos exclusivos de una clase social determinada. Por el contrario, han de ser su patrimonio todos los miembros de una sociedad y el artista, el literato, no puede imponerse límites ni parcelas al respecto. Se puede perfectamente elegir en una novela describir el mundo interno y psicológico de un burgués, un banquero, un latifundista y de igual modo dar vida a un obrero, un albañil, un mozo o un mendigo y elevar cualquiera de ellos a obra de arte.
Cuando caemos en la trampa de contemplar la literatura al servicio de un tipo de lector muy concreto, aceptamos un estado de manipulación previa al resultado de dicho oficio. Si un escritor o escritora trabaja, desde el punto de vista estético y estilístico, seriamente una novela, un cuento o un poema tendrá como resultado un cuestionamiento de la realidad y por tanto un producto revolucionario, en la medida que éste rechaza y pone de relieve lo pernicioso del mundo que nos rodea sin importar el estrato social en el que se esconda.
Si partiéramos en el planteamiento inicial de una obra, sea cual sea su género, de un concepto popular versus elitista deberíamos eliminar más de la mitad de los títulos de la gran literatura universal. Voy un poco más lejos, aun cuando un escritor sea bueno, exquisitamente bueno como lo es Jorge Luis Borges, podemos encontrar que sus palabras públicas y su posición política entran en abierta contradicción con su sensibilidad como artista y su asombrosa capacidad para bucear en cualquier ámbito.
He leído muchos cuentos en mi vida y voy a contar al respecto una anécdota que considero interesante. Siendo un jovenzuelo iba con frecuencia a la Biblioteca Nacional y encontré en una de aquellas visitas una antología de cuentos contemporáneos. Comencé, por supuesto, de inmediato a leerla. Como era bastante voluminosa y entendí que me llevaría un buen tiempo llegar a Borges decidí saltarme el resto y enfrentarme al mítico escritor de fabulas increíbles. Me estrené con su cuento "La forma de la espada". Lo primero que me sorprendió, en aquella lectura, fue la brevedad del mismo. Por alguna razón lo esperaba más largo dada su gran fama, pero para mí enorme sorpresa y deslumbramiento, sus últimas líneas, el final de ese cuento me dio escalofríos y logró conmoverme profundamente. Dudo que un autor, de esos que tienen a bien hacerse llamar escritores del pueblo, pueda describir con tal lucidez la traición de un revolucionario, –John Vincent Moon–como lo hiciera Borges, un escritor calificado de elitista, indescifrable y al que –dicen– muy pocos tienen acceso.
Todo este discurso me lleva a expresar finalmente que considero que el auténtico compromiso ha de ser primero con el texto y con la palabra, sin importar el terreno en el que se desarrollen sus historias. Lo fundamental, lo que avala y da credibilidad a éstas es que el trabajo sea honesto y sincero, sea cual sea el universo que describa. En definitiva, al menos según mi criterio, lo que realmente importa es que uno sea fiel a sí mismo y a la narración de su historia.
El mundo irremediablemente es una totalidad y no es posible fragmentarlo. Todos estamos conectados de una forma u otra y en la medida que seamos conscientes de ello vamos a contribuir a mejorar, desde nuestra pequeña parcela, un poco más el mundo. De ese modo alcanzaremos a ver sus luces y sus sombras tanto en los de arriba como en los de abajo. Esa es la función que nos toca asumir como artistas y escritores y no podemos ni debemos renunciar jamás a ella.