Las noticias que recibimos a diario sobre la Cumbre de las Américas revelan que Estados Unidos se conectó un autogol al no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela a dicho evento. Los ausentes se hicieron presentes a través de la discusión de su exclusión. Tanto en nuestra región, como en los propios Estados Unidos, se plantea que la política exclusivista de Joseph Biden ha puesto al descubierto que las grietas de la hegemonía estadounidense en la región se están profundizando. México encabezó la lista de países que le dijeron al presidente Biden que no asistirían a la cumbre si había exclusión. Mientras escribo este ensayo en las redes digitales estadounidenses se comenta positivamente la posición de México y otros países de no asistir a la Cumbre. Este es un fracaso para Biden quien, aparentemente, desea mejorar las relaciones con la región, pero, esta vez, parece que se le fue el tiro por la culata.

Hay países como Argentina que asistieron a la Cumbre, pero han manifestado sus críticas a la exclusión, al mismo tiempo que proponen que se expulse de la Organización de Estados Americanos (OEA) al equipo que actualmente la dirige por haber promovido un golpe de Estado en Bolivia en 2019. Este equipo es criticado y presentado como paniaguado que hace el trabajo sucio de los Estados Unidos. Pero las cosas no se quedaron ahí: Alberto Fernández, presidente de Argentina, manifestó que ser anfitrión del evento no le da derecho al presidente de Estados Unidos para que excluya a países miembros de la Cumbre. Esta posición del presidente argentino muestra una nueva visión sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, la cual manifiesta que las relacione se podrían volver más conflictivas en un futuro inmediato. Lo mismo podría decirse de Andrés Manuel López Obrador (Amlo) en México que no se cansa de defender la soberanía de su país frente a Estados Unidos.

La ausencia del presidente de México y otros presidentes en la Cumbre de las Américas podría considerarse como algo simbólico ya que Estados Unidos sigue siendo la potencia hegemónica en la región. Eso es cierto, pero también se deja ver que nuevos aires se respiran en nuestra América y que los tiempos cuando Estados Unidos ordenaba una votación en la OEA o en el Banco Interamericano de Desarrollo ya han pasado. La guerra en Ucrania parece que ha puesto en evidencia el fin de la globalización neoliberal dirigida por Estados Unidos. En los últimos 20 años han resurgido países como Rusia y China que no están dispuestos a seguir el modelo capitalista estadounidense, donde las políticas neoliberales son las únicas que se proponen, pese a los daños que están causando a la humanidad. La multipolaridad en el mundo ofrece una nueva realidad para América Latina ya que los Estados de la región pueden hacer comercio, obtener préstamos y recibir inversiones fuera de la órbita estadounidense. Esto explica por qué a Biden le preocupa la presencia de China en esta región, pero esta vez, la forma en que está moviendo sus piezas no ha sido favorable a sus propios intereses. Los líderes de los gobiernos de la nueva ola progresista tendrán que analizar cuidadosamente los cambios en la geopolítica mundial para ubicar el lugar de América Latina y ver cómo pueden sacar un buen partido de la coyuntura.

El aparente fracaso estadounidense al excluir de la Cumbre a países con los cuales no comulga, nos muestra que vivimos en nuevos tiempos y que este podría ser el “Momento de América Latina” para desarrollar la democracia y consolidar su economía. Estamos en una situación en que los países latinoamericanos le pueden enrostrar a Estados Unidos que su democracia está en decadencia y que no es un modelo a seguir como lo demostró la insurrección del 6 de enero de 2020 en Washington, D.C. cuando Donald Trump no quería reconocer el triunfo de su oponente, Joseph Biden, y promovió acciones que pudieron haber desembocado en un golpe de Estado. El populismo de derecha de Donald Trump deja ver que se está gestando una crisis profunda en la democracia de Estados Unidos y que dicho país ya no sirve de faro para sus vecinos del sur, los cuales se ven precisado a dejar de buscar modelos de democracia en el exterior y ponerse a pensar con cabeza propia, y tratar de crear sus propias democracias o, por lo menos, democratizar las ya existentes.

En los últimos 20 años se observa que en América Latina hay diversos movimientos sociales, políticos y culturales que buscan una nueva forma de expresarse. En los años ochenta y noventa se experimentó con el régimen político de la democracia y el modelo económico neoliberal, pero para fines del siglo pasado, ya quedaba claro que estos modelos habían creado una gran desigualdad social y que era necesario buscar otra forma para satisfacer las necesidades de poblaciones empobrecidas. En esta búsqueda surgió la primera ola progresista iniciada por Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y que se extiende hasta 2017 con el fin del gobierno de Rafael Correa en Ecuador. En esta primera ola encontramos una diversidad de regímenes que proclamaban su interés por crear una democracia participativa y desarrollar una economía que se alejara del modelo económico neoliberal, pero esta primera ola se agotó por diversas razones, entre las cuales encontramos el nuevo panorama económico internacional que era desfavorable a los países exportadores de productos primarios y el alejamiento de estos gobiernos de los movimientos sociales que le ayudaron a llegar a la presidencia.

La desigualdad social irritante que se producía en la región siguió creando las circunstancias para el surgimiento de gobiernos progresistas. Ese fue el caso de México, donde las reformas neoliberales arrojaron a más del 50% de la población por debajo del umbral de la pobreza. A la precariedad social y económica de México, se añadió la crisis de los partidos neoliberales que, ya no tenían nada que ofrecer a los ciudadanos. En parte, esto explica el surgimiento de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como líder de un movimiento político que había sufrido las consecuencias de los fraudes electorales en 2006 y 2012.

Al triunfo de Amlo en 2018, le siguió el de Alberto Fernández en Argentina, el regreso del partido de Evo Morales al poder bajo la dirección de Luis Arce, el triunfo de Pedro Castillo en el Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara y Castro en Honduras. En junio tendremos elecciones en Colombia, donde Gustavo Petro es un rival fuerte frente al candidato de la derecha, Rodolfo Hernández, quien aparece, según las encuestas recientes como ganador, pero habrá que esperar porque Petro tiene a Francia Márquez como candidata afrodescendiente a la Vicepresidencia, quien ya dio una sorpresa sacando más 800,000 votos en las elecciones preliminares del mes pasado. Por ahora, Hernández lleva la delantera en las encuestas, pero sus comentarios misóginos y su propuesta de aumentar la jornada de trabajo de ocho a diez horas, podría reducirle el caudal de votos. En Brasil, se anticipa que Luiz Ignacio Lula da Silva puede ganar en septiembre en la primera vuelta frente al archiconservador Jail Bolsoro.

Los cambios que se están produciendo en el mundo podrían contribuir a profundizar la democratización y consolidar las económicas latinoamericanas porque, en la actualidad, Estados Unidos parece debilitado y hasta con dificultades para comprender las mudanzas sociales y políticas que se dan en el mundo y, particularmente, en América Latina. La exclusión de tres países cuyos regímenes políticos no son del agrado de Biden muestra, claramente, que él piensa como líder de un imperio, solo que no se da cuenta que este está en decadencia. Aunque parezca inverosímil, Biden está atrapado, política e ideológicamente, lo cual le imposibilita entender la nueva Latinoamérica que surge en busca de un lugar en el mundo de la posglobalización neoliberal. En este sentido, me pregunto si este es el “Momento de América Latina” para construir una sociedad justa y democrática.

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