Es, lamentablemente, un precio mixto donde se mezclan libertad y competencia con intervención y permisos. Hoy puede ponerse a vender picapollos sin mayores restricciones que las necesarias para operar cualquier negocio. No hay un número establecido de licencias por el gobierno para dedicarse a esa actividad. Las autoridades tampoco tienen el control de la oferta, como pasaba con el cemento y las botellas de vidrio en los tiempos de CORDE, el emporio estatal que algunos insensatos consideran fue glorioso por aire, mar y tierra.

Es una bendición no contar con un funcionario que se comporte como el Zar del Pollo por su poder de hacer la lista de los receptores de pollos frescos, carne de gallina y pechugas de pollo o de fijar el precio al que se debe vender el picapollo en una colosal red nacional de establecimientos públicos. Ganas de hacer eso no faltan. La libido dominandi crea una adicción más fuerte que el fentanilo, pero nuestros presidentes han tenido la cordura de entender que esa es la forma más segura de convertir los pollos en diamantes, como pasa en Cuba. Muchas lisonjas y admiración al guerrillero dictador comunista, pero nada de imitar al 100% sus políticas para mantener un pueblo con hambre y terror a los militares.

La ausencia de un cavernícola que se deba recordar cuando almuerza con pollo es lo que hace posible hoy su presencia en miles de supermercados, colmados, puestos en mercados públicos, guagüitas anunciadoras, venduteros en aceras, restaurantes, franquicias de comida rápida y comedores de todas las nacionalidades, principalmente de ciudadanos chinos que operan como zona franca informal o territorio libre de inspectoría impositiva. Millones de transacciones ocurren diariamente en esos establecimientos en una subasta donde surge el precio de mercado permitió a un participante poner dinero en la caja y al otro satisfacer su ingesta, como dice mi amigo Luis, de proteínas de carne blanca.   De estas surge un precio que el Banco Central da seguimiento mensual para informar la variación de su índice con respecto al mes anterior. Una entidad que hoy está fuera de cuestionamiento en la calidad de los datos que ofrece al público porque su gobernador ha sido confirmado por tres presidentes de dos partidos distintos.

La inflación acumulada desde diciembre del 2010 a septiembre del 2020, período que corresponde a la anterior canasta básica, para el pollo fresco fue de 43.9% mayor al 39.4% del IPC General.  En la nueva canasta básica, la inflación acumulada del pollo fresco es un poco menor (31.5%), al pasar su índice de 109.9 (octubre 2020) a 144.5 el mes pasado. La gráfica comparando la evolución del IPC del pollo fresco y del IPC General muestra una brecha mayor del IPC del pollo fresco con el IPC general con la nueva canasta. Y es esto lo que explica que ocupe el quinto lugar en el orden de los productos que más inciden en la variación del IPC general acumulada desde octubre del 2020.

En un bien tan importante para el consumo de las familias esto refleja un comportamiento donde algo debe estar fallando en el origen de la oferta de pollos. ¿Por qué el pollo tiene inflación acumulada de 31.5% y el panti una de 8%? Alguna diferencia importante existe en la libertad y competencia con que emprendedores tratan de que esos productos lleguen a las góndolas de los supermercados o a los pasillos de Villa Panty. Perdí el contacto del dueño de Pollos Hermanos para investigar más del tema, pero las respuestas para otra ocasión o me orientan al respecto. Por ahí debe andar relatos mercantilistas de permisos para ti para aquel no; liquido los furgones tuyos a tanto y al del otro al doble de tanto; préstamos blandos solo para tus pollitos; te quedas con las ganancias y socializo las pérdidas. Por algún lado hay falla provocada por el poder político que impide el libre comercio puro y simple: “exporta todas las libras de pollo de tu propiedad a quien las quiere comprar; importa todas las que se te antoje comprar.”

Los cambios en los precios del pollo fresco son más volátiles que el del precio del servicio de pollo, un bien que el Banco Central clasifica en el grupo Comida Servida Fuera del Hogar y donde la competencia es tan brutal que consultando menos de diez establecimientos puede tener la referencia para proyectar flujos de ingresos en un estudio de mercado. Un buen ejemplo para ilustrar la famosa Ley de Un Precio en mercados competitivos.

Ahora bien, en ambas canastas básicas el IPC de servicio de pollo termina cerca del valor del IPC del pollo fresco. No hay de otra. En establecimientos privados no puede esperar que el resultado final sea un subsidio, que le vendan por debajo del costo. No sea gandío, de gracias a Dios porque alguien se está ocupando de presentarle un bien que usted cuando lo adquiere revela que no tiene opciones de ahorrar tiempo y dinero, en ese momento, de adquirirlo de otra forma. Y si se pone a forzar, y lo complacen, para que lo hagan perdiendo por su “derecho a una alimentación equilibrada y asequible garantizada por el Estado” le recomiendo empezar a coleccionar sus selfies para tardes de nostalgia. Mientras más lejos esté la intervención estatal del suministro de alimentos menos posibilidades tiene de que su cuerpo termine con tanta carne como las piernas de un flamenco.