La complejidad no es obstáculo para materializar la unidad electoral entre progresistas y las izquierdas. Tomando en consideración que son segmentos sociales y políticos que luchan por transformar la sociedad, para “construir una nueva”. Hasta aquí, parece sencillo, y no es así. El asunto es más complejo.

El progresismo y las izquierdas coinciden en aspectos coyunturales que pueden unir fuerzas para enfrentar al sector conservador y a los políticos corruptos. Por el momento, el método para llegar al poder, es la vía electoral. Lo complejo del asunto, saber manejar con inteligencia y creatividad, es que los progresistas solo llegan a mejorar el capitalismo; y la izquierda, a “mejorarlo” y sustituirlo por el socialismo. Y con esto, no hay problemas.

En países como el nuestro, atrasado en lo económico, político y social, el establecimiento de la democracia capitalista es un proceso largo y tortuoso; y en ese tránsito podemos caminar, trabajar juntos. Es lo que han hecho los progresistas y la izquierda en América Latina y el Caribe. Lo vienen haciendo desde el siglo pasado, y es ahora que llega, efecto dominó, a su hermosa y elocuente máxima expresión: alcanzar el poder.

No crean, no ha sido nada fácil alcanzar tantos triunfos electorales en la región. Esos pueblos labraron el camino con intensas luchas escenificadas y participando en decenas de elecciones celebradas. Aquí, hasta no hace mucho, se satanizaban los comicios que se celebran cada cuatro años; y los grupos de izquierda que participan en los mismos, los acusaban de venderse a la derecha y de hacer el ridículo. Así que no se sorprendan con lo “chivo” que pueden estar, compañeros y camaradas, para dar el primer paso.

Al no comprender el proceso histórico que transita la sociedad, se puede confundir el momento por desesperación y espontaneidad, caer en un capricho pasajero, por una necesidad urgente. Y una unidad que se construye así, no es duradera. La población exige esfuerzos conscientes y comunes en todos los frentes, incluyendo el electoral.

Una unidad electoral que no tenga como fundamento, en esta etapa, un programa democrático de gobierno y una práctica común, no llega ni a la Duarte con París. Hay que tener mucho cuidado con los “inventos de camino”, no conducen a nada bueno.

Hay que estar vigilante ante cualquier intento de imponer los intereses particulares de grupos, por el colectivo y consensuado; un vanguardismo pernicioso y sin sentido, en vez de una dirección colegiada y planificada, sobre la base de una programación conjunta. Las experiencias de otros países, y la nuestra, es que nada se realiza sin consultar, llegar a entendimiento, en forma sana, sin trucos de cámara, para elevar el nivel de confianza y de credibilidad.

La complejidad del asunto se debe a la escasa práctica unitaria del movimiento revolucionario. Creando un ambiente de incredulidad y desconfianza que, “manda madre”, agrieta las relaciones. De la única manera de cortar o desatar el nudo gordiano y lo complicado de la unidad, es deponer el afán de imponer, muy bien disimulado, sus intereses particulares y despojarse de un vanguardismo trasnochado y enfermo.

Por fin, el progresismo ha logrado calar en las izquierdas y sectores democráticos del país. A pura lucha, y no de un todo, se entiende que se puede aprovechar el momento para avanzar a mejores escenarios. Participando en el proceso electoral y, muy conveniente, disputándole el papel protagónico de los conservadores y políticos corruptos.

Los acuerdos y compromisos; y tomar calles, campos y ciudades, para sellar la unidad, es la clave para empezar a cosechar éxitos. Solo si no existe voluntad política y despojarse de las miserias aquellas, será imposible articular una amplia coalición electoral, social y popular, de cara al 2024.