Recientemente conversaba con un amigo norteamericano y le trataba de explicar la situación en que se encuentra nuestras relaciones con Haití. Le decía que el problema fundamental estaba en la dependencia cada vez más acentuada que tiene nuestra economía de la mano de obra haitiana no especializada. Apuntaba que todo se inició a principios del siglo pasado en algunos productos agrícolas de exportación, pero que a través de los años se fue expandiendo a otros cultivos hasta el punto de que hoy en día la gran mayoría de nuestros principales cultivos de exportación y de consumo doméstico, dependen totalmente de la mano de obra haitiana.  Así pues lo que se inició como una ayuda para el desarrollo de la agricultura dominicana, con el paso del tiempo se ha convertido en una dependencia sumamente peligrosa debido a la vulnerabilidad que nos ha creado.

Le dije que igual ha sucedido con la actividad de la construcción, donde hace algunas décadas era desarrollada con mano de obra dominicana, pero que a medida que nuestros trabajadores comenzaron a exigir mejores condiciones de trabajo y salariales, las empresas constructoras comenzaron a preferir el uso de mano de obra haitiana por ser menos exigente, hasta el punto de que en la actualidad prácticamente la totalidad de los trabajos menos especializados de esa actividad son cubiertos por inmigrantes haitianos. Le agregué, que esto ha hecho posible el gran desarrollo urbanístico que exhibe con aparente orgullo nuestro país.

Le expliqué a mi amigo que el gran problema no es tan solo nuestra gran dependencia de esa mano de obra extranjera en estos dos sectores claves, sino que la misma se ha ido trasladando gradual pero sistemáticamente a diversos segmentos de nuestra economía, como es el turismo y otros, desplazando así a la mano de  obra nativa y creando enormes problemas tanto económicos como sociales, incluyendo la frustración de un gran segmento de nuestra juventud que no encuentra trabajo digno  en su propia tierra, porque obreros extranjeros los han desplazados y han contribuido a desprestigiar esas fuentes de empleos. En esa falta de oportunidades de trabajo es que debemos encontrar las reales causas de la delincuencia que nos agobia.

Ante esta explicación simple pero realista de la problemática que estamos padeciendo, la reacción de mi amigo fue decirme que consideraba que “la mano de obra haitiana es para nosotros como una droga”. Aclaró que  con ello no pretendía degradar a los inmigrantes haitianos en su condición de seres humanos como todos los demás, sino exclusivamente analizándolo como un serio problema económico y social para la República Dominicana, que le afecta y seguramente le afectará aún más en el futuro cercano.

Consideré que mi amigo tiene toda la razón en hacer ese símil. En efecto, esos pocos obreros agrícolas extranjeros de principios del siglo pasado eran como el alcohol, el cual en pequeña cantidad es un estimulante de uso mundial. El problema es que a medida que se va aumentando el consumo, se quiere pasar a otros estimulantes como la marihuana que aunque mejora el estado de ánimo y disminuye las inhibiciones, su uso continuo va deteriorando paulatinamente la salud y  más grave aún, va aumentando la dependencia psicológica que lleva a los consumidores a requerir más droga para obtener los mismos resultados. Esto a su vez, se convierte en la antesala de la cocaína y la heroína, adicción grave para cualquier humano.

Se podría decir, siguiendo con el símil, que la incontrolable inmigración haitiana nos ha llevado a una situación como si necesitáramos urgentemente internarnos en un centro de rehabilitación para drogadictos y así librarnos de esa dependencia que terminará destruyendo nuestra propia identidad. Es por tanto, en las fuentes de empleos, donde radica el problema. Cuando decidamos tomar una decisión para enfrentarlo, la experiencia será traumática y dolorosa para todos, pero si no lo hacemos posiblemente no habrá cura en un futuro y todo lo que el país ha logrado con tantos esfuerzos y sacrificios estará perdido.