Tradicionalmente se consideraba el irreversible proceso de envejeciente como una carga familiar, la esperanza de vida al nacer era muy exigua. En nuestro medio apenas seis décadas atrás se ubicaba en 53.68, hoy ha evolucionado a 74.26. Esto de modo principal como reflejo del notable avance en el desarrollo de la medicina como ciencia en sus aspectos diagnósticos y terapéuticos, con certeza se ha designado el siglo pasado como una revolución de la longevidad. En lo relativo a nuestra sociedad ha sido valioso el avance, pero  siempre se requiere mayor apoyo para que el envejeciente no se considere una persona estéril, sin provecho, contando aun con buen espacio biológico para extender su periodo de vida útil.

 

Se han creado organismos como el Consejo Nacional de la Persona Envejeciente que venían realizando un buen papel de modo discreto, su proyección ha aumentado notablemente bajo la dirección del maestro de la medicina José García Ramírez, quien se ha tomado a pecho la responsabilidad de la institución y de modo constante insiste en hacerla competente, pese a las crónicas dificultades presupuestales de este organismo.

 

Se nota el esfuerzo no solo de hacer más agradable la estancia de envejecientes en los centros de acogida de 12 horas y los asilos, cuya labor es de alto interés, pese a la proverbial mínima cobertura de estos centros. De igual modo se han dedicado a ubicar las necesidades de pensiones de sobrevivencias para envejecientes que en sus hogares no tienen posibilidad de ingresos económicos, ni siquiera para adquirir medicamentos esenciales.  Conape se está haciendo sentir, con la necesidad de volcar la atención hacia este soslayado, pero importante sector social.

 

En países organizados socialmente como los Estados Unidos, no solo se dota de una pensión adecuada a los envejecientes con dificultades bio-psico-social, sino que se oferta además de los asilos el cuidado en el hogar de estos ciudadanos, la permanencia en su hábitat natural le permite una mayor sobrevivencia social.

 

Antes se consideraba la población envejeciente como no determinantes en la sociedad, pero con el progresivo aumento de la esperanza de vida su crecimiento poblacional es sumamente significativo. La pirámide poblacional se ha transformado de modo radical, de acuerdo a los estimados para el 2025 el 12.5% de la población dominicana alcanzará la edad cronológica de más de 60 años y en el 2050 de 21.4%.  Es decir ya la población envejeciente a alcanzado los niveles necesarios para hacerse sentir desde el ámbito político-social principalmente en los torneos electorales, abandonando el papel de cenicienta que los políticos siempre le han dispensado.

 

De ahí, que entidades como el Conape han tomado en serio su papel frente al envejeciente. No obstante, se requiere de la creciente colaboración no solo del Gobierno, sino de las instituciones empresariales del sector privado que generalmente son las que mayor provecho obtienen de la vida útil de los futuros envejecientes. Deben auxiliar este tipo de instituciones empeñadas con entusiasmo en dotar de mejor calidad de vida a quienes ya están en fase de despedirse de la sociedad.

 

Esta ayuda desinteresada debe ser efectiva, aún más con el fiasco de las sanguijuelas ARS que restringen su acceso a los envejecientes, imputándoles el “delito” que tienen alto costo por su morbilidad muy vinculada a enfermedades crónicas que ellos califican de “catastróficas”. De igual modo actúan las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), que hasta el presente solo se han dedicado a desahuciar a los envejecientes que se aproximen al momento de recibir una pensión. En nuestra seguridad social el lobo se ha tragado a Caperucita.

 

Los envejecientes constituyen un ente activo de la sociedad. De acuerdo a las proyecciones ecuménicas de población, en 2050 los ciudadanos de 60 años o más aumentarán de 600 millones a 2000 millones. Los viejos son un subestimado poder político y social!