Resulta chocante encontrarnos en el espejo con una versión más vieja de lo que recordamos que somos, pero lo cierto es que, la gracia de la vida es justo esa: llegar a envejecer.

Dichoso aquel que puede darse el lujo de lucir sus canas y sus arrugas. Así que, pienso que debemos aprender a darle riendas sueltas a los comentarios que se montan en el tren de las críticas que señalan la naturalidad que reposa en nuestro cuerpo con el paso de los años. Sí, dichoso aquel que puede decir “estoy envejeciendo”, a razón de que si envejeces sigues latiendo junto a la vida y la vida, ya de por sí, es el milagro más grande que puedo entender que es un privilegio de la existencia.

Somos tan crueles juzgando los estigmas de la belleza y la apariencia que nos olvidamos que somos seres humanos imperfectos y nos guste o no, a todos los que seguimos viviendo, de una forma u otra, nos toca envejecer diario. Dicho esto, a cada quien le corresponde asumir la responsabilidad de tomar las decisiones sobre como cuidar su apariencia natural y como desea sacar de ella la mejor versión que tenga, según estime; y si no le apetece, entonces debemos trabajar la empatía para comprender que no nos tenemos que comportar o ser de manera igualitaria sobre los puntos que no nos conciernen ni afectan, en este caso, refiero como único punto, la apariencia física.

Soy de la postura que sostiene que el mundo es mundo por la diversidad tan amplia que hay respecto a todo lo que existe; entonces, no pretendamos crear patrones que nos frustren nuestra propia existencia, porque no le encuentro ni el sentido ni la necesidad.

Somos seres insensatos cuando evaluamos nuestra forma de ser y nuestra apariencia física de manera tan drástica y, con el respeto de muchos, tan absurda. No nos debemos a una necesidad constante de establecer lo que es o no bonito y, con ello me pregunto, pero ¿a quién se le ha ocurrido?

Tener patrones no es malo, lo chocante acá es querer imponerlo para con ello poder juzgar al mundo, a las emociones y a las múltiples versiones de personalidades, sobre pareceres y opiniones tan irrelevantes como “ya está vieja” “se le cayeron las tetas” “no tiene tanto culo” “está llena de canas” “mira cuantas celulitis o estrías tiene” “al final no es tan linda/o como creía” … Ok, Ok, y ahora que ya comprendemos el punto, pregunto: ¿qué pretendemos? ¿buscamos el cambio radical o la muerte de todas persona que no encajan en patrones de belleza sociales?

Envejecer es lindo, es una dicha y es un hermoso milagro que no todos podríamos tener. Deberíamos disfrutarlo más para con ello sacar de nuestros años de vida, la mejor manera de convertirnos en seres plenos, felices y llenos de paz.

Envejecer con dignidad es aceptar que nuestro cuerpo completo se enfrenta a diario a cambios físicos lentos que transforman nuestra apariencia física y mental, pero vamos solo en deterioro cuando no maduramos la idea de disfrutar a plenitud cada una de las diferentes fases o etapas que nos regala el curso natural de una vida humana. Además, si todos debemos pasar por ciertas etapas (o al menos lo que tienen la dicha de existir hasta la vejez), ¿por qué no aprender a amar a cada una de ellas de la manera que corresponde y con sentimientos que mimen todo lo que somos en cuanto a la naturalidad se refiere?

Aceptar nuestros cambios y aprender a mimarlos y vivirlos desde una manera genuina y apasionada, es una tarea de cada persona de manera individual que debe nacer desde la convicción, no del romanticismo que acecha a la filosofía del idealismo.

Nuestro cuerpo envejece, es cierto y podemos valorar entender que todo esto es completamente normal y natural.