Como diplomático, pacificador y constructor de consensos, la vida de John Graham ha sido marcada por misiones en peligrosos territorios en un empeño por abrir canales de entendimiento y descubrir los entresijos, los ‘’colores y texturas de idiosincrasias locales".

De derecha a izquierda, monseñor Agripino Núñez, el presidente Joaquín Balaguer y el doctor José Francisco Peña Gómez escuchan a John Graham durante la crisis electoral de 1994.

Su larga carrera tiene tantas caras como un poliedro. No sólo le tocó mediar con líderes mundiales, contribuir a crear plataformas para la democracia en sociedades desmembradas por guerras intestinas, como Bosnia, o dirigir misiones y moderar en conflictos electorales en Kirguistán, Ucrania, Palestina, Nicaragua, Paraguay, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Haití y República Dominicana, sino que hasta fue jurado en dos concursos de belleza.

Aunque confiesa que el rol de mediador ha requerido más humildad de la que tiene, su sencillez es bien conocida entre los diplomáticos que lo han visto llegar a recepciones montado en bicicleta, quitarse el casco y arreglar con parsimonia los pantalones de su traje.

Este canadiense persuasivo, alto, de ojos claros, ensalzado por su experiencia y honestidad, estrenó su primer puesto diplomático en la República Dominicana. Era un veinteañero recién egresado de los sistemas educativos de Canadá y de Inglaterra y la armadura de su tradicional formación cívica sufrió una embestida durante la tiranía de Rafael Trujillo: "enfrentarme a una dictadura tan brutal, supuso un enorme cambio, requirió mucha adaptación y aprendizaje".

De ese puesto bisoño fue trasladado a Cuba en 1962, con instrucciones del gobierno canadiense de colaborar con la CIA en el monitoreo de las instalaciones militares soviéticas.

La misión lo despojó del traje de novato. Siguió ganando experiencia en una carrera de diplomacia clásica que lo elevó en rangos y que pulió su poder de persuasión. Como embajador, desempeñó puestos en América Latina y el Caribe que lo colmaron de vivencias excéntricas y aleccionadoras, como no las encontró en Londres, un destino más estable y predecible, que siguió al de Cuba.

Volvió al país en 1988 como embajador concurrente de Canadá hasta 1992, y luego como mediador internacional en la crisis electoral dominicana de 1994, ocasión en la que afianzó su amistad con Monseñor Agripino Nuñez Collado. Ambos compartieron desde diferentes geografías la habilidad de construir puentes de entendimiento, la capacidad de sentir empatía, la intuición de calibrar al otro, de saber cuándo hablar o cuándo callar, la de actuar con eficacia y discreción.

Graham mantiene sus vínculos dominicanos, pero con la astucia y la neutralidad que lo caracteriza, se resiste a emitir juicios potencialmente comprometedores sobre la actualidad política y social nacional. A cuentagotas habla de sus experiencias al lado de Monseñor Agripino Nuñez, el más destacado conciliador de la historia contemporánea dominicana, o sobre las ventajas de construir una sociedad dialogante y plural.

Las fuerzas políticas han competido más que lo que han cooperado, y el país se ha visto privado de un plan de desarrollo consensuado sistemático y de largo plazo. ¿Cree que una cultura de diálogo o mediación entre los partidos puede cambiar esa tendencia?

La construcción de una cultura de diálogo, de consenso, siempre es un gran paso. Para la salud política del país es importante que las fuerzas principales compartan valores que no sean hostiles, valores básicos sobre los objetivos del Estado, no sólo de la protección de la soberanía, sino también sobre la distribución de la riqueza, para garantizar a todos el acceso a la educación y a la salud.

La mediación, por supuesto, es invalorable, pero en muchas situaciones el éxito depende del grado en que ambas partes compartan valores comunes.

Esto es algo difícil de lograr, y una vez se establece puede destruirse o erosionarse seriamente por un liderazgo malo o carismático, como el de Donald Trump en Estados Unidos, a menos que la base de los valores compartidos sea bastante sólida.

En Canadá, mucho de esto ha evolucionado y sigue evolucionando con los pueblos indígenas, con algunos resultados buenos, y otros no tan buenos.

Para ustedes, el gran reto es crear un sistema que marche mejor, que no deje a nadie atrás. Puede ser un proceso largo, a menos que surja un liderazgo que se concentre en esto, que entienda esa necesidad. La esperanza es que haya más gente pensando en ello y actuando para producir resultados.

Usted trabajó estrechamente con Monseñor Agripino Núñez mediando en la crisis electoral de 1994. ¿Le parece que con su ausencia el país ha perdido al más efectivo de sus mediadores? ¿Cómo puede llenarse ese vacío?

El vacío dejado por Monseñor no es fácil de llenar, por lo singular de su intelecto y su personalidad, que le sirvieron para intervenir exitosamente en la solución de conflictos. Pueden surgir o cultivarse líderes que provengan de cualquier esfera de la sociedad, pero tendrán que ser probados por las crisis.

En gran medida, como consecuencia de la dictadura de Trujillo, han escaseado los valores comunes ampliamente compartidos. Vencer ese reto, como lo hizo en 1994, habla del genio y la personalidad de Monseñor.

¿Cuáles cualidades debe tener un mediador para ser efectivo?

La mayoría de las cualidades que requiere un mediador tienen que ver con el sentido común, la calma, saber escuchar. En caso de ser un extranjero mediando en los problemas internos, debe hablar el idioma, conocer el país, su historia y sus personalidades políticas, y tener acceso a los actores principales, representar un país o una organización que tenga credibilidad para las partes, suficiente rango para ser tomado en serio y accesibilidad a los medios de comunicación. No debe ser de un país ni de una organización con intereses en el resultado final. Tampoco, idealmente, de una nación con poderío abarcador, como los Estados Unidos.

¿Cuál fue su entrenamiento como mediador?

Al centro John Graham en medio del embajador canadiense Leon Mayrand y Fidel Castro.

Generalmente, la diplomacia provee las destrezas generales requeridas. No recibí ningún entrenamiento, aunque estoy seguro de que el entrenamiento lo ofrecen instituciones como el Instituto Nacional para la Democracia (NDI), las Naciones Unidas y la OEA. Creo que ocurrió igual con muchos de los que nos convertimos en mediadores.

En mi caso, pasé del servicio exterior canadiense a dirigir la Unidad de Promoción de la Democracia, de la OEA. En esa condición dirigí la misión de observación electoral en 1994.

Sentamos un precedente al declarar, por primera vez en la historia de un monitoreo electoral de la OEA, que no podíamos endosar a Balaguer como ganador, debido a la escala del fraude electoral.

Nuestra posición fue apoyada por el NDI y por el IFES. Mi rol como jefe del equipo de monitoreo pasó al de la mediación, y luego vinculó con Monseñor Agripino. Pese a mi rol denunciando su fraude electoral, fui aceptado por Balaguer como mediador. Creo que eso se debió al hecho de que él y yo habíamos tenido muchas conversaciones y nos conocíamos desde cuando era embajador concurrente en la República Dominicana.

Un elemento que creo esencial en materia de relaciones públicas, fue el de asegurarme que se le diera la mayor cantidad de crédito posible a las sugerencias y a la sabiduría local. Parte de mi mantra era que la solución debía ser presentada como "hecha en la RD".

Los medios y los políticos siempre estaban al acecho de encontrar evidencias de injerencia extranjera. Un apoyo público bien informado sobre la solución debe ser un objetivo constante.

El mediador debe estar siempre preparado para manejar las presiones o las advertencias de algunos sectores interesados en soluciones compatibles con sus intereses.

Enfrenté presiones de varios sectores. Una de las más enojosas provino de un político de peso, quien me urgió "in my best interests" a que apoyara una solución favorable a Balaguer.

Tuvimos suerte de que Balaguer y Peña Gómez, contrario a otros, entendieron los riesgos de una guerra civil, una situación similar, pero, por supuesto, en mucho menor escala, a la de Kennedy y Khruschev durante la crisis de los misiles. Ambos resistieron a los consejeros del tipo gatillo alegre.

Ese fue el hilo común clave que condujo al éxito de esa mediación.

¿Cuál fue su percepción de los actores políticos de la crisis del 1994?

La personalidad de Balaguer, su tenacidad, su fuerza cerebral y su astucia permearon todo este episodio. Gobernó como un cacique constitucional omnisciente, en algunos aspectos, igual a su mentor, Trujillo.

Peña Gómez no podía competir con Balaguer en esa esfera. La conversación en la biblioteca cercana al palacio presidencial de la que tanto Agripino como yo fuimos testigos es prueba de eso, la famosa invitación de Balaguer de compartir el pastel. Si alguien hubiera estado entregando premios sobre el maquiavelismo global en los 90s, Balaguer hubiese sido finalista.

Peña Gómez era directo, hasta el punto de ser, en ocasiones, ingenuo.

Nadie podía acusar de eso a Balaguer. Pero descubrí que Balaguer tenía un buen sentido del humor. Incluso disfrutaba los chistes a costa suya. Ese humor sirvió ocasionalmente para romper el hielo, y ayudó a forjar cierto lazo entre nosotros. No debo exagerar ese ­lazo, pero parecía disfrutar nuestras reuniones, aunque no todas fueron placenteras.

Lo visité en su retiro, después del 94, en su mansión en la Máximo Gómez. Estaba con su valet y factótum, pero estuvimos solos en la conversación, como ocurría en la mayoría de los casos a través de los años. Estaba fuera de la cama, impecablemente vestido. Yo venía de la playa, vestido informalmente, y no había tenido tiempo de cambiarme. Ojalá no lo haya notado por su falta de visión. Se veía muy viejo, pero igual de viejo se veía desde hacía 50 años. La conversación fue muy general y aparentemente no memorable. Me complació ser recibido.

Mencioné antes que Peña Gómez y Balaguer estaban conscientes de los riesgos de que la crisis, de no manejarse astutamente, podía derivar en una guerra civil. No puedo, ni pude entonces, evaluar la solidez de esos cálculos. Tanto Balaguer como Peña Gómez entendieron las consecuencias horrorosas y actuaron en consecuencia, pero Peña Gómez aún más. Y creo que el país nunca reconoció adecuadamente la parte crucial del rol de Peña Gómez en la crisis. Quizás me equivoco.

Otra de las personalidades con quien mi equipo y yo conversamos fue Jacinto Peynado.

Para mí, Jacinto era un poquito travieso, pero no mala persona. Si hubiera tenido que comprar un carro usado, se lo habría comprado a él. Lo conocí bastante bien ese verano de 1994. A veces teníamos sesiones mañaneras en su casa, tomando el jugo de naranjas más delicioso que he probado. Las naranjas provenían de su plantación, y yo disfrutaba su compañía. Al final, en ese momento crucial, mostró que tenía agallas, por lo que Balaguer lo castigó duramente. Fue en esa misma época que perdió a un hijo en un accidente automovilístico.

Con Juan Bosch interactué cuando estaba lúcido, pero la última vez que conversé con él, en 1990, estaba obsesionado con Lyndon Johnson y el daño permanente causado por la invasión de 1965. Habló muy poco sobre otras cosas. En un momento me dijo que no había decidido quién sería su acompañante de boleta, y le dije, bromeando, que le proponía al padre Louis Quinn. Resultó embarazoso darme cuenta que había tomado en serio la chanza acerca de un amigo que ambos admirábamos y respetábamos.

Dejé su oficina, repleta de libros, en una edificación pintada con los encendidos colores del PLD, con la triste comprensión de que estaba perdiendo su agudeza mental y no estaba apto para gobernar.

……

John Graham fue diplomático del servicio exterior de Canadá desde 1957 a 1992, y a partir de ahí desarrolló la carrera de observador y mediador de procesos electorales. Es teniente retirado de la fuerza naval canadiense, egresado de la Universidad Queen’s, de Canadá, y de la Universidad de Cambridge, del Reino Unido. Fue el primer director de la Unidad de Promoción de la Democracia de la OEA, y actuó como mediador internacional en la crisis electoral dominicana de 1994. Estuvo en Bosnia tras la guerra civil, organizando elecciones provinciales. Dirigió la Fundación Canadiense para las Américas. Es miembro de los Amigos de la Carta Democrática Interamericana. Entre sus libros figura "La Crisis Electoral de 1994, Alejándose del Precipicio" y sus memorias ‘’Who’s man in Havana? Vive en la ciudad de Ottawa, donde escribe y realiza caricaturas editoriales para un periódico comunitario.